Abogado, máster en Derecho por la Universidad de Chicago, Guillermo Flores Borda es una voz serena que viene advirtiendo desde diversos espacios sobre la creciente politización de la religión, un fenómeno que hemos empezado a ver con fuerza en la campaña electoral peruana. El también docente de Religión, Política y Políticas Públicas de la Universidad del Pacífico conversa con Somos desde la Iglesia Presbiteriana de Pueblo Libre, a la que asiste desde hace años y que describe como de corte moderado o progresista. Su pastor es Pedro Arana, uno de los creadores de la Misión Integral.
—Hace años previste este escenario de una avanzada conservadora en la política peruana y la presencia de un “mesías” en campaña que levante valores religiosos. ¿Qué señales viste?
No diría que levante valores religiosos sino solo una versión cultural del cristianismo llamada “nacionalismo cristiano”. Este se basa en la creencia de que existiría una identidad intrínsecamente cristiana en una determinada nación y que esto se debe asociar a la defensa de valores socialmente conservadores. Esta creencia no es nueva. En Estados Unidos está el mito de la nación cristiana y sus comparaciones con Israel. que viene desde sus inicios. Uno lo puede ver en planteamientos de autores que hablan del país como una Nueva Israel. Hacen la comparación de los israelitas que salieron de su país para llegar a Canaan con los puritanos que salieron de Inglaterra hacia una nueva tierra prometida. Esto está en la política de EE.UU. desde sus inicios pero ve un resurgimiento con Ronald Reagan, con su frase “Let´s make america great again”, que luego Trump recoge.
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—¿La llegada de Trump al poder explica la avanzada conservadora?
En EE. UU. mucha gente refiere un sentimiento de pérdida de control cultural, en términos conservadores que revisten de aspectos religiosos. Con Trump se vuelve una ola por la influencia cultural de EE. UU. en otros países.
—¿Es un discurso importado?
Sí. Ojo que tampoco es que en Perú o Latinoamérica no haya habido antes un discurso religioso político, pero lo que vemos ahora son discursos importados a raíz del triunfo de Trump y su nacionalismo cristiano. Los ejemplos más recientes son la elección en Bolivia, con los ultraconservadores Chi Hyun Chung y Luis Fernando Camacho, alcanzando el tercer y cuarto lugar. En Chile, en el plebiscito, también hubo una participación de pastores en la campaña. Y en Perú tenemos ahora al candidato Rafael López Aliaga.
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—Algo que caracteriza a estas candidaturas es el mismo discurso violento, incendiario, bravucón...
Hay que entender eso en relación a lo que en EE. UU. llaman “guerras culturales”. Muchos avances como el feminismo y los derechos reproductivos, o el enfoque de género, son percibidos como un atentado para personas con una identidad cultural cristiana de corte conservador en el que la familia es un concepto principal.
—¿Por eso sube López Aliaga?
Es uno de los pocos que está recurriendo a un discurso religioso en campaña. Eso es importante porque vivimos en un país en el que más del 90% de personas se identifica como cristiano, y el 66% dice que la religión es un factor importante en sus vidas. Hay una necesidad de encontrar certezas y las personas que son mas literales en sus creencias, aquellas en las que su conservadurismo está basado en su literalismo, ellas encuentran esas certezas porque sienten que esta es una sociedad hostil. Es hostil por su pobreza, por su discriminación racial y social. Estamos hablando de gente que no se puede dar el lujo de tener incertidumbres.
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—La religión calma esas incertidumbres...
Claro, pero, por ejemplo, yo me puedo dar el lujo de cuestionar mis propias creencias porque mi certeza está en mi capital social. Me puedo dar el lujo de tener incertidumbres. Otras personas no pueden darse ese lujo entonces recurren a su fe. Los candidatos conservadores que más éxito han tenido son los que han llevado su prédica hacia lo estricto. Algunos candidatos, por ejemplo, se han opuesto a la mal llamada “ideología de género”, pero no lo han hecho de una forma tan estricta, mientras que la violencia y la rigidez en la presentación del pensamiento de otros candidatos sí les provee certezas. Mucha gente se aferra a su fe en el día a día, y más aún en pandemia. Ahora, en el caso de López Aliaga, lo que ha hecho es tratar de copiar el estilo de Bolsonaro con similar violencia. Y ese nivel de violencia le permite levantarse entre otros candidatos.
