Mientras que países ricos y pobres, democracias y dictaduras enfrentan la crisis del coronavirus con medidas extremas que cercenan libertades fundamentales, Suecia ha tomado otro camino.
No ha cerrado su economía y no ha obligado a la gente a quedarse en sus casas. Los bares, restaurantes, gimnasios y demás negocios siguen abiertos, así como sus fronteras. Han cerrado las universidades y escuelas secundarias y han prohibido reuniones de más de 50 personas. Más allá de eso, las autoridades han sugerido que la gente se quede en sus hogares si puede y que practique el distanciamiento social.
Las autoridades suecas consideran que esta es la mejor manera de contener la pandemia. Y aunque la economía todavía sufre, no se derrumba como en otros países. Las autoridades en el resto de Europa critican el experimento sueco de irresponsable y por crear las condiciones que resultarán en muertes masivas en el futuro. La mayoría de los suecos no lo ve así. Es más, como observa el analista Fredrik Erixon, el encierro colectivo es lo nuevo: “No es Suecia la que está practicando un experimento. Son todos los demás”.
Lo que busca Suecia es que se logre la inmunidad colectiva. Eso requiere que una porción de la población se infecte poco a poco y que otra buena porción de la población –especialmente los más vulnerables, como los ancianos– se quede en casa y siga las prácticas sugeridas. Quienes se infecten desarrollarán inmunidad y solo una minoría de quienes se enfermen morirá.
Los suecos creen que están logrando sus metas. Los críticos apuntan al hecho de que las tasas de mortalidad de Suecia son mucho más altas que las de sus vecinos Dinamarca, Noruega y Finlandia. No obstante, son muy inferiores a las de Italia y España. Pero esta película no ha terminado. Muchos países europeos están volviendo o pronto volverán a reabrir sus economías y permitirán que se salga del encierro. Como la gente no ha desarrollado inmunidad, habrá nuevos brotes, otra ola de muertes y, probablemente, nuevas órdenes de encierro.
Los suecos quieren evitar justamente ese proceso y apuestan que, a la larga, obtendrán superiores resultados respecto de la salud pública. Es muy temprano para saber si tendrán razón, pero no es descabellado pensar que sí.
¿Es el modelo sueco exportable? En Suecia, las agencias gubernamentales como la de la salud pública son independientes de los ministros de gobierno. Las políticas de Estado respecto del virus las está diseñando el jefe de epidemiología de tal agencia. Esta estructura, quizás única en el mundo, reduce el populismo político que comúnmente se ve en otros países durante tales emergencias. El analista Johan Norberg observa además que los suecos tienen una cultura de alta confianza, por lo que respetan y acatan las recomendaciones de las autoridades.
Ni América Latina ni el resto del mundo es Suecia, pero en la medida que tanto los países ricos como los pobres aprecian cada vez más que el encierro colectivo es insostenible, se vuelve urgente implementar nuevas políticas de contención del virus que sean inteligentes, sean como las suecas o no.
El economista peruano Norman Loayza, del Banco Mundial, critica los encierros colectivos porque pueden ser especialmente dañinos en los países pobres con altas tasas de informalidad. Pueden agravar el contagio en barriadas donde hay hacinamiento debido a la “compresión social” forzosa, por ejemplo. En cambio, Loayza recomienda una serie de medidas de contención inteligentes. Estas incluyen proveer lugares para lavar las manos en zonas que no tienen agua potable, usar mascarillas en público y dejar trabajar a la gente dependiendo de su estatus de salud, entre otras ideas. Es hora de implementar otro modelo que corresponda a nuestra realidad, tal como lo han hecho los suecos.
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