Ilustración: José Carlos Chihuán.
Ilustración: José Carlos Chihuán.
Carlos Galdós

Hay un error muy común entre los chiquillos y es el usar la palabra ‘mongólico’ como insulto, para dar a entender que se trata de una persona tonta. En el caso de un niño, se puede comprender que no sepa que está incurriendo en un error. Lo grave es cuando lo dice frente a sus padres y estos no corrigen la equivocación. Solo para estar alineados: el termino mongólico fue usado por el médico Jhon Langdon Down para describir el síndrome de Down, por el parecido en los rasgos físicos que él encontró en personas con este síndrome y el grupo étnico de los mongoles.

Hace unos días fui elegido para protagonizar una serie de comerciales como imagen de una marca que no tiene la culpa de tener como jefe de producto y como ejecutivo de cuentas a dos verdaderos mutilados mentales. Resulta que en la reunión previa al día de filmación del comercial televisivo, el jefe de producto, el ejecutivo de la cuenta, el publicista, mi representante y yo estábamos celebrando cada uno desde lo que le tocaba: ellos, el futuro éxito de su campaña; yo, la plata que me iba a embolsicar; y mi representante, su respectiva comisión. Todos felices y contentos. Hasta que se me ocurrió hacer la siguiente pregunta: “Oigan, ¿y por qué me eligieron a mí para los comerciales?”. Y acto seguido el representante de la marca espetó: “Porque tu energía va con los valores de la marca y, además, algo que nos pareció buenazo es que, frente a las otras opciones, tú eres el único que tiene todos los atributos que buscamos y no tiene pinta de mongólico”. Acto seguido vinieron las risotadas de los sobones de la agencia de publicidad respaldando la estupidez que acababa de gargajear su cliente. No sé cómo habrá sido mi cara, pero fue obvio que el ‘chiste’ gracia no me hizo. Fue tan obvio que todavía continuaba el personaje antes mencionado explicando que lo que les hizo tomar la decisión era mi cara de vivo, que estoy en todas, de vacilonero de barrio, etc., etc., etc. Como continuaba sin siquiera sonreír hicieron énfasis en los ‘valores’ que yo tengo. El representante cerró la frase diciéndome: “Nos gusta tu contenido, por eso te hemos elegido. No somos una marca que no se fija solo en lo externo, eso queremos decirle a la gente”.

Lo bueno de tener un representante es que en situaciones como esta, en las que simplemente no puedes seguir compartiendo la mesa con tamañas lumbreras, simplemente se activa el código de miradas y con permisito dijo monchito, un comercial y no regreso. No solo me pasa con la palabra ‘mongólico’ cuando quieren burlarse de alguien. Me ocurre lo mismo con ‘autista’, cuando se refieren a una persona distraída o ensimismada. Lo puedo entender en unos niños, pero en adultos me parece inaceptable. Asemejar un diagnóstico médico con un insulto, y peor aún creer que es chistoso, no hace más que delatar una miseria intelectual y emocional muy grave.

Estimado Ricardo, ante la insistente cantidad de correos electrónicos que me has enviado en los últimos días y la duda que te carcome, como bien escribiste en una de tus misivas, permíteme decirte que mi representante, de manera muy diplomática, te ha querido decir por todos los medios que no voy a ser imagen de tu marca. No me gustan sus valores, no me interesa la plata, no te sigas gastando escribiéndome que, si es por un tema de presupuesto, lo podemos conversar. El branding, el target, el insight, el driver, la ‘conexión emocional’ y todas las demás estupideces que me dijiste de tu producto te las puedes meter ya sabes dónde... donde no te entre el sol.

Esta columna fue publicada el 27 de mayo del 2017 en la revista Somos.