Así se jugó el partido de revancha entre el PSG y el Dortmund por la Champions. (Foto: Reuters)
Así se jugó el partido de revancha entre el PSG y el Dortmund por la Champions. (Foto: Reuters)
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Jorge Barraza

Somos peregrinos del buen fútbol, recorremos miles de partidos, muchas veces soportando tedio y cero a ceros hasta hallar una perla, acaso un Real Madrid 2 - Barcelona 6, quizás un Boca 4 - Independiente 5 (ganado en el minuto 95…) Ahora el coronavirus nos ha rebajado a una categoría inferior: somos apenas peregrinos del fútbol, a secas. En esta veda futbolera (sí, ya sabemos que lo más importante es la vida, porque, entre otras cosas, sin la vida no podemos ver fútbol) penamos en el encierro de nuestro apartamento sin encontrar siquiera el consuelo de un Granada-Getafe, una suerte de Estudiantes de La Plata españoles ambos. Ni siquiera un partido de Europa League entre el Copenhague FC y el Basaksehir turco. Nada, la desolación más absoluta. Ni fútbol a puertas cerradas, que es como una dieta sin sal.

Nunca le había pasado a este deporte, ni en las guerras mundiales, pues en esos casos sólo cancelaron sus torneos los países involucrados, el resto del mundo siguió disfrutando. ¡Y cómo…! En 1916, en el mismo momento en que tres millones de soldados se masacraban en la batalla del Somme (una de las peores tragedias bélicas de la humanidad), de este lado del Atlántico multitudes acudían fervorosas a la celebración de la primera Copa América. En cambio el coronavirus es una desgracia global, paralizó todo.

El fútbol es la más importante de las cosas menos importantes; frase de Valdano. Coincidimos, pero de fútbol somos, nos gusta, lo extrañamos. Más, estando confinados. ¿Por qué nos apasiona tanto…? Misterio insondable. Nació con la popularidad bajo el brazo. Ya en 1902, en el primer partido internacional en América, Uruguay 0 - Argentina 6, mil argentinos cruzaron en barco el ancho Río de la Pata para ir a alentar a los suyos. Unos locos entusiastas… No obstante, nada puede compararse a la final de la Copa Inglesa de 1923, la célebre “final del caballo blanco”, en la que el Bolton Wanderers derrotó 2-0 al West Ham. Estaba en pleno auge el Imperio británico y se inauguraba el fabuloso estadio de Wembley. Acudió el rey Jorge V, encargado de entregar la copa. Trescientas mil personas enfervorizadas desbordaron e invadieron el coloso, entrando hasta el mismo campo de juego. Sobre el césped, un policía montado en un caballo blanco tiraba atrás a la multitud; fue portada de los diarios. Corolario: se jugó con el público dentro del terreno, casi pisando la raya. No se podía ni patear los córners. La asociación inglesa reportó como número oficial 126.047 espectadores pagantes. Es la respuesta para quienes preguntan por qué se le da tanta difusión al fútbol en los medios: por la extraordinaria adhesión que despertó siempre.

Afiche oficial del encuentro en mención entre  Bolton Wanderers y West Ham United. (Foto: FA Cup)
Afiche oficial del encuentro en mención entre Bolton Wanderers y West Ham United. (Foto: FA Cup)

Recuerdo a un chico de ocho años que el 10 de noviembre de 1963 asistió por primera vez a la cancha de Independiente, un estadio viejo y feo que para él era un templo. Entró a un mundo fascinante que desde esa tarde lo atrapó por completo. Al volver a casa, su madre le preguntó: “¿Y... cómo les fue?”. “Ganamos 2 a 1”, respondió envalentonado. Ya era hincha. Y todo lo que había hecho en el estadio era juntar tapitas de gaseosa, mirar los carteles publicitarios, ver por primera vez de cerca la muchedumbre. Es el fenómeno integrador de este deporte.

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Nos quedamos con un fútbol verbal, de anécdotas, palabras y recuerdos, sin juego. ¿Cuál es la tribulación…? El fútbol nos permite vivir mejor, con ilusión, con una alegre expectativa, nos entretiene y nos apasiona hasta lo inexplicable. “Un mal resultado del Chelsea afecta mi fin de semana”, confiesa sin rubores Lord Sebastian Coe, atleta bicampeón olímpico, parlamentario, presidente del Comité Organizador de las Olimpiadas de Londres 2012 y, por sobre todas las cosas, fan del cuadro de Stamford Bridge.

