El ministro de Justicia, Aníbal Torres, y la ministra de Desarrollo e Inclusión Social y primera vicepresidenta de la República, Dina Boluarte. (Fotos: El Comercio).
El ministro de Justicia, Aníbal Torres, y la ministra de Desarrollo e Inclusión Social y primera vicepresidenta de la República, Dina Boluarte. (Fotos: El Comercio).
Editorial El Comercio

La fórmula es longeva, pero no por eso deja de ser repetida. Debajo de toda autoridad que se queja porque los medios informan sobre ‘lo malo’ y soslayan ‘lo bueno’ de su gestión, palpita en realidad cierta desesperación por los avances que el periodismo va logrando y que los poderosos quisieran obliterar del debate público. Lo que desean los políticos que repiten el libreto anterior no es que “su trabajo” reciba cobertura (para eso, al menos en los niveles más altos del Estado, las dependencias cuentan con oficinas de comunicaciones que subvencionamos todos los ciudadanos). Lo que realmente quisieran es que la prensa deje de hurgar allí donde han comenzado a verse los pliegues que preferirían que estén ocultos de la vista de los gobernados.

Y esa es exactamente la receta a la que han recurrido dos ministros en los últimos días.

El titular de Justicia, , por ejemplo, afirmó en una entrevista en la que se le consultó por el folio cada vez más voluminoso de cuestionamientos que colecciona este Ejecutivo que “ no está dando dinero a la prensa y eso genera un rechazo” y lamentó, además, que la prensa “solamente encuentra errores por parte del Gobierno, [pero] nunca se evidencian los logros”.

No vamos a explayarnos aquí sobre la primera parte de su respuesta porque ya en hemos evidenciado la debilidad del argumento de ‘la mermelada’ que, hasta hace poco, fujimoristas y apristas usaban para fustigar a los medios que denunciaban sus trapacerías. Por supuesto, afirmar que la prensa cuestiona a la oposición porque recibe prebendas del Gobierno o, viceversa, que fustiga al segundo porque no recibe fondos de este es recurrir a una de las dos caras de la misma moneda. En ese sentido, el ministro Torres no se diferencia mucho de, por ejemplo, los excongresistas Luis Galarreta o Mauricio Mulder.

Respecto de lo segundo, hay que decir que el señor Torres no ha sido el único en expresarse en ese sentido. Ayer, la ministra de Desarrollo e Inclusión Social y primera vicepresidenta, , afirmó, luego de ser interpelada por en la que el jefe del Gabinete, , aparece posando al lado de la imagen de una de las “escuelas populares” de : “Agradecería a la prensa que sus preguntas sean más proactivas […]. Seamos positivos, seamos propatria”. Y expresó, además, su deseo de que “tanto la prensa como las autoridades trabajemos de manera seria, madura, hermanados en la más amplia unidad”.

Quizá la señora Boluarte sueña con unos medios que se abstengan de formularles preguntas incómodas a ella y a sus colegas, y que se dediquen solo a recoger sus buenas obras. En pocas palabras, la señora Boluarte sueña con una comparsa. Por supuesto, países en los que los medios operan como agencias de márketing del poder, como anhela la señora Boluarte, existen. En esos países, más bien, lo que no existe es la democracia.

Como , la única relación posible entre la prensa y los poderosos en democracia es la de una vigilancia crítica permanente. Los medios no estamos para aplaudir, festejar, ni mucho menos para ‘trabajar hermanados’ con las autoridades, como si fuésemos compadres.

¿Qué pretende la señora Boluarte? ¿Que los medios callemos ante la presencia cada vez más evidente de turiferarios de Sendero Luminoso (cuando no de senderistas mismos) en el Gobierno? ¿Que nos crucemos de brazos al ver que cada semana se nombra dentro del Estado a una persona que exhibe más antecedentes policiales que pergaminos para el cargo? ¿Que no informemos sobre los indicios cada vez más graves que atañen a ?

La democracia, señora Boluarte, no se resiente cuando el periodismo pregunta. La democracia, más bien, se resiente cuando quienes le deben explicaciones a la ciudadanía prefieren guarecerse en el silencio o en fútiles evasivas. Cuestionar no es ser, como sus palabras sugieren, ‘antipatria’. Este calificativo, más bien, les calza a todos aquellos que muestran su condescendencia hacia la vesania terrorista y a aquellos que, teniendo cerca a estos últimos, intentan que los ciudadanos y los medios miremos hacia otro lado.

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