No ha habido explicación lógica ni científica que en 30 años pueda esclarecer todo lo ocurrido entre el 26 y el 27 de agosto de 1988, en el fondo del mar del Callao. Ninguna. El Pacocha, un submarino de la Marina peruana, es embestido por una embarcación pesquera japonesa cuando estaba de retorno a la Base Naval y veintidós de sus cincuenta y cinco tripulantes son devorados por las saladas aguas al interior del buque; casi 24 horas después, el último de los marinos es rescatado con vida. ¡Milagro!
Esta historia, llena de muchos actos heroicos y otros tantos ‘milagrosos’, comienza a las 6 y 50 de la tarde del viernes 26 de agosto de 1988. La tripulación del Pacocha se disponía a volver a la Base Naval del Callao después de haber realizado algunos ejercicios de entrenamiento y entonces un estrepitoso ruido, similar a una fortísima explosión, y el inmediato sacudón marcaron el inicio de la emergencia.
La nave era comandada por Daniel Nieva, quien logró cerrar la escotilla de acceso principal para evitar el inmediato hundimiento del submarino. Mientras tanto, otros miembros de la tripulación que estaban en la superficie del Pacocha salían disparados a las frías aguas del Pacífico. Nieva perdió la vida pocos segundos después de cerrar la escotilla, pero con su acto valeroso logró que los 22 tripulantes que se hallaban dentro de la nave tengan una oportunidad de luchar por su vida.
Pero esta batalla no iba a ser nada fácil. Al morir Nieva, el teniente primero Roger Cotrina, oficial más antiguo en la embarcación, asumió el comando. Cotrina había estado en la superficie tras el embiste y tuvo la oportunidad de saltar al mar, como lo hizo también un grupo de marinos, pero decidió retornar con el resto de la tripulación para intentar lograr un escape.
Todo sucedía en cámara lenta y en menos de cinco minutos el Pacocha ya había sido tragado por el mar. Entonces sucedió uno de los hechos inexplicables: la escotilla de proa había quedado abierta y trabada luego de que algunos de los tripulantes escaparan por ella y, con la presión del agua ingresando, cerrarla desde dentro era humanamente imposible.
Cotrina había intentado hacerlo y había sido lanzado por la fuerza del agua hacia las paredes internas del Pacocha. En ese instante, herido, el marino pensó que moría. Entre las cosas que se le vinieron a la cabeza en esa fracción de segundo, apareció la imagen de María de Jesús Crucificado Petkovic, una religiosa croata sobre la que había leído un año antes.
“Para mí, esa fue una de las primeras señales de que Dios estaba con nosotros y de que nos íbamos a salvar”, dice Cotrina.
Vino, después, otro hecho sobrenatural: el teniente primero pudo llegar nuevamente hasta la escotilla, avanzando en contra de la dirección del agua y cerrarla. Según investigaciones posteriores, el marino tendría que haber tenido una fuerza que le permitiera mover cuatro toneladas de peso para poder cerrar la escotilla.
Cuestión de fe
Con la escotilla sellada, Cotrina y los otros 21 tripulantes atrapados a más de 40 metros del fondo del mar comenzaron a buscar una estrategia que les permita salir vivos. El oxígeno era escaso y cada segundo que permanecían bajo el agua hacía más complicado el proceso de descompresión que debían llevar a cabo para llegar a la superficie. Para muchos de ellos, no había esperanza.
Fue casi a la media noche, más de cinco horas después del hundimiento, que tuvieron contacto con los primeros buzos de rescate. Con ellos lograron establecer un contacto en código morse, dando golpes al casquillo de la embarcación. El mensaje era que debían esperar a que llegue la ayuda norteamericana (el submarino había sido fabricado en Estados Unidos, antes de la Segunda Guerra Mundial).
El rescate se presentaba complicado: los marinos llevaban respirando aire comprimido durante varias horas a más de 40 metros de profundidad. Sacarlos sin contar con las condiciones necesarias para darles adecuada atención implicaría una muerte segura. De hecho, años antes un oficial de la Marina había muerto realizando un ejercicio a 15 metros bajo el nivel del mar.
Pero a las 8 de la mañana del 27 de agosto, al interior del submarino tomaron la decisión de salir nadando a ‘pulmón libre’, es decir, intentar llegar a la superficie sin respirar. “Extrañamente, fue un día soleado, en el que el mar era casi transparente. De hecho, un rayo de sol llegó hasta el interior del Pacocha y eso fortaleció nuestra fe en que íbamos a sobrevivir”, recuerda Cotrina.
Pasada la una de la tarde y en grupos de tres, los oficiales comenzaron a subir a la superficie, conteniendo el aire mientras nadaban esos interminables cuarenta y tantos metros. Todos llegaron vivos a la superficie.
Pero los milagros no terminaron ahí. A los 22 marinos se les pronosticó un tiempo máximo de 10 años de vida. Mañana se cumplen 30 y, excepto uno de los tripulantes que murió pocos años después a consecuencia de una embolia, los otros 21 marinos aún pueden dar fe de esta historia.
Sobre María Petkovic
- El milagro del Pacocha ha sido reconocido por el Vaticano tras una investigación de 12 años. De hecho, en el 2003 la religiosa croata María Petkovic fue beatificada por el papa Juan Pablo II.
- La beata María Petkovic nació en 1892 y llegó a ser presidenta de la Asociación de Hijas de María. Formó parte de la Tercera Orden Secular de San Francisco y luego funda la Congregación de Hijas de la Misericordia, para la educación e instrucción de la juventud femenina.
- “Durante la Segunda Guerra Mundial, esta beata navegaba el mar para recoger a los niños y ancianos que se escondían en las islas. Ella sabía navegar. Esa conexión con el mar explica un poco que haya sido su imagen la que se me presentó durante el naufragio. Ella es la verdadera heroína”, dice el comandante Cotrina.