Parece que han pasado años desde que Donald Trump regresó al poder. Pero ni siquiera se han cumplido tres meses. La vorágine de acontecimientos que han sucedido en este poco tiempo es de tal magnitud que ya no queda margen para la imaginación. Aunque, tratándose de Trump, siempre hay que estar preparados para la sorpresa.

Lo ocurrido desde el 2 de abril, el famoso día de la liberación, ha sido de un nivel superlativo. La batería de aranceles que impuso a todo el mundo fue el pistoletazo de una guerra comercial global. Porque, para el presidente, todos los países del mundo se han venido aprovechando de la buena voluntad estadounidense.

Como era de esperarse, y como ya lo anunciaban economistas desde hacía semanas, los mercados se desplomaron. Trump quería ver el mundo a sus pies para luego presenciar cómo los líderes del planeta le rogaban misericordia. Estaba esperando el momento para decir su célebre: “Todos me están besando el trasero”. Todos, excepto uno. Xi Jinping. El presidente de China no ha pestañeado un ápice, no ha cedido y, por el contrario, ha respondido. Si tú me subes los aranceles, yo también. Y así, hasta llegar casi a un embargo comercial. Al cierre de este artículo, el gobierno de Beijing ha establecido los aranceles para productos estadounidenses en 125%. Washington lo había elevado al 145%, dejando a China como el único país sancionado luego de dar marcha atrás y hacer “una tregua” en su guerra comercial.

Las dos economías más importantes del mundo se miran frente a frente y todos esperan ver quién pestañea primero. De un lado, está un imprevisible Trump, con una personalidad egocéntrica y volcánica, pero que juega con el tiempo en contra: las elecciones legislativas de medio término que podría convertir a los republicanos, otra vez, en minoría en el Congreso. La historia electoral estadounidense señala que en estos comicios siempre se castiga al gobierno de turno y el 2026 no sería la excepción teniendo en cuenta que el antivoto trumpista podría acrecentarse.

Del otro lado está Xi Jinping, menos hablador, más calculador y con el tiempo a su favor. Al ser el líder de un partido único, sin elecciones a la vista y con el nacionalismo como bandera, Xi puede darse el lujo de mirar al horizonte sin presiones. Sin duda, la economía china está pasando por un proceso de ralentización: aún padecen la burbuja inmobiliaria y el consumo ha bajado, pero los chinos son un pueblo que funciona colectivamente. Y si saben que deben hacer frente a una crisis para defenderse de un ataque externo, lo harán. Ya vimos que Trump soportó solo unos días las inmensas presiones del mercado. ¿Resistirá el aguante de Xi?


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gisella López Lenci es periodista

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