Aunque solo tiene 29 años, Maximiliano Comba, el extremo de Gimnasia que estrelló un disparo en el palo cuando el partido ante Universitario estaba empatado sin goles, es uno de los jugadores más veteranos del ‘Lobo’. Al equipo lo dirige Sebastian ‘Chirola’ Romero, un ex mediocampista ofensivo de 44 años, quien tras entrenar un par de años en las inferiores, asumió la dirección técnica del plantel tras la salida de Néstor ‘Pipo’ Gorosito. El cuadro de La Plata marcha en el lugar 23 en la liga argentina, con apenas 8 unidades, 13 menos que el líder River Plate.
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Estos y otros argumentos utilizaron los hinchas de otros equipos para menospreciar el gran triunfo obtenido por la U el último miércoles por la Copa Sudamericana. Nunca un club peruano había ganado a un argentino de visita en la historia de ese torneo. El triunfo, además, fue el primero obtenido por la crema en canchas rioplatenses tras la victoria sobre Racing por la Libertadores de 1967, hace ya 56 años.
¡56 años!
Por mucho tiempo, quienes andamos por encima de los 50 hemos repetido henchidos de orgullo que vimos a Perú en tres mundiales, a Universitario guerrear por la Libertadores con puros suplentes, a Meléndez levantar la Copa América en el 75, a Cubillas hacerle dos goles a Escocia y que la selección del 81 fue la que mejor jugó al fútbol en este país desde que unos marineros ingleses trajeron ese deporte en el siglo XIX.
Con los años esas imágenes empezaron a hacerse repetitivas. Y hasta ajenas. De tanto ver el tiro libre de Cubillas a Rough, parecía que en la próxima repetición el golero escocés estiraría un poco más el brazo y sacaría la pelota. En uno de esos revuelcos mentales, los goles de Cachito en la Bombonera eran parte de un drama de ciencia ficción y el recordado Freddy Ternero no había sido nunca entrenador del glorioso Cienciano, sino un prolífico escritor de libros de autoayuda, tan exitosos como los fabricados por Paulo Coelho u Og Mandino.
Con Gareca cambiaron las cosas. Las imágenes en blanco y negro, algunas ya tirando al sepia, se hicieron a color. Volvimos a saber lo que era celebrar un triunfo en casa y de visita. Desde fuera nos miraban con otros ojos. Para hablar del buen fútbol peruano, los comentaristas extranjeros dejaron de referirse a Chumpitaz, Uribe o Percy Rojas y empezaron a mencionar a Jefferson Farfán, Christian Cueva o al inacabable Paolo Guerrero. ¡Volvimos a un Mundial después de 36 años! Sin embargo, los devotos de la mezquindad no tardaron en mostrar las hediondas profundidades de su pequeñez: “Fuimos a Rusia por la mesa”, “Hay que agradecerle a Bolivia” o el clásico “Nos regalaron la clasificación”.
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A pesar del campañón de Melgar en la Sudamericana del año pasado, los clubes extranjeros suelen relamerse cuando les toca un peruano en suerte en cualquier competencia. Conocen al dedillo nuestros históricos problemas en el juego aéreo, nuestra dramática incapacidad para soportar la intensidad con que se juega en la élite y la vulnerabilidad emocional que nos acompaña en los momentos clave (eso que aquí, con cierto pudor, solemos llamar “desconcentración”).
Universitario de Deportes no tiene la culpa que la versión del Lobo a la que enfrentó no sea la misma que, en ese mismo escenario, pero en el 2003, goleó 5-1 a Alianza Lima por la Copa Libertadores de América. Tampoco que no haya sido un club dirigido por whatsapp, como le pasó a los íntimos hace tres años cuando perdieron ante Estudiantes de Mérida en Venezuela.
¿Qué vimos el miércoles último? Un equipo peruano que no se refugió en su campo, miró siempre el arco rival, fue intenso cuando el trámite del encuentro lo requirió y jugó sin traicionar la esencia del juego que se practica en estas tierras.
Un club del Perú, hechura de una de las peores ligas del continente, volvió a ganar en el exterior en un torneo oficial. Esa debería ser, siempre, una buena noticia.
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