Preguntarle a una mujer sobre la ropa que lleva puesta y fiscalizar sus compras es un asunto delicado. No importa si quien pregunta es un esposo preocupado por las finanzas del hogar, una colega curiosa motivada por la envidia o un periodista inoportuno. De un tiempo para acá, las estrellas de Hollywood se indignan si en la alfombra roja les preguntan sobre su atuendo. La primera dama también respondió a la defensiva cuando se le cuestionó sobre sus gastos en arreglo personal: «Gasto y sobre todo me ENDEUDO [las mayúsculas son suyas] como muchas mujeres de este país, para siempre estar acorde con mis actividades». La moda -y el gasto que significa- parece ser la perdición no solo de mujeres frívolas sino, particularmente, de aquellas que viven preocupadas de negar que, dentro de sus prioridades y preocupaciones están los zapatos y los trapos. Imelda Marcos es el ejemplo paradigmático, la antítesis de la superheroína del siglo XXI. La mujer del dictador filipino, cuya maldad y corrupción permanecen imborrables en una sola fotografía: la de un almacén lleno de más de mil doscientos pares de zapatos en un país azotado por la pobreza. Si quieres servir a tu país, cuidar el medio ambiente, que te consideren inteligente, la ropa no debería estar entre tus prioridades. La moda contamina, distrae, idiotiza, derrocha, esclaviza, discrimina, disfraza, hipnotiza, engaña. Y seguimos prestándole atención. En una nota sobre Nicola Sturgeon, la flamante primera ministra de Escocia, leo que su guardarropa «señalaba sus ambiciones y revelaba el nuevo modo en que las mujeres usan su vestimenta para administrar su transición al poder». Esas tenidas ambiciosas de poder, según el “New York Times”, incluyen colores vivos, faldas a la rodilla de corte recto, mangas tres cuartos y ‘una falta total de controversia’. Es decir, exigimos de las mujeres poderosas que se vistan bien sin que se note. «Tienes que pensar en lo que vas a usar pero no quieres hacerlo a costa de lo que en verdad deberías estar pensando», dijo a la televisión Sturgeon. Es naif e hipócrita pretender que la ropa no interesa. Hagámonos cargo de nuestros gustos -y de nuestros gastos- para que, por favor, podamos de una vez ponernos a trabajar.
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