Viajar es un acto que rara vez se realiza con plena conciencia de sus consecuencias. Sabemos cómo nos vamos —qué ropa llevamos, qué dejamos en casa, qué pendientes o conflictos nos acompañan—, pero es imposible imaginar cómo regresaremos. Galápagos es el tipo de destino que de alguna manera termina transformando a todo aquel que lo visita. Algo cambia. No hay que ser ni biólogo ni científico (aunque fue aquí donde Charles Darwin ideó la teoría de la evolución de las especies en 1835, tras permanecer cinco semanas en las islas); solo hay que tener el espíritu dispuesto. La cercanía con la flora y la fauna de este archipiélago crea una experiencia única en el mundo, donde cada día que pasa la aventura se incrementa, acompañada de un profundo agradecimiento hacia la naturaleza, el cosmos, o como querramos llamarlo. Es un lugar para sentirse vivo.
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