Luis Jochamowitz fue, sin proponérselo, una de las personas que más conoció a Alejandro Toledo en su versión previa a la presidencia. Todo comenzó en la década de los 90 con una llamada extraña. El final del personaje que él conoció es aun más desconcertante: en prisión, acusado de lavado de activos.
—Toledo lo llamó para pedirle que escribiera un libro sobre su vida. ¿Cómo fue ese encuentro?
Me llamó un día, mucho antes de ser presidente; yo vivía en Miraflores, quedamos en encontrarnos en el Haití. Yo sabía vagamente quién era porque ya salía en televisión, estaba por fundar el partido -yo estuve, en una cancha de fulbito, la noche en que se creó Perú Posible-. Había leído cosas mías, quería un libro para su campaña. Me dio esa impresión que le da a la mayoría de gente cuando recién lo conocen: un personaje raro, con una pronunciación extraña, un historia que me contó de primera mano, “yo soy un error estadístico”, nacido en Cabana, graduado en Standford. No dejó de parecerme interesante el personaje, pero no me pareció convincente. No pensé que fuera un posible líder nacional, parecía otro de esos personajes extraños que tienta suerte, ya que nuestras elecciones son una especie de kermesse, una rifa. El hecho es que escribí el libro, pero como un trabajo profesional. Me interesa, como técnica literaria, la del escritor fantasma.
—¿Qué versión de Alejandro Toledo encontró en aquellas conversaciones?
Creo que eso fue lo que me convenció de hacer la chamba: me invitó a Japón, quince días. Él vivía en Tokyo, yo fui y nos íbamos a conversar a un parque, atrás del departamento. Conocí a su hija, Chantall, Eliane no estaba, era otro tiempo. Era un Toledo con más autocontrol del que después iba a tener. Cuando entras en una relación así, bilateral, descubres fortalezas y debilidades enormes. No he tratado mucho con políticos, pero lo más llamativo en ellos es la ambición. Son ambiciosos sin ninguna correlación de sus capacidades. El político no tiene el menor reparo en si puede hacerlo bien, lo único que sabe es que quiere eso que busca.
"No he tratado mucho con políticos, pero lo más llamativo en ellos es la ambición. Son ambiciosos sin ninguna correlación de sus capacidades"
—¿Cuánto cambió después él? ¿Volvieron a verse?
Cuando llegó al gobierno no lo busqué. Después, hacia el final, me llamó. Pero ya el partido estaba jugado, observé su desorden, No era muy autocontrolado, aunque todavía no había llegado al extremo al que llegó en el poder. Porque el poder desarregla. Si no tiene una personalidad muy bien formada, probablemente el poder te saca de quicio. Es llamativo que los presidentes estén presos, pero quizá más llamativo es que todos los presidentes del Perú son pequeñas personas, apenas por encima de lo mediocre y, a veces, francamente mediocres. Son mucho más pequeños que el cargo que han ocupado. Parece que no hubieran interiorizado qué es ser presidente del Perú, no sé si les falta conocer la historia, o si no tienen imaginación histórica. En general, son seres que están muy por abajo de lo que uno supondría. Independientemente de sus gobiernos, los dos últimos presidentes que tuvieron alguna idea histórica de su papel fueron Alan y Belaunde, aunque los dos me parecen bastante deficientes en sus resultados. Todo el resto podrían haber sido intercambiados entre administradores de un grifo o presidentes de la República.
— Conoció al Toledo que se jactaba de haber derrotado a la dictadura de Fujimori; años después, al presidente de los números en azul. Ahora último, al hombre derrotado en silla de ruedas. ¿Cuáles eran los rasgos de aquel Toledo previo que conoció en Tokyo?
Intelectualmente nunca me pareció estimulante, ni una persona con la que se podía conversar de verdad. Sin embargo, era un personaje relativamente nuevo, no estaba ‘quemado’. También es desconcertante el paso del tiempo en estos personajes. Me acuerdo del Toledo de la Marcha de los Cuatro Suyos, luego se van construyendo nuevos personajes. Los testigos, los observadores, los ciudadanos van acomodándose a esos otros personajes que van apareciendo y descubren monstruosidades, como que le han dado 30 millones de dólares. Entonces, recapitulas. ¿Cómo se reacomoda uno en esa historia? Y al final regresa en una silla de ruedas, es un despojo, pero uno se sigue reacomodando a los hechos. ¿Con cuál de todos los Toledos quedarse?