Han pasado quince años y aún nos titila una frase de Tabaré Vázquez, entonces presidente del Uruguay: “Es algo muy triste, pero la vida sigue”, dijo. ¿A qué se refería…? ¿A una pérdida de vidas, a una gran derrota diplomática, a la guerra…? No, a la eliminación de Uruguay a manos de Australia en el repechaje del Mundial 2006. Esa derrota generó una honda pesadumbre nacional. En ese momento, un colega de Ultimas Noticias nos lo graficó en cuatro palabras: “Montevideo es un cementerio”. Jaime Roos, el talentosísimo músico y cantante, autor de Cuando juega Uruguay, señaló: “Nos va a llevar semanas digerir esta amargura”.

Así informó la FIFA sobre la clasificación de Australia sobre Uruguay en el 2006.
Así informó la FIFA sobre la clasificación de Australia sobre Uruguay en el 2006.

¿Por qué tanto? Porque en un país donde la gente sufre estrecheces económicas, ir al Mundial representa una esperanza, un motivo de orgullo, de júbilo ciudadano, estar ahí, que te nombren, que toquen tu himno, que flamee tu bandera... Y además porque el fútbol ha tomado una dimensión humana tan abarcativa que ya comprende a todo el arco de la sociedad. Hasta una anciana que no tiene idea del juego dice: “Perdimos” o “Ganamos”. No hay indiferentes a esto. Lo llevamos muy adentro. Aquel orgullo afloró en el 5 a 0 de Colombia a Argentina, cuando después de los tres pitazos, ipso facto, un país salió atropelladamente a las calles a gritar una alegría pura, una euforia genuina. O el llanto de todo Perú al término de aquel partido con Nueva Zelanda. De cuando la emoción se llora, el fútbol sabe.

Bajo un gran título global (“Italia fantástica, el mundo es tuyo”), Carlo Verdelli, director de La Gazzetta dello Sport, escribía en la edición del lunes 10 de julio de 2006, tras la coronación de la Nazionale en el Mundial de Alemania: “Una felicidad está invadiendo nuestras calles, nuestras casas. Nosotros, pequeños italianos, con nuestro balón bajo el brazo, en estos momentos estamos en el centro del mundo, y no es una manera de decir… Uno luego se pregunta ¿qué cosa es el fútbol? Un país entero unificado como por encanto. Nada ni nadie podría aspirar a tanto. ¿Puede llamarse deporte una cosa así? ¿Puede decirse que es solamente un juego? ¿Y por qué un juego llega hasta donde la pasión política o religiosa, los divos del rock o del cine ni siquiera sueñan…? Una nación que se recuerda imprevistamente de ser tal cosa sólo gracias a su selección, a los muchachos azzurros. Es uno de los tantos misterios felices de esta hora…”

Hay quienes desean creer que el fútbol es un gigantesco negocio. Y lo es; sin embargo, cuando el balón empieza a rodar, lo externo no cuenta, ahí decide la pelota, ella elige a quien la utiliza mejor. Este juego les cambió la vida a aquellos que son miembros de la selección de no videntes, a los que participan en las Olimpiadas Especiales; al señor que fue durante 59 años (sin cobrar) la voz del estadio en el Camp Nou del Barcelona y en casi seis décadas se perdió apenas tres partidos. Al estadígrafo que dedicó su vida a llevar las planillas con los goles, expulsados y penales; al señor que es juez en los partidos de infantiles, al chico que no duerme de la emoción porque mañana será alcanzapelotas en un partido importante. Al utilero que hace cuarenta años está en un club de la “D” y reconoce “Atlas es mi vida, si me sacan de acá, me muero”. Al que espera toda la semana el picadito del sábado con los amigos, o el desafío con los compañeros de la fábrica o la oficina.

El fútbol es un producto tan unánime como el amor, y no hay nadie que abjure del amor. A veces nos olvidamos lo maravilloso que es y que puede ser. Sobre todo, cuando no lo tenemos.

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