Giulio Valz-Gen

Nuestra realidad nos dice que la clase peruana no está en la capacidad de implementar políticas públicas mínimas para resolver los principales problemas del país. No lo hacen porque no se ponen de acuerdo, porque no pueden (no la ven o no les da la materia gris) y, muchas veces, simplemente porque no les conviene.

Los ciudadanos no debemos renunciar al derecho de exigir a nuestros gobernantes que tomen las mejores decisiones. Abdicar sería rendirse ante la inoperatividad del Estado y, prácticamente, aceptar vivir en una estructura que “funciona” de milagro, condenada a irse deteriorando hasta que algo estalle en las calles, carreteras o urnas. Lo que venga después de eso puede ser mucho peor que lo que tenemos hoy.

El titular de esta columna tiene un tono sarcástico. Me queda claro que ninguna forma de puede ser consciente y que lo peor para el país es tener políticos populistas. Salvo contadas excepciones, nuestro elenco tiene esa tendencia. La gran mayoría de normas se concibe para el corto plazo, sin considerar criterios técnicos, buscando solo réditos políticos en aprobación o votos.

Si alguien cree que eso va a cambiar de cara a las dos elecciones que tenemos en el 2026, está muy equivocado. No hemos hecho nada para ello y nuestras futuras autoridades serán parecidas a las actuales. El populismo y lo “popular” serán la moneda corriente de los candidatos y de quienes sean elegidos. No en vano varios importantes partidos usan directamente en su denominación la bendita palabra “popular”.

Hacer políticas para la gente más necesitada está muy bien y eso es exactamente lo que necesitamos. El problema es que las normas que se aprueban no buscan resolver los problemas reales, sino solo”’vender” la idea de que se está haciendo algo para el “pueblo”. En realidad, insisto, solo están buscando futuros votos.

Ante esta realidad, queda entonces pedirle a nuestros políticos que al menos traten que su populismo sea consciente. Aceptando que nadie ejecutará grandes políticas públicas, apuntemos a que esas medidas cortoplacistas sean lo menos malas posible y que no destruyan lo poco que funciona bien. Pienso, por ejemplo, en propuestas como el canon para el pueblo (plata directa en los bolsillos) o grandes amnistías bien pensadas en pro de la formalización real de diversos sectores. Mis palabras suenan a un pragmatismo tóxico. Me es inevitable pensar en la nefasta frase “roba pero hace obra”. Nos hemos degradado tanto que ahora estamos en el “roba y ni obra hace”. Es una expresión dura pero absolutamente real (y triste).

Lo mismo ocurre con el populismo consciente. Claro que está mal. El populismo no es la vía para resolver los problemas del país. Sin embargo, nuevamente, la realidad (que es más grande que las ideas) nos dice que seguiremos llenos de populistas y que, al menos, hasta que logremos salir del círculo del mal (por un golpe de suerte o por un milagro) hay que pedirles a nuestros políticos un poquito de consciencia en sus decisiones.





*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Giulio Valz-Gen Es socio de la consultora 50 + Uno

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