
Escucha la noticia

Accede a esta función exclusiva
Resume las noticias y mantente informado sin interrupciones.
Enojo, hartazgo o rechazo son emociones que suelen invadirnos cuando hablamos de política. Muchas veces decidimos impulsivamente y, además, exigimos resultados inmediatos sin comprender los procesos que los hacen posibles. Se revela así nuestra débil gestión emocional.
En una encuesta de Datum para El Comercio (agosto de 2025), el 61% de peruanos señaló que votará con dudas, escepticismo o rechazo en las elecciones de 2026. Aunque esta actitud es comprensible, evidencia que muchos decidimos según nuestras emociones. De hecho, es un patrón común en sociedades con baja formación en inteligencia emocional.
En los últimos años, países como Finlandia, Singapur y Australia han incorporado la educación socioemocional en sus currículas nacionales, mientras que otros, como México, Chile y Colombia, avanzan mediante programas regionales e institucionales que aún están en consolidación.
El estudio de la inteligencia emocional es vital, no solo porque nos ayuda a regular nuestras emociones, sino porque también reconfigura en parte nuestra forma de pensar. Estos cambios requieren procesos que pueden tomar mucho tiempo; aun así, vale la pena empezar en algún momento. Porque, así como una persona cambia cuando transforma su manera de pensar, las naciones también experimentan grandes avances cuando adoptan una nueva mentalidad colectiva.
Un caso emblemático es el de Corea del Sur.
Recuerdo una ocasión en la que pude conversar con un diplomático coreano. Entre los muchos temas comentados, mencionó que vivió la época en que la hambruna en su país fue extrema: “sé lo que es no tener nada que comer”, me dijo. Intuí que aquel comentario continuaría con una reflexión mayor, y no me equivoqué, porque entonces añadió con firmeza: “mas hoy somos lo que somos porque alguien nos cambió la manera de pensar”. Su frase, simple pero profunda, no fue fácil de olvidar. ¿Cómo una nación entera pudo renovar su manera de pensar?
Desde la perspectiva de las relaciones internacionales, este país experimentó un fenómeno poco mencionado en política comparada: la capacidad de un liderazgo para inspirar a otros y reorientar la mentalidad colectiva de un país.
Diversos autores coinciden en que los países cambian no solo por reformas, sino por liderazgos capaces de inspirar y articular narrativas convincentes. Teorías como el liderazgo transformacional (Burns) y la construcción de marcos interpretativos (Framing) sostienen que los líderes pueden influir directamente en cómo una sociedad entiende su realidad, qué espera del futuro y cómo se moviliza hacia objetivos comunes. Corea del Sur es un ejemplo ampliamente estudiado de cómo un liderazgo con visión reconfiguró creencias colectivas y creó una cultura orientada al desarrollo.
Después de la Guerra de Corea (1950), el país quedó devastado: infraestructura destruida, economía en ruinas y una población sumida en hambruna y pobreza extrema. Dependía casi por completo de la ayuda externa; mas todo cambió en los años sesenta, cuando un nuevo liderazgo impulsó reformas culturales, educativas y técnicas. Bajo la visión de Park Chung-Hee se consolidó una narrativa nacional basada en el desarrollo, la disciplina, el sacrificio colectivo y la superación. Así surgió el llamado “Milagro del Río Han”: el crecimiento sostenido que transformó a Corea del Sur en una de las economías más dinámicas de Asia.
Es preciso resaltar que este esfuerzo no fue individual, sino profundamente colectivo: el Estado, los ciudadanos y los grandes conglomerados trabajaron con una visión de país a largo plazo. La orientación hacia la construcción continua generó una estabilidad social —y en parte emocional— que sostuvo su progreso durante décadas. Ya que aceptar procesos de largo plazo crea un marco emocional más estable, tanto a nivel individual como colectivo.
Hoy Corea del Sur es considerada un modelo para los países en desarrollo y un referente global de Soft Power, pues logró convertir su cultura, su modelo educativo y su relato de resiliencia en fuentes de admiración internacional. Sin embargo, antes de proyectar influencia hacia el exterior, el país atravesó un profundo proceso interno de cambio de mentalidad colectiva en medio de la adversidad.
El Perú precisa iniciar una transformación gradual. Las emociones no pueden seguir dominando nuestras decisiones. Incorporar la inteligencia emocional en la educación sería un buen inicio. Tal vez nosotros no veamos resultados inmediatos, pero las próximas generaciones sí recibirán los frutos de este esfuerzo.
De procesos formativos más integrales pueden surgir liderazgos capaces de inspirar, orientar y reconstruir. Si no iniciamos ahora, el futuro quedará atado a las mismas inercias de siempre.

:quality(75)/author-service-images-prod-us-east-1.publishing.aws.arc.pub/elcomercio/ac70c929-ddd8-4ca2-84bb-bd8ed6f436b8.png)








