Con el agua hasta el cuello y al borde de la hipotermia, al atribulado Pedro Castillo se le presenta un formidable salvavidas al alcance de sus manotazos: el mundial de fútbol Qatar 2022.
No precisa de mérito alguno para recurrir a ese flotador espontáneo. Solo le basta flotar desvergonzadamente, reprimiendo las ganas de tomar decisiones irremediablemente desafortunadas. Ni siquiera es necesario que pose con la camiseta puesta esgrimiendo esa sonrisa torcida que sugiere que ni cuando está contento lo está de verdad.
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Es más, tal como si fuera el Mar Muerto saturado en sal, la naturaleza de las aguas en que se ahoga le facilitan una mayor flotación. Es un líquido impregnado con la densidad natural propia del rechazo al fujimorismo, sustancia hechicera que como se sabe tiene la capacidad de convertir a un panetón Tottus en esperanza nacional. Señora Keiko, por favor, dedíquese a su familia.
Hace meses que Castillo goza de esa encogida de hombros permanente con que la ciudadanía contempla las evidencias de su piratería y naufragio como quien ve volar una mosca. A esto está a punto de sumársele el anestésico más potente que existe sobre la tierra, redonda como una pelota. Es el que se genera cuando once personas persiguen un balón en nombre de la patria.
El nacionalismo futbolístico suspende agonías, distrae urgencias y resucita a los muertos políticos, los únicos cadáveres que, aunque apesten, caminan. El señor Vizcarra, alias Bebito Fiu Fiu, podría ser el actual abanderado de los finaditos políticos que aún se ofrecen a salvarnos.
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Toda felicidad supone un grado de inconciencia y de distracción. El estado constante de alerta nos convierte, con toda razón, en pesimistas. Especialmente en el Perú, donde todas las señales indefectiblemente apuntan a una posibilidad aún peor de las cosas. Siempre será bien recibido el alivio pasajero de esa pesadumbre con pe de patria. Netflix cuesta. El futbol, desde casa, es gratis.
En ese horizonte que se estrecha y deteriora sin implotar del todo, una clasificación mundialista será Xanax caído del cielo. El bloqueo temporal de estímulos cerebrales, intercambiando momentáneamente las preocupaciones reales por el sano oficio del entrenador de sillón, nos volverá a hacer creer en una versión instantánea del futuro. Un futuro que dura lo que dura un mundial, pero futuro más confiable que el verdadero, al fin y al cabo.
Porque de no clasificar, y toquemos todas las maderas que flotan alrededor del naufragio, el malestar nacional buscará urgentemente un chivo expiatorio. Gareca es inimputable, un monumento viviente cuya inteligente modestia lo inhibe de caminar sobre las aguas. Cuevita ya paso por su expiación y solo espera un nuevo penal para hacer historia. Con ellos no se metan.
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De no clasificar, el responsable emocional de ese revés será el mismo al que se le atribuye este marasmo de incompetencia y cleptomanía que nos fulmina con desaliento. En esa contingencia hasta los antifujimoristas perderán el pudor de llamarlo por su nombre, que ya tiene varios.
A algún asesor desconectado de la realidad ya se le debe estar ocurriendo la recepción en Palacio para los mundialistas clasificados, el feriado no laborable de rigor, y mudar la Videna a Palacio de Gobierno. Todo lo que sea necesario para matar los audios.
Este 13 de junio Dina, Pacheco, Castillo, los sobrinos prófugos, los Niños de AP, Silva, los directivos del Club Apurímac y todos demás implicados escondidos en alguna parte, van a gritar los goles peruanos como si hubieran vuelto a nacer libres de pecado, sospecha y cárcel.
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