(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Richard Webb

De la historia esperamos fidelidad a los hechos. Pero también poesía. ¡Vaya el reto! Más aun, es un reto tanto para el historiador, que debe decidir el qué y cómo de su relato, como para el lector, que busca motivación, pero no el abandono de su criterio propio. Por eso el kit para construir una nación siempre incluye un podio “reservado para el historiador insigne”, el que mejor resuelve la necesidad de una historia con rigor, pero también con capacidad de inspirar. La Roma Antigua contó con Tácito, cuyas historias combinaban el relato de hechos con juicios morales aleccionadores, mientras que los británicos siguen leyendo la gloriosa historia nacional de Thomas Babington Macaulay. El Perú tiene la buena fortuna de un , cuya erudición y entereza moral aplastan cualquier duda acerca de la veracidad, pero quien, a la vez, nunca pierde el sentido de responsabilidad patriótica inherente a su labor, tanto que su trabajo a veces se concibe como historia poética.

La base de toda historia es la pedestre data, el registro de los sucesos del pasado, y de allí nace no solo una limitación general sino un sesgo especialmente pronunciado para el caso peruano. Basadre alude a ese sesgo cuando se refiere a la “patria invisible,” al “Perú profundo,” y a la diferencia entre el “Perú oficial” y el “otro Perú”, términos que aluden a una invisibilidad de la mayoría de la población y territorio. En efecto, el registro de la vida de la mayor parte de la población durante el primer siglo de la República es casi inexistente, y lo que tenemos de historia para ese período se refiere casi exclusivamente a la política y la economía de los “dueños del país” de esa época. El vacío de información en los registros nacionales es tan grande que muchas veces acudimos a las impresiones y estimaciones extraoficiales que publicaban visitantes y diplomáticos extranjeros durante esos años.

Buscando más referencias, leí con gran expectativa la obra “Paisajes peruanos” de José de la Riva-Agüero, quien, muy joven, viajó por la sierra durante el año 1912. El libro fascina por sus reflexiones y calidad literaria, mereciendo un prólogo de 162 páginas de Raúl Porras Barrenechea, y es considerado como uno de los primeros esfuerzos de intelectuales para descubrir el país interior. Sin embargo, en todo el viaje los ojos y la mente del autor están puestos casi exclusivamente en el paisaje y en la historia que evocan pueblos, iglesias y otros lugares, más no en la vida actual de la población. Otro libro con similares referencias, de Aurelio Miró Quesada, titulado “Costa, sierra y montaña” y publicado en 1947, es igualmente decepcionante como referencia para conocer algo de la vida en el interior del Perú en esos momentos. Como de la Riva-Agüero, lo que Miró Quesada reporta consiste en paisajes y recuerdos históricos, casi sin referencia a las personas o aspectos de la vida actual en los lugares que visitó.

Hoy, es difícil imaginar o comprender el extraordinario vacío de conocimiento que tenía la clase gobernante, en cuanto a la mayor parte del país que gobernaba. Ciertamente, muchos de ellos sí conocían y hasta vivían parte de sus vidas en haciendas y pueblos del interior. Sin embargo, esos contactos hacían poco para crear algún acercamiento humano entre el Perú oficial y el “otro Perú”. Incluso antes de llegar a los instrumentos de dominación política, esa distancia significaba un obstáculo mayor para el desarrollo de un país compartido. En 1854, por ejemplo, ante un brote de fiebre amarilla en Lima, se sugirió aislar a los enfermos en un nuevo hospital en las afueras de la ciudad. Sin embargo, la Junta Suprema de Sanidad vetó la propuesta diciendo que “los enfermos solo son extranjeros y del interior, no de la población”. Es chocante la idea de una supuesta invulnerabilidad de los que sí eran “población”, cosa que se descubrió rápidamente. Pero aun más chocante es que, tres décadas después de la , la inmensa mayoría de los peruanos aún no eran considerados parte “de la población”.

Estas referencias ayudan para darnos cuenta de la extraordinaria transformación del Perú durante el último siglo. La revolución en la tecnología de la comunicación y en la facilidad del movimiento físico en el país nos ha llevado casi a otro extremo de mutuo conocimiento, y de interacción en todos los ámbitos –político, económico y social–. Ese cambio estructural ha contribuido enormemente al progreso de la democracia y al acercamiento mutuo en la población.