Aunque para muchos la Navidad es una fecha para compartir en familia, recordar a los que se nos adelantaron y, en general, una celebración positiva, en esta columna creemos que, en términos políticos, el Perú del 2023 tiene poco o nada que celebrar este 25 de diciembre.
Hace unos días, en Carabayllo, la presidenta declaró a la prensa y dijo “que los medios nos ayuden a poder brindar noticias en positivo y no en negativo, como esta que usted me acaba de preguntar”, en referencia a una periodista de Latina que le hizo una consulta sobre el ‘plan Boluarte’ que en su momento anunció el primer ministro Alberto Otárola (aunque la presidenta dijo que esa expresión habría sido un momento “emotivo” del titular de la PCM).
Y vaya que la mandataria necesita noticias positivas. Probablemente ese pedido venga directamente de su inconsciente. Ese que debe tener bastante claro que salimos de un año negativo en el que es muy difícil encontrar buenas noticias. Si buscan un esfuerzo en esa línea, recomiendo la columna del sábado pasado en este Diario de Jaime de Althaus, “Pequeños regalos de Navidad”.
Cuando los analistas del futuro revisen el 2023, probablemente lo verán como un año más en la turbia y continuada crisis política que vivimos desde el 2016. En un período en el que debimos tener dos presidentes, vamos seis, y en lugar de dos Congresos, vamos tres.
No solo eso, en el camino apareció un presidente que decidió dar un golpe de Estado y lo que hemos tenido en este año que (felizmente) se va es la gestión posgolpe y el mundo de las movilizaciones sociales, reacomodos, binomios, impunidad política y recesiones. Castillo ya se fue el año pasado, la comparación con su exvicepresidenta es cada vez más lejana y ahora solo ser mejor que el detenido expresidente ya no sirve para nada.
El gobierno de Dina Boluarte quedará marcado por siempre por lo que ocurrió en los primeros meses de su gestión. Los 48 fallecidos en las protestas de diciembre del 2022 e inicios de este año perseguirán a la presidenta y a su primer ministro (el binomio) por siempre. Ese sigue siendo el evento del año y será la justicia la que determinará si hubo responsabilidad penal de los señores.
Muchos sectores vieron con buenos ojos que el binomio haya logrado superar las protestas y ‘gobernar’ con el soporte de quienes antes se oponían a Pedro Castillo. La calle se apagó y los ánimos (congresales) por el adelanto de elecciones también.
Entramos así a un período de calma boba en el que los principales actores políticos, básicamente, han flotado sobre el país. No recuerdo que se haya aprobado o construido nada verdaderamente relevante. Por el lado del Congreso, la mayoría de las normas que hemos visto van en la línea de destruir institucionalidad más que construirla. Y su mensaje de impunidad política (mochasueldos y ‘Niños’ incluidos) no puede ser más deprimente y negativo.
El Ejecutivo se inventó un plan de gobierno el 28 de julio. Se presentó como una gestión nueva que pedía facultades delegadas para luchar contra la inseguridad ciudadana y prevenir los impactos del fenómeno de El Niño. Está pendiente analizar los últimos decretos legislativos emitidos con las facultades delegadas, pero, la verdad, dudo que haya algo realmente significativo. La fórmula para combatir la inseguridad se convirtió en declaraciones de emergencia que han servido para poco o nada.
Ojalá sean ciertas las proyecciones y que El Niño no sea tan fuerte como inicialmente se pensó. De lo contrario, aunque el Gobierno insiste en que han cumplido a cabalidad sus labores de prevención, me permito dudar respetuosamente.
Los últimos enfrentamientos entre la Junta Nacional de Justicia, la ex fiscal de la Nación y varios grupos políticos en el Congreso solo refuerzan la precariedad en la que vivimos. La pelea no ha acabado y algunas bancadas amenazan con perturbar la necesaria paz que se requiere en estas épocas del año. Por favor, congresistas, váyanse de vacaciones y déjenle al menos unas semanas de calma al país. Es suficiente con lo que han hecho hasta ahora.