Se acerca el 5 octubre y cada vez son menos los candidatos que siguen enteros. A la mayoría los hemos desplumado a punta de revisar su pasado, hurgando desde condenas y denuncias en el Poder Judicial, hasta las papeletas impagas o pagadas, la borrachera de alguna noche de juerga, los estudios que supuestamente hicieron y ahora no pueden sustentar. No se escapan tampoco las indagaciones respecto a si fueron socios, amigos, vecinos o parientes políticos de algún personaje oscuro. ¿Quién se salvará de este escrutinio?
Hace 20 o 30 años, cuando Internet no era omnipresente, las miserias de la gente, sobre todo las menudas, aunque a veces también algunas grandes, pasaban desapercibidas para la mayoría. Eso a pesar de que Lima siempre ha sido una ciudad de rumores, una ciudad llena de ‘bolas’, como aquellas que abundaban cuando los diarios confiscados por la última dictadura militar había que leerlos entre líneas o concluyendo lo contrario de lo que allí se decía.
Unos días atrás alguien expresaba su nostalgia por los tiempos en que los vecinos no iban exhibiendo, con mayúsculas e imágenes, su amargura y sus iras en el Facebook y el Twitter. Hoy todo se ventila, los éxitos y los fracasos, las grandezas y las miserias propias y ajenas, todo está expuesto. De tanto ver tanta mugre, cuando aparece la que sí debe ser ventilada porque nos dice cosas graves de quienes la llevan sobre la piel, ya no causa ningún impacto.
Todo esto viene a cuento a propósito de la encuesta de El Comercio encargada a Ipsos y publicada el domingo. Allí se concluye que “los limeños valoran más la experiencia que la honradez” cuando van a decidir por quién votar. Duele que sea así. Sin embargo, es probable que si se hurgara un poco más entre los encuestados, seguramente el resultado no sería tan contundente. Queda la sensación, más bien, de que los ‘limeños’ están tan hastiados de tantas denuncias, que ya no se las creen.
Otra manera de interpretar la encuesta es que se asume que todos los políticos son corruptos y que con eso no hay nada que hacer. Eso sería muy lamentable, y falso además.
Hasta Maquiavelo, que postulaba que “el fin justifica los medios”, decía también que lo que conviene al político es tener virtud y fortuna (buena suerte, que hoy podríamos traducir como inteligencia o habilidad para la gestión).
En realidad a los políticos hay que agradecerles su valentía de entrar a un campo minado de donde lo más probable es que salgan hechos pedazos... aun siendo inocentes. La suspicacia contra ellos, que los mete a todos en el mismo saco que algunos ensucian, es una injusticia.
El Perú y sus instituciones serían mejores si más mujeres y hombres valientes (no atrevidos, que es muy distinto), íntegros aunque puedan haber cometido errores, honrados y preparados para enfrentar con inteligencia y eficiencia lo que pretenden hacer, entran al campo de la política con la finalidad que esta realmente tiene: servir a la comunidad. Políticos que no sean tan ridículos de decir que han estudiado algo sin haberlo hecho, que no oculten inversiones en ciertos sectores para luego favorecerlos y que cuiden bien que los necesarios fondos para sus campañas no vengan de personajes vinculados al narcotráfico.
Un puesto público no es para ganar fama o riqueza, es para servir y eso implica sacrificio. Si alguien entra a ese mundo sin haber entendido eso, no es más que un cínico.