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Ladrones con saco: así eran los delincuentes de casas y robos al paso que amenazaban Lima en los años 50 | FOTOS EXCLUSIVAS
Un repaso gráfico, con historias y datos de cómo era el hampa limeña, la de todos los días, en la primera mitad de la década de 1950, en plena dictadura del general Manuel A. Odría. Era una Lima que empezaba a sufrir el agobio del robo al paso y de los asaltos a casas y residencias.
A la par que las ciudades vivían su propio proceso de modernización y el progreso material recuperaba el dinamismo de décadas pasadas, la delincuencia urbana en el Perú de los años 50 también avanzaba, y lo hacía con osadía, agresividad y astucia. Lima era el centro de esa proliferación criminal, y muchos asaltos, robos y asesinatos se sucedieron en esos años. Sin embargo, la Policía peruana, la Guardia Civil (GC) y la Policía de Investigaciones del Perú (PIP) cumplieron su labor y continuamente capturaban a los criminales solos o en bandas organizadas.
Las “pandillas”, como se solía decir en los años 50, estaban bien organizadas y se convirtieron en un dolor de cabeza para las autoridades policiales. Algunos de estos delincuentes vestían camisas y sacos, no se sabía si para camuflarse en la masa o por costumbre o hábito.
Pero que nadie se confunda con eso: los rostros que aparecían en las portadas de los periódicos o en las secciones de policiales eran de audaces criminales de esa década de mitad de siglo, acostumbrados al robo al paso y a los asaltos a casas, y especialmente a grandes residencias para desmantelarlas. Ese era el día a día de la Guardia Civil, la PIP y de los vecinos, víctimas de esta gran ola delincuencial.
LA DELINCUENCIA SE MOVÍA POR LAS CASAS A INICIOS DE LOS ‘50
En el verano de 1950, con el dictador Manuel A. Odría asentado en el poder, la Guardia Civil cobró protagonismo por sus acciones efectivas contra la delincuencia. El 20 de marzo de 1950, por la noche, un contingente de guardias logró un buen golpe al hampa de esos días: capturó en una sola redada a diez miembros de diversas bandas delincuenciales.
No importaba la edad de los sujetos. Tres de estos detenidos eran “menores de edad” (en 1950 eras mayor a los 21 años), y dos de los delincuentes tenían contactos con redes internacionales. No era algo trivial. El “raid” policial fue efectivo, contundente. En ese entonces, el capitán Luis Marroquín lideró esa famosa redada que abarcó las calles de la ‘Quinta Jurisdicción’, es decir, el Cercado de Lima.
Los detenidos respondían a los nombres de Víctor Casas Alcirena o “César Malpartida”; Guillermo Rivera Salazar, César Piñas Musca, Humberto Alarco Espinoza; así como José Vásquez Urquiso, Ángel Gallardo Lañez y Manuel Borda Cruz; justamente Gallardo y Borda, los dos últimos de los citados, eran los más peligrosos por sus vínculos con el hampa internacional. Asimismo, los menores de edad eran: Eduardo Velando, Alejandro Chávez y Ricardo Torres Huertas.
Ellos fueron conducidos a la Comisaría de Cotabambas; todos tenían cargos por “delitos contra el patrimonio”, algo muy común en el hampa limeña de esos años. (EC, 21/03/1950). Este tipo de robos era la especialidad de numerosas bandas que actuaban en la capital, y así lo hicieron a lo largo de esa década del medio siglo XX.
Un ejemplo de ello fue una famosa banda en Chorrillos, liderada Luis Alberto Aparicio Cueto. Estos delincuentes llevaban, para marzo de 1950, unos 77 robos al patrimonio. La policía chorrillana ya los tenía identificados y era cosa de días sus capturas. La banda la formaban Walter Pérez Barreto, Juan Bohórquez Aranguren, Juan Bresciani, Jorge Muro, Eduardo Carrer Sánchez, Eduardo Carrer Cueto y un sujeto conocido como el ‘Ruso’, todos ellos tenían como cabecilla al citado Aparicio Cueto.
