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Sin perdón
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Este martes comenzó el juicio contra Susana Villarán, la exalcaldesa de Lima, que por años enarboló la bandera de la anticorrupción y se jactaba de tener “las manos limpias”. La ironía es dolorosa: quien se presentaba como defensora de la transparencia terminó en el banquillo por recibir millones de dólares de las constructoras brasileñas Odebrecht y OAS para su campaña del No a la Revocatoria.
La fiscalía le imputa cinco delitos graves: asociación ilícita, lavado de activos, colusión, falsa declaración y falsedad genérica. El pedido es contundente: 29 años de prisión por liderar una presunta red criminal que lavó más de US$11 millones provenientes de estas empresas corruptas.
Lo más revelador no son las cifras astronómicas, sino la actitud de quien prometió una gestión sin corrupción. En una entrevista con César Hildebrandt el pasado lunes, tras seis años de silencio, Villarán de la Puente ofreció un perdón insultante para quienes confiaron en ella. No pidió disculpas por aceptar dinero sucio de empresas que operaban bajo esquemas corruptos globales, sino únicamente por haber callado. “Pedí perdón por callar”, declaró.
Más grave aún, afirmó sin pudor que “volvería a hacer lo mismo” si estuviera en esas circunstancias, como si recibir financiamiento ilícito fuera legítimo para mantenerse en el poder. Esta confesión desnuda su naturaleza: para la exburgomaestre, el fin –quedarse en la alcaldía de Lima y no ser revocada– justifica cualquier medio.
Su defensa es igualmente desvergonzada. Sostiene que no hubo “ningún acto de corrupción”, porque supuestamente no otorgó ventajas a las constructoras. Como si recibir millones de empresas con contratos de concesión otorgados por la comuna siendo la titular de la Municipalidad de Lima no constituyera, per se, un acto irregular que vulnera principios elementales de la función pública.
La exalcaldesa Susana Villarán no merece perdón, porque nunca lo pidió realmente. Su arrepentimiento es selectivo: lamenta haber sido descubierta y no haber defraudado a limeños que creyeron en un discurso ético de “manos limpias”. Será el Poder Judicial el que defina qué pena le corresponde a Villarán de la Puente, pero la historia la juzgará como la primera mujer elegida alcaldesa de Lima que prometió transparencia y traicionó a los millones de limeños que confiaron en ella para poder permanecer en el cargo.

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