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La Casa de las Bromas: clientes inesperados como Paolo Guerrero o Laura Bozzo y cuatro décadas de máscaras, disfraces y trucos que convirtieron la risa en una tradición
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En los años ochenta, Manuel Balbuena y su hermano Alfredo tenían un pequeño negocio en la galería Romeo y Julieta de Miraflores. Se llamaba Arte Idea y vendía artículos de casa. “Nada fuera de lo común”, recuerda Manuel. Pero en una Feria del Hogar, casi por accidente, descubrieron que lo suyo no eran los adornos ni las jarras, sino las carcajadas.
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“Llevamos unas fundas para vino en forma de monjes, y la gente juraba que escondían algo pícaro. Nosotros jugábamos con esa idea y todos terminaban riéndose. Ahí me di cuenta de que nuestro destino era la diversión”, comenta el empresario. Así nació La Casa de las Bromas, un lugar que, desde entonces, se convirtió en cómplice de la risa limeña.
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Los primeros pasos fueron traviesos: bromas para despedidas de solteros, huacos con doble sentido, accesorios que alimentaban la picardía. “Encontramos un nicho ahí, pero sentíamos que podíamos dar algo más. Decidimos pensar en toda la familia. La primera broma que nació bajo ese espíritu fue la ‘K.K’., una caca de perro de mentira. Hasta ahora sigue siendo un éxito”.
El cantante y conductor de TV Raúl Romero fue un aliado inesperado que lo ayudó a dar el salto con su negocio. “Le mandamos unos polos con frases humorísticas a través de un primo y le encantaron. Los empezó a usar en televisión y la gente los quería de inmediato. Raúl tenía la chispa perfecta y sin saberlo nos abrió un camino enorme. Siempre le estaré agradecido, aunque quizá ni él sabe cuánto hizo por nosotros”, cuenta.
EL NEGOCIO DE LA RISA
Con el tiempo, La Casa de las Bromas se convirtió en punto de referencia, sobre todo en octubre. “Halloween es nuestra temporada más fuerte. Vendemos disfraces, sangre falsa, maquillaje, pero lo que más buscan son las máscaras de látex hechas a mano. Son cómodas, no generan alergia y sorprenden por el realismo. La gente las compra no solo en octubre, también en cualquier época del año”, sostiene Balbuena.

El catálogo es un desfile interminable de clásicos. Los más pedidos son los globos de flatulencias, bombas apestosas, lapiceros pasacorriente, chicles trampa y jabones manchadores. “Son bromas que nunca pasan de moda, desde los noventa siguen vigentes. Algunas ya no las podemos vender, como los cigarros explosivos o los caramelos amargos”.
A veces, la chispa venía de los propios clientes. Manuel recuerda un pedido extraño: “Un papá quería asustar a su hija porque llegaba tarde de las fiestas. Nos pidió un muñeco de terror para poner en la puerta. ¡Claro que se lo hicimos! Salió tan bien que de ahí nacieron nuestros muñecos de Halloween. También nos pedían cosas rarísimas: disfraces para hacerse pasar por gemelos, cicatrices, dientes falsos. Fue entonces que nació nuestro lema: Cómplice de tu diversión”.

La lista de clientes curiosos es larga: Paolo Guerrero, Jefferson Farfán, Laura Bozzo, Mávila Huertas, María Pía Copello, entre otros. “Muchos venían solo a curiosear y se iban con bolsas llenas”, relata. En tiempos de redes sociales, la tienda también se ha adaptado. “Ahora la gente compra en línea, sobre todo después de la pandemia. Tenemos TikTok, Instagram… pero estoy convencido de que una broma se disfruta mejor en vivo. No es lo mismo verla en la pantalla que sentirla, sorprenderse y reírse ahí mismo”.
Manuel confiesa que prueba los productos con sus nietos. “Son mi público más exigente”, ríe. “Antes los probaba con mis hijos y sobrinos, pero hoy lo hago con ellos. Las caras de sorpresa e ilusión me hacen sentir que estoy en el lugar correcto. A pesar de mi edad, estos momentos me devuelven al niño que siempre llevo dentro”, concluye. //
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