Incluso, la Policía sabía que la banda contaba con dos peligrosas mujeres como cómplices: “La mujer del apoderado de ‘Charles Laugton’, Ana Cueto de Carrer y Elma Giantomoso de Carrer, esposa del hermano de este”. (EC, 21/03/1950)
Los 77 robos detectados hasta ese momento se habían realizado en casas de San Isidro, Miraflores y Lima. Todos esos asaltos juntos hicieron una cifra robada de más de un millón de soles (de la época). ¿Qué robaban mayormente? Según el diario decano, “los objetos robados eran alhajas, frigidaires, muebles, máquinas de escribir, máquinas fotográficas, cocinas y otras especies más, las que eran vendidas en infinidad de sitios”. (EC, 21/03/1950).
La Policía no solo cumplía con desbaratar estas bandas “caseras” sino que buscaban impetuosamente recuperar lo robado. ¿Cómo lo hacían? Primero, interrogaban a las víctimas para detallar el tipo de artefactos robados de sus hogares; también buscaban a los sospechosos de comprar esos productos, es decir, los “clientes” de los facinerosos.
Los primeros en caer en esa banda, fueron sus cabecillas: Aparicio Cueto y Bohórquez Aranguren; estos habían robado hacía poco tiempo en varias casas de San Isidro y Surquillo, y además habían asaltado “la joyería situada en La Avenida Grau Nº 488, Barranco”, según El Comercio (21/03/1950).
¿CÓMO ERA EL HAMPA ‘CASERA’ DE CAMISA Y SACO A MEDIADOS DEL SIGLO XX?
Las fotos de los capturados por la Policía en 1955 hablan por sí solas. A través de ellas podemos apreciar el rostro de la delincuencia con la que convivían nuestros padres, abuelos o bisabuelos. Sin duda, los sujetos que puede apreciarse en esas imágenes, muchos de ellos con una apariencia formal (con camisa y saco), eran capaces de desbaratar casas completas y sustraer de ellas decenas de utensilios de todo tipo, incluidos bicicletas, al parecer objetos muy “considerados” por estas mafias.
Para mediados de esa década de 1950, el robo a las casas era un asunto de suma gravedad por la avalancha de casos que sobrevinieron, pese a los esfuerzos policiales. Era la mayor preocupación para el gobierno saliente de Manuel A. Odría (1948-1956). La dictadura odriísta, con toda su parafernalia represiva, no pudo detener el avance delincuencial. El Comercio se dedicaba a informar sobre la criminalidad en el país, pero se empeñaba en los sucesos policiales en Lima y el Callao, especialmente, porque era allí donde se concentraba la peor delincuencia del país.
Las noticias de las secciones Locales y Policiales sorprendían por la gran cantidad de accidentes, homicidios, robos y asaltos que vivía la capital. Por ejemplo, en una información con fecha 3 de febrero de 1955 se describía la campaña de la 26° Comandancia de la Guardia Civil, la cual solo en enero había detenido a 3.055 personas. La jurisdicción abarcaba La Victoria y la urbanización ‘El Porvenir’, lo que incluía a su vez el mercado mayorista (La Parada). Las cifras de detenidos indicaban 2.422 adultos y 633 menores (antes de los 21 años).
LADRONES DE BICICLETAS Y OTROS ROBOS EN CASAS Y RESIDENCIAS LIMEÑAS
Ese temor de manejar libremente bicicleta en cualquier zona de la ciudad, que hoy nos parece cotidiano, puede decirse que empezó a fraguarse en esta época cincuentera. Había bandas -y la gente lo sabía muy bien- dedicadas exclusivamente al robo y asalto de bicicletas. Las “pandillas”, o más bien bandas, no tenían límites. La más famosa de estas se hacía llamar ‘Los Robabicicletas’, banda peligrosísima que actuaba entre Barranco, Surquillo y Miraflores.
Por esas calles sembraron el terror de los bicicleteros, ciudadanos comunes y corrientes que se transportaban o paseaban en ese medio de transporte. Ante las continuas denuncias, la Sétima Comisaria no tuvo más remedio que aumentar el patrullaje y a sus efectivos, pues los ‘Los Robabicicletas’ eran demasiado escurridizos. Con esos refuerzos lograron detener a algunos miembros de este clan que, increíblemente, estaba integrado por cuatro menores de edad, entre 17 y 20 años.
