El 2022 terminó con la economía en crecimiento, a una tasa que, si bien mediocre con relación a las dos décadas previas, todavía resulta positiva en un año complicado tanto debido a la turbulencia política como a ‘shocks’ externos. En efecto, el BCR proyecta la tasa de crecimiento de la economía peruana al fin de año en 2,9%, mientras que la tasa de crecimiento mundial, en 2,8%. Lejos quedan los años en que nuestra economía era de las más pujantes del planeta.
El mercado laboral refleja bien este contexto. El empleo a escala nacional al tercer trimestre del año creció 3,8%, impulsado por el empleo urbano (6,1%), ya que el empleo rural cayó (-4%). Por grupos de edad, el crecimiento se ha concentrado en los mayores de 25 años, ya que para los jóvenes cayó (-2,6%). Particularmente alentador es que hubo crecimiento en todos los tamaños de empresa, especialmente en las más grandes, que proveen los mejores empleos. Manufactura, construcción y servicios lideraron el crecimiento, mientras que pesca y minería observaron caídas fuertes (-20,8% y -32,9%, respectivamente).
MIRA | Confiep invoca a la paz social y estabilidad política para recuperar el crecimiento económico
La reducción de la informalidad continúa siendo la gran asignatura pendiente. Así, si bien se observó una evolución positiva en el empleo formal, habiendo crecido en 7,2% en los últimos 12 meses hasta setiembre 2022 con relación al año móvil anterior (octubre 2020-setiembre 2021), el empleo informal creció aún más rápido, 8,5%. Como consecuencia de esto, continuamos batiendo récords de empleo informal y la tasa de empleo formal, esto es, la proporción de empleo formal en el empleo total se redujo en -0,2 puntos porcentuales. Considerando los márgenes de error de la encuesta, se puede afirmar que la tasa de informalidad, en el mejor de los casos, se mantiene estancada.
El empleo formal creció en todos los grupos etáreos, pero particularmente entre los más jóvenes, y en todos los niveles educativos, aunque más entre las personas con secundaria completa y superior no universitaria, donde se concentra el grueso de la fuerza laboral. Así mismo, creció más entre hombres que en mujeres. El crecimiento se observó también en todos los tamaños de empresas, pero no en todos los sectores. En pesca, construcción y agricultura se registraron caídas en el empleo formal. Por su parte, el empleo informal también creció en todos los grupos etáreos y niveles educativos, así como en todos los tamaños de empresa y sectores, excepto minería.
El empleo adecuado observó una mejoría con relación al año anterior, mientras que el subempleo se mantuvo en similar nivel. En cuanto a los ingresos, en el área urbana crecieron 7,3% con relación al año anterior, mejora solamente nominal, sin embargo, ya que la inflación creció más rápido (7,8%).
De esta manera, el mercado laboral siguió el desempeño de la producción: el empleo y al menos los ingresos nominales crecieron. Sin embargo, nada se avanzó en revertir los grandes déficits estructurales: alta informalidad y altos niveles de empleos de baja calidad, esto es, de subempleo. Esta falta de avances queda muy clara cuando las comparaciones se hacen no con relación al año anterior, sino al período previo a la pandemia.
Los déficits estructurales persisten
Así, se han recuperado los niveles de empleo, lo que no sorprende en un contexto en el que no hay un sistema de protección frente al desempleo. Sin embargo, esta recuperación no ha llegado a las empresas de más de 50 trabajadores, que son las más productivas y ofrecen las mejores condiciones de trabajo. En este grupo, el empleo aún está 10% por debajo del nivel prepandemia. Asimismo, el empleo formal está 8,5% por debajo del nivel del 2019, mientras que el empleo informal en niveles récord históricos, largamente por encima del nivel prepandemia. Finalmente, como consecuencia de este estilo de crecimiento con sesgo informal, los ingresos aún no llegan a los niveles prepandemia, incluso sin considerar la alta inflación de los últimos dos años.
¿Qué podemos esperar del 2023?
Este año tenemos un nuevo gobierno de transición. Ciertamente, no parece razonable esperar cambios dramáticos en las políticas laborales. Lo que sí se podría esperar, y debería exigirse, es una muestra de preocupación desde el Gobierno por la informalización del mercado laboral. Consistente con esta preocupación sería un abandono de la Agenda 19 como pensamiento guía, en favor de un marco más amplio que busque alentar la contratación formal. Esto no se va a conseguir con subsidios temporales, que pueden ser útiles cuando atienden a circunstancias particulares de crisis. ¿A qué crisis se atiende ahora si la economía está creciendo? Más allá de las buenas intenciones, reducir temporalmente los costos de contratar formalmente no resolverá los temas estructurales que desalientan la contratación formal.
Las opiniones vertidas son estrictamente personales.