Dos tuits difundidos por el congresista Yehude Simon el domingo alrededor de las seis de la tarde pusieron a la coalición de izquierda Únete bajo la amenaza de quedarse sin una inscripción ante el JNE que le permita participar en los comicios del 2016 y, adicionalmente, sin razón de ser para las elecciones internas planeadas para setiembre próximo a fin de escoger a su candidato presidencial.
De entre todas las organizaciones que integran ese frente –Fuerza Social, Ciudadanos por el Cambio, el Partido Comunista, Patria Roja, etc.–, el Partido Humanista, que lidera el ex presidente regional de Lambayeque, es, efectivamente, el único que tiene inscripción electoral vigente. Pero, según habíamos entendido, la había ofrecido generosamente para hacer viable la postulación de quien resultase triunfante en la compulsa interna del conglomerado.
“Si ahora logramos ponernos de acuerdo en una propuesta programática y nos mantenemos unidos, daremos la sorpresa”, declaró Simon hace apenas cuatro meses, con ocasión del lanzamiento del proyecto político. Y si bien no se puede negar que alguna sorpresa ha existido en este amago de renuncia, los motivos esgrimidos por el congresista para justificar su supuesto alejamiento evidencian que no son precisamente las consideraciones programáticas lo que anima su participación en el frente.
“La desconfianza debilita el grupo humano y oscurece el ambiente y la alegría; cuando no se confía en [un] proyecto que debe ser unitario, mejor partir”, reza el primero de sus tuits divulgados el domingo. Y el segundo es mucho más explícito: “Humanistas deseamos lo mejor para nuestra izquierda pese [a] que algunos no quieren nuestra presencia. Respetamos [la] decisión. Caminaremos sin ellos”.
En adición a lo escasamente institucional que resulta que la decisión de un partido sea anunciada a través de un tuit del líder y no en un comunicado oficial, queda claro que las razones del eventual retiro tienen que ver con las objeciones a la candidatura de Simon antes que con elucubración programática alguna.
Como se recuerda, la circunstancia de que el congresista lambayecano haya sido el primer ministro del gobierno aprista cuando ocurrió el ‘baguazo’ y se sumase luego al famoso ‘sancochado’ que impulsó la candidatura presidencial de Pedro Pablo Kuczynski en el 2011 despertó desde el principio resquemores en un sector de la izquierda, agrupado dentro del Frente Amplio. Se sabe, sin embargo, que últimamente esas resistencias habían encontrado eco también entre los sectores más jóvenes de las organizaciones presentes en Únete.
Las elecciones internas, empero, se ofrecían supuestamente como el escenario ideal para resolver esa diferencia: si Simon –que anunció sus intenciones de participar en esa contienda desde el primer día– contaba con el apoyo suficiente, sería ungido como el postulante de la coalición a la presidencia. Y si no, pues otro sería el elegido y, según las normas de la democracia, él tendría que respaldarlo.
¿Qué ha cambiado en el camino? Pues no es descabellado suponer que el conflicto entre la determinación del congresista de ser el candidato de Únete (“No voy a parar con mi candidatura; nada hará que se detenga”, declaró en julio) y las posibilidades reales que tenía de lograrlo hizo crisis, moviéndolo a hacer el amago de coger su inscripción y llevársela a otro lugar en donde quizá fuesen menos ariscos con respecto a sus aspiraciones: un gesto que equivale al del muchacho que presta su pelota para jugar un partido de fulbito con sus amigos, pero en el momento en que el resultado le es desfavorable o no lo dejan jugar en la posición que quiere, coge el balón y se va.
¿Qué podían hacer las otras organizaciones de Únete al ver que, cuando recién se habían puesto los chimpunes, de pronto estaban ante la amenaza de quedarse sin pelota? No mucho: o alinearse detrás de la otra postulación de izquierda que cuenta con inscripción (esto es, la del Frente Amplio) o correr detrás de Simon para asegurarle que lo van a dejar jugar en la posición que quiere. Y eso último parece ser lo que ha sucedido.
Sea como fuere, todo indica que el viejo personalismo que explica el galimatías de siglas y escisiones que compone la historia de la izquierda en el Perú ha triunfado una vez más. Y la democracia, claro, quedará para otra ocasión.