En esos tiempos, los limeños los relacionaron con la historia del filme “Ladrón de bicicletas” (1948), de Vittorio De Sica, muy popular en la capital desde inicios de los años 50. Los delincuentes, que de inocentes no tenían nada, realizaban sus fechorías en los colegios, en los que sus víctimas dejaban inocentemente sus bicicletas en las puertas y en minutos se hacían humo. Estos delincuentes fueron detenidos con un primer lote de ocho bicicletas, casi nuevas, que ocultaron lejos de los lugares de robo; esto es, en una vieja casa en el popular distrito de La Victoria.
Era costumbre desde hacía años fotografiar a los ladrones con los productos robados que los incriminaban. Los rostros ascéticos, desconfiados y desesperanzados de los delincuentes eran los mismos de sus víctimas en el momento del robo. Los extremos se unían. El Perú se reflejaba así en esas expresiones de víctimas y victimarios.
Estas bandas posaban con los artefactos, que podían ser desde radios, tocadiscos y máquinas de coser a pedal, hasta ropa fina, costosos vestidos, sacos y pantalones. La mayoría de los malhechores lucían bien peinados, y algunos eran cuidadosos en su vestimenta. En estos casos, mayormente, se trataban de ladrones de casas lujosas, residenciales, quienes con ese aspecto precisamente se habían ganado la confianza de sus dueños.
De estas residencias, los llamados por la prensa “ladrones de lujo” robaban cortes de casimir, ternos, sedas finas, zapatos y guantes; teteras, bandejas y cubiertos de plata y hasta colecciones de monedas extranjeras. La Comisaría de San Isidro era la que más recuperaba estos finos y costosos productos.
EL EXTRAÑO CASO DEL ‘MAYORMODO’ ASALTANTE DE MANSIONES
Uno de esos casos curiosos fue el de Mario Guerrero Guerrero. Era un joven de 24 años y de expresión amable, que conseguía trabajo como “mayordomo” en las residencias de San Isidro. Esa era su modalidad para poder ingresar a esos espacios exclusivos. Su robo era sistemático y a pequeña escala. Así evitaba llamar la atención de los dueños. Poco a poco, con santa paciencia, los iba desmantelando.
Mario Guerrero fue apresado en el Callao, junto con el cuantioso botín. Había en su escondite lo mejor de las casas que robaba, principalmente nuevos y modernos artefactos eléctricos y platería, mucha platería (su fijación), además de ropa costosa. Cuando todo eso fue transportado a la Comisaría de San Isidro casi no cabía en el local.
Guerrero había trabajado en varias casas. Al principio, negó todo tipo de acusación, pretendió pasar como un comerciante que vivía de la venta de esos productos. Pero al interrogársele por el origen de las cosas y el capital con el que contaba, se quebró. Y terminó confesando todo ante la Policía. Además, “cada vez que robaba dejaba un mensaje en la casa, y este decía: ‘Semilla de maldad’”. Guerrero contó eso avergonzado a los agentes que lo interrogaban.
Aquel verano de 1955 fue especialmente violento en Lima. Solo en enero, especialmente en La Victoria y alrededores se detuvo a 334 personas por escándalos callejeros; unas 277 por robo; y 211 mujeres dedicadas a la prostitución callejera o clandestina. Ante ello, la Policía ajustó sus normas y reglamentos para ser más efectiva en la hora deña acusación policial; pero ciertamente a veces exageraba. Si no fíjense que en los años 50, las autoridades policiales incluían en su estadística de arrestos a los que “jugaban pelota en la vía pública” o “viajaban de a dos en bicicleta”; o a los que “efectuaban mudanza clandestina”. Asimismo, detenían a los que visitaban las cantinas del “jirón Huatica” o a aquellos que “gorreaban tranvías, lavaban carros o lustraban zapatos”.
Más allá de exageraciones, la verdad era que la delincuencia aumentó durante esos años. Curiosamente, mientras Lima vivía en sus calles esa naciente y avezada hampa, en la prensa diaria se venían promocionando el estreno de la película “Nido de ratas” (1954), de Elia Kazan y donde actuaba Marlon Brando. No era coincidencia. Lima se estaba convirtiendo en un gran nido de ratas escurridizas.
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