Editorial El Comercio

Cuenta Plutarco en sus “Vidas paralelas” que el rey Tigranes de Armenia mandó cortar la cabeza del mensajero que le trajo la noticia de que el cónsul Lúculo y las fuerzas romanas habían llegado a sus territorios con el claro propósito de derrotarlo en batalla y someterlo (cosa que, en efecto, sucedió). El supuesto episodio se remonta al 69 a.C., pero desde entonces ha conocido infinitas réplicas y variantes, al punto de dar nombre a una práctica común entre los que son o se sienten poderosos. Con el paso de los siglos, claro, ya nadie mata literalmente al portador de malas nuevas, pero sí tiende a responsabilizarlo de ellas, a pesar de lo absurdo que tal comportamiento resulta. Acaso la explicación radique en lo que Sigmund Freud sugiere al respecto: que se trata de una forma de lidiar con lo insoportable.

De hecho, nuestra historia política remota y reciente está repleta de ejemplos que confirman lo dicho. Sin ir muy lejos, recordemos al expresidente del Congreso Luis Galarreta (Fuerza Popular), que en el 2018 amenazó a los “medios mermeleros” que acababan de denunciar gastos frívolos de su gestión con una ley para prohibir la publicidad estatal; o a la actual presidenta Dina Boluarte que, en el 2021, cuando era todavía vicepresidenta y ministra de Desarrollo e Inclusión Social, se irritó con unas preguntas de los periodistas sobre las imágenes relacionadas con Sendero Luminoso que el entonces jefe del Gabinete Guido Bellido había divulgado en las redes y clamó: “¡Basta! A los señores de la , seamos proactivos”. Para luego añadir: “La prensa sigue dando vueltas con las mismas preguntas, que no hacen bien a la sociedad”.

En esa misma línea, el gobernador regional de La Libertad y líder de Alianza para el Progreso (APP), , ha postulado esta semana la tesis de que el revuelo y la indignación que se ha levantado en la opinión pública por la elección del congresista de su partido como titular del Parlamento es culpa de la prensa. Como se sabe, el problema con Soto es que, un par de días antes de ser elegido, logró que se archivase un proceso en su contra por estafa, valiéndose de una ley por la que él mismo había votado sin siquiera declarar el conflicto de intereses en el que estaba. A eso, además, hay que agregarle la mentira en la que incurrió cuando esto último se hizo de dominio público: afirmar falsamente que el proceso en cuestión estaba archivado el día en que votó a favor de la ley.

Pues bien, si eso no constituye materia de cuestionamientos y críticas a quien acaba de acceder a un cargo tan importante en el Legislativo, ¿qué podría serlo? ¿Solo violaciones, robos o asesinatos en los que pudieran verse involucrados los miembros de la representación nacional? Eso, por lo menos, es lo que parece desprenderse de las mencionadas declaraciones de Acuña, quien este martes, a la salida de una reunión con los integrantes de la bancada de APP, aseveró: “Todo este tipo de comentarios de los medios, ojo, está generando una crisis política que afecta a todos los peruanos”. Y para que no quedaran dudas sobre el asunto al que se estaba refiriendo, agregó: “Desde el día 26 de julio hasta ahora, todos los días, comentarios y comentarios del presidente del Congreso. ¿Quién está perdiendo? Está perdiendo el país, porque este tipo de comentarios no ayuda para que haya inversión”.

Es decir, una vez más, resulta que la responsabilidad de que una porción importante de la ciudadanía esté disconforme con la elección de un presidente del Legislativo que actúa en provecho propio y miente al respecto corresponde a la prensa, al odioso mensajero que transmite la mala noticia… La verdad es que lo último que necesitamos son excusas como cancha para justificar lo que a todas luces es un comportamiento que abona la repulsa que genera hoy un cimiento tan importante de la democracia como el Congreso. A ver si este mensaje le llega al gobernador regional de La Libertad.

Editorial de El Comercio

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