—Él decía ser “un error en la estadística”, pero ahora que sabemos sus verdades, encaja en el promedio de presidentes vinculados a Odebrecht.
Pero Odebrecht es un ejecutante de paso, con tanto éxito que quedó así retratado. ¿Cuál es la regla para entender este fenómeno? La única que yo imagino es entender que estamos frente a pigmeos, auténticos pigmeos, pequeñísimos hombres que no han entendido el lugar en el que están, que no habitan sus zapatos. Si yo fuera ambicioso, audaz y más joven, me hubiera lanzado a una campaña y hubiera sido presidente, estaría a merced del elogio vacío, pero me hartaría. Pero, ¿cómo puedo ignorar mi posición?
—Alguna vez usted dijo que Montesinos “es un monstruo, pero es nuestro monstruo”. ¿Podríamos decir que Toledo es nuestro corrupto típico, nuestro coimero tradicional?
Tenemos distintos coimeros. Pero si esta ‘élite’ es así, es un reflejo de quiénes somos en la base de la sociedad. Podemos ir haciendo autopsias. ¿Cuál era el estilo de Kuczynski? Él era un lobbista profesional, de oficio, y eso explotó cuando ya no era lobista sino presidente. El mismo Alan. ¿Cuál era el estilo corrupto de García? Él se llenaba la boca con el tema de la historia, pero estaba rodeado de personajes de quinta categoría y además había que mantener ese aparato para las siguientes elecciones. Me lo imagino como un pragmático de la corrupción: ‘No puedo hacer nada, así son, necesito esa plata’. En el caso de Toledo, me da la impresión de que él empeoraba con el éxito; es un fenómeno frecuente, yo mismo lo puedo observar en mí. En los buenos tiempos uno se abandona, se relaja. Haber ganado la presidencia debe haber sido fatal para él. Yo no lo traté durante sus años de gobierno, pero sí lo seguía y lo observaba. Lo que sucedió con su hija Zaraí es un error solo comparable con la vacunación de Vizcarra, errores tan garrafales.
"En el caso de Toledo, me da la impresión de que él empeoraba con el éxito; es un fenómeno frecuente, yo mismo lo puedo observar en mí. En los buenos tiempos uno se abandona, se relaja"
—Por cierto, ¿Toledo le pagó por el trabajo?
No sabes lo difícil que fue, y no recuerdo si me lo pagó completo. Recuerdo haber ido a su casa de Camacho a cobrarle. Lo que siempre me dijo es: “No te preocupes, hermano, yo voy a ser presidente y tú ya me dirás qué necesitas”. Yo le dije que no, que me iba a pagar. Hemos vuelto a hablar después de que fue presidente, cuando todavía no se sabía todo esto.
—¿Le sorprendió este epílogo en su vida política?
No sé si me sorprendió, pero sí me desagradó profundamente, no por él sino por los que fuimos ilusos al votar por él. Fue como una traición colectiva, una defraudación pública. En el fondo, siempre somos llevados y traídos por estos personajes que van cambiando. Los aplaudimos, pero después los encerramos en Barbadillo.
—En Barbadillo tenemos a tres hombres que en su momento encarnaron una solución. Fujimori, que nos ayudaría a salir de la crisis. Toledo, que nos ayudaría a olvidar a Fujimori. Castillo, que reivindicaría al peruano humilde. ¿Volveremos a creer en caudillos?
Yo digo, ¿se aprende con las votaciones fallidas? De repente es más lento el aprendizaje, pero la reiteración es tanta... Claro, si la oferta es paupérrima no hay nada que aprender. El voto en blanco me parece cada vez más decente, más factible; yo jamás votaba en blanco, salvo la última vez.
—¿Ve en estos tiempos algún personaje interesante, promisorio, alguien con una biografía digna de ser contada?
No, ninguno. ¿Quiénes podrían ser? López Aliaga, Keiko Fujimori... no se puede decir que son peores, pero no hay ninguna fe o esperanza. No veo cambios, no veo consecuencias. Sería difícil que en este ambiente tan volátil y confuso la gente diga ‘queremos un centro, un equilibrio’; es posible, pero no parece un pensamiento natural. Lo natural sería un extremista de cualquier lado. Ni siquiera de izquierdas o derechas, en el fondo es una política cainita, todos contra todos.
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