—¿Qué se persigue con esto?
Ese nivel de violencia le permite aparecer como un guerrero cultural. Según Kristin Kobes Du Mes, en su libro Jesús y John Wayne, como los evangélicos blancos corrompieron la fe y fracturaron la nación, existe un concepto de masculinidad evangélica militante definida por la rigidez de los roles de género. Al tener una visión tan marcada de lo que debe ser un hombre, Los creyentes están dispuestos a aceptar la posibilidad de alguien que, por ejemplo, avale las torturas a enemigos o la posibilidad de involucrarse en guerras.
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—Bolsonaro decía que el problema con la dictadura es que solo se hubiera limitado a tortura y no matar
Y eso es interesante porque plantea un concepto necropolítico. Él se plantea la muerte como parte de un discurso religioso. Pensemos en López Aliaga cuando habla del caso de Ana Estrada [ciudadana que busca una muerte digna] de una manera tan negativa, por decirlo de un modo. El nacionalismo cristiano es un predictor de que la gente no va a tomar precauciones ante el COVID-19, porque creen en la protección divina, porque dudan de los científicos y la prensa y porque tienen una fe ciega en su líder. Bolsonaro tropicaliza la guerra cultural de Trump y otros candidatos también le copian a Bolsonaro.
—En muchos casos estos candidatos no llevan su vida con rectitud religiosa. ¿cómo así se convierten en los favoritos de los conservadores?
Hay una explicación. Muchos conservadores sabían de las acusaciones contra Trump (de acoso, de haber sido infiel) pero lo comparaban con el rey Ciro, un personaje bíblico que no era parte del pueblo de Israel pero que operaba a su favor. Fíjate que la base conservadora de Trump no cambió en cuatro años. Ahí uno ve que su votación es fiel y no depende de lo que haga o no haga.
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—Acceden a apoyarlo a pesar de que no lo ven como ellos.
Lo ven como un guerrero, un vehículo para poder defenderse de una lucha apocalíptica. Todo cambio cultural, en esta visión, es visto como la prefiguración de un evento catastrófico por venir (el fin del mundo) y todo se vuelve una batalla del bien o del mal.
SOBRE El PAPEL DE LOS MEDIOS EN EL FENÓMENO
Para Flores Borda, a veces la gente acusa a los evangélicos de no confiar pero la prensa tampoco ayudaría. “La prensa presenta a la comunidad protestante muchas veces como unos radicales, xenofóbicos, homofóbicos, y esa no es la realidad. Esos son una minoría. En el Perú el 14% es evangélico y el 14% del país no ha salido a marchar en Con mis hijos no te metas. Según la Policía Nacional del Perú, su marcha más grande fue de más de 60 mil personas. Nosotros sabemos que son una minoría. Pero cuando la prensa los presenta así, es como si fueran todos. Un montón de iglesias no salieron a marchar. La mía (Iglesia Presbiteriana de Pueblo Libre) no salió.
—¿Qué hacer o cómo convivir con este nacionalismo cristiano?
El nacionalismo cristiano hay que cuestionarlo, incluso dentro de la propia fe, porque es una interpretación errada que convierte a la religión en una herramienta política que no ayuda a proponer una visión más moral del mundo, sino una confrontacional. Algo más: muchas Iglesias creen en el Estado laico, pero esto no debería implicar la desaparición total de la fe de la esfera pública. Se debe reflexionar desde la política sobre eso. No todo discurso religioso es negativo por- que si no, no habríamos tenido un Martin Luther King. Si un sector ha construido un discurso agresivo de cristianismo cultural basado en términos profamilia, ¿por qué no darles una alternativa constructiva para que puedan vivir su fe en la esfera pública pero desde el amor, la misericordia, que son valores que se necesitan en una pandemia? //
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