Springsteen: música de ninguna parte
2025
Cine
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Jeremy Allen White es el protagonista de "Springsteen: música de ninguna parte". (Foto: Disney)
Jeremy Allen White es el protagonista de "Springsteen: música de ninguna parte". (Foto: Disney)

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“Springsteen: música de ninguna parte”: más que un biopic, un pedido de ayuda
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“Springsteen: música de ninguna parte”: más que un biopic, un pedido de ayuda

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En un panorama saturado de biografías musicales que parecen clonarse unas a otras, llega para recordar que detrás de cada mito hay un hombre común, lleno de contradicciones y heridas que nunca terminan de cerrar. Bajo la dirección de Scott Cooper, esta película no busca glorificar a Bruce Springsteen, sino entender de dónde viene su oscuridad, qué lo llevó a escribir las canciones más tristes de su carrera y cómo sobrevivió a la soledad que suele acompañar al éxito.

Vimos la película protagonizada por Jeremy Allen White y aquí te contamos nuestra reseña oficial.

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Un pasado que no deja respirar

La película abre en los años cincuenta, en el pueblo de Freehold, Nueva Jersey, con un joven Bruce observando cómo su padre, borracho y violento, se derrumba frente a su familia. Esa secuencia inicial, filmada en un blanco y negro áspero, funciona como una herida que atraviesa todo el relato. Cooper no necesita explicar demasiado: desde ese momento entendemos que la infancia de Springsteen es el eco constante que resuena en su música.

"Springsteen: música de ninguna parte" (2025)
"Springsteen: música de ninguna parte" (2025)

A partir de ahí, el tiempo da un salto hasta 1981, cuando el artista, ya famoso y agotado, regresa de su gira mundial con el corazón vacío. La disquera quiere un nuevo disco lleno de éxitos, pero Bruce decide aislarse en una casa alquilada en Colts Neck para grabar algo diferente: un conjunto de canciones sin ornamentos, narradas desde la desesperanza. Son los inicios de Nebraska, ese álbum crudo y minimalista que marcaría un antes y un después en su carrera.

Jeremy Allen White: la vulnerabilidad del mito

Jeremy Allen White se aleja por completo del héroe de rock carismático y se sumerge en un Bruce cansado, introspectivo, casi ajeno a su propio cuerpo. Su interpretación está llena de silencios incómodos, respiraciones cortas y miradas perdidas. No hay rastro del ego ni del espectáculo; hay un hombre que se siente culpable de su éxito, que no sabe cómo conciliar la fama con la necesidad de ser honesto.

White transmite el agotamiento físico y emocional del artista con una naturalidad que incomoda. Su Springsteen parece siempre al borde del colapso, encerrado en su estudio improvisado, escribiendo letras con rabia y miedo, buscando sentido en las historias de criminales, obreros y almas errantes.

A su lado, Jeremy Strong ofrece una actuación sorprendentemente cálida como Jon Landau, el productor y confidente del músico. Su relación, más de amistad que profesional, sostiene buena parte del peso emocional del film. Landau aparece como el ancla que impide que Bruce se pierda por completo entre sus demonios.

Un relato que se atreve a desacelerar

“Springsteen: música de ninguna parte” se distancia de los biopics convencionales al evitar las secuencias de triunfo y los montajes de éxito. En lugar de eso, Cooper apuesta por la lentitud, por la contemplación y el silencio. Es una película que respira, que deja espacio al vacío. No hay artificio ni sentimentalismo; hay largos planos donde lo importante no es lo que se dice, sino lo que se siente.

La fotografía, con tonos apagados y sombras profundas, refuerza esa atmósfera melancólica. Las escenas en el estudio, iluminadas apenas por una lámpara o la luz que entra desde una ventana, transmiten la sensación de encierro y de aislamiento creativo. Es como si Bruce estuviera grabando no un álbum, sino su propia supervivencia emocional.

"Springsteen: música de ninguna parte" (2025)
"Springsteen: música de ninguna parte" (2025)

Entre la inspiración y el abismo

El guion evita convertir a Springsteen en un genio iluminado. En cambio, muestra a un hombre que se siente perdido, que no sabe si tiene algo más que decir. Los momentos de inspiración aparecen de forma torpe y realista: vemos a Bruce anotar frases sueltas en papeles, borrar, frustrarse, repetir una melodía hasta el cansancio. Su proceso creativo no es glorioso, sino doloroso.

En medio de ese aislamiento, conoce a Faye (Odessa Young), una joven madre que se convierte en su refugio temporal. Ella representa una conexión con la vida cotidiana, algo que Bruce parece haber olvidado. Sus encuentros son sencillos, cargados de ternura, pero también de melancolía: ambos saben que su historia no durará. Faye no es una musa ni una salvadora; es solo una persona que le recuerda a Bruce que todavía hay belleza en lo pequeño.

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Cooper y el sonido de la tristeza

Scott Cooper ya había explorado la relación entre música y vulnerabilidad en ‘Crazy Heart’, pero aquí logra una madurez distinta. Su dirección evita el melodrama y se centra en el detalle: el ruido de una cinta girando, el sonido del lápiz sobre el papel, el silencio después de una nota mal tocada. Todo está al servicio de una idea: que la música de Springsteen nace del dolor, pero también de una necesidad urgente de sanar.

El director utiliza las canciones de ‘Nebraska’ no como fondo musical, sino como parte del relato emocional. Cada tema aparece en el momento justo, amplificando la angustia o la calma del protagonista. Cuando suena “Atlantic City”, por ejemplo, no sentimos triunfo, sino resignación. Es un eco del alma del artista, no una banda sonora.

"Springsteen: música de ninguna parte" (2025)
"Springsteen: música de ninguna parte" (2025)

La caída y el renacer

En el último tramo, la película deja de lado la narrativa musical para adentrarse de lleno en la mente del protagonista. Los recuerdos de su padre, los ataques de ansiedad y la sensación de inutilidad se mezclan hasta formar un retrato brutalmente honesto de la depresión. Cooper no busca ofrecer soluciones fáciles ni cerrar el relato con un final optimista.

El clímax llega con la grabación de “Born in the USA”, una escena que, en manos de otro director, habría sido épica. Aquí, en cambio, es íntima, casi silenciosa. Bruce toca solo, exhausto, sin imaginar el impacto que esa canción tendrá años después. Cooper corta justo antes de la gloria, dejando al espectador con una sensación de calma amarga: no necesitamos ver el éxito para entender su valor.

Un retrato sincero y necesario

“Springsteen: música de ninguna parte” no busca entretener; busca conectar. Es una película que desarma el mito del rockero invencible y lo reemplaza por algo mucho más poderoso: la humanidad. Con una actuación magistral de Jeremy Allen White y una dirección elegante pero contenida, Scott Cooper entrega una obra que se siente más cercana a una confesión que a una biografía.

No hay moralejas ni glamour, solo un hombre enfrentándose a su propia oscuridad para transformarla en arte. Y en ese proceso, la película logra lo que pocos biopics consiguen: recordarnos que la verdadera música no nace del éxito, sino del dolor y la búsqueda de redención.

La película ya está disponible en los cines de Perú.

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