Cada vez que escucho hablar del ChatGPT siento que mi trabajo como autor de libros y columnas tiene los días contados. No falta mucho para que las inteligencias artificiales reemplacen a los escritores. Parece ser la ley de la modernidad. Lo que no me esperaba era empezar a sentirme prescindible también en casa. Antes, mi hija me consultaba la hora, la temperatura, me pedía ponerle canciones. Desde hace unos meses, esa tarea la cumple el Hey Google que tenemos en la sala, un dispositivo de asistencia que se ha convertido en su mascota. A mí no me hace tanto caso (me refiero al dispositivo, aunque el comentario vale para mi hija): cuando le doy una instrucción medianamente rebuscada, me devuelve una misma frase cargada de desesperante cordialidad: «Perdona, no te he entendido, pero sigo aprendiendo todos los días».
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