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“Los poetas de la generación del sesenta siempre fueron jóvenes”
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“Los poetas de la generación del sesenta siempre fueron jóvenes”

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“Tengo en casa gran parte de sus libros y felizmente no guardo la distancia necesaria para aproximarme a ellos. Me sumerjo y escribo sobre todos estos años transcurridos. Mi metodología ha sido leerlos de cerca, destriparlos con cuidado y respeto. “Resulta difícil decir: adiós muchachos”. Irresistible resulta no extraer este párrafo del libro “Los poetas del 60”, en el que su autor, el poeta y sociólogo estudia la poesía de sus hermanos mayores, pero también ejercita la memoria compartida y compone una especie de réquiem, la tonada de despedida a una época sabemos irrepetible.

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“Quisiera pensar bien de mí mismo y decir que he contribuido a revitalizar el género del ensayo literario”, dice el popular “Balo” de esta forma literaria tan poco practicada, que combina estudio académico, prosa literaria y divulgación periodística. Así, a las citas y las referencias bibliográficas, el lector encuentra vida compartida e incluso diálogos con los colegas ausentes. “Creo que es válido un poco de crónica, un poco de testimonio, un poco de emoción. Y no olvido escribirlo desde una perspectiva que incorpore lo poético. A veces, he llorado al releer estos ensayos”, nos explica.

Balo estudia antologías, habla de premios, aprecia cómo la poesía de aquellos poetas se sigue leyendo hoy, demostrando así su vigencia. Y de una lista de veinte antologados por Carlos López Dregegori y Edgar O’Hara en el libro “La generación poética peruana del sesenta” (Universidad de Lima, 1998): él se centra en ocho: Javier Heraud, César Calvo, Marco Martos, Julio Ortega, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Luis Hernández y Mirko Lauer. En muchos casos, su poesía ha sido reunida y publicada. Para Sánchez León, se trata de la generación que sirvió de puente entre los cincuenta y los setenta. Un gran momento no solo por la calidad de sus autores, sino también por su determinante contexto histórico: el entusiasmo por la revolución cubana, el Mayo francés, la muerte de Javier Heraud, por citar solo tres ejemplos fundamentales.

En esta generación se da un fenómeno: poetas que no solo tenían algo que decir en sus libros, sino que tomaban posición frente a su sociedad. Se leía poesía no solo por deleite artístico, sino también por identificación política. Eso no se vive hoy día…

Sin duda. La poesía ocupaba un lugar importante hasta los años y 80, en que había recitales, peleas, broncas. El INC era un lugar de encuentro y de conflicto, con posiciones políticas marcadas. Sin embargo, creo que en el caso de los poetas el ambiente era más relajado que en el de los narradores, más consistentemente políticos. Pero sin duda, la Revolución Cubana y la muerte de Javier Heraud marcó el inicio de una nueva generación.

¿La muerte de Heraud, en un enfrentamiento con miembros de la Guardia Republicana en Puerto Maldonado, cómo definió la sensibilidad de la época?

De los 19 años a los 21, Javier escribe tres libros. Publicó dos en vida, y uno de forma póstuma. Conocemos además sus poemas sueltos. Publica toda una obra en el corto tiempo de dos años. No hay que olvidarse de eso. Su muerte ha sido leída de manera distinta en el transcurrir de las décadas. Hoy, ya nadie hace ninguna diferencia entre ser un guerrillero y un terrorista. Le dedico buena parte del libro porque fue una piedra en el zapato para muchos otros poetas, que pudiendo haber sido guerrilleros, no lo fueron. El único de su generación que tuvo una postura totalmente distinta fue Rodolfo Hinostroza, que nunca se creyó el cuento revolucionario.

¿Y la posición de César Calvo, qué te parece?

Yo le tomo el pelo un poco. Creo que César estuvo queriendo jugar un papel que no iba a jugar, al decir “yo pude ser guerrillero pero no lo fui”. En realidad, no lo iba a ser nunca. Quien abordó el tema de la guerrilla en su poesía de forma más interesante fue Antonio Cisneros, quien ya tenía el lenguaje del sesenta, mientras César Calvo no. Calvo se demoró en cambiar su lenguaje, tanto que lo hizo tarde y a desgana. Felizmente, en un libro como “Las tres mitades de Ino Moxo” pudo plasmar mejor el tema.

¿Crees que la generación del 60 concilió esta esta polémica absurda que dividía a los creadores entre los poetas sociales y los poetas puros?

Ellos lo resuelven, creo yo, trayendo a la poesía la vida doméstica y burguesa, la del diario vivir. Sobre todo en la línea conversacional, que es la que más valoro yo.

Además, tu señalas tres tópicos muy presentes en la poesía de esta generación: la casa, el viaje, el río.

Así lo pongo yo. El río y la casa es una figura presente a lo largo de todo el libro y de toda la poesía. Elaboro una tesis algo arriesgada: que el retorno al Perú de Hinostroza y de Cisneros supuso una simplificación de sus expectativas poéticas. Algunos críticos, como Roland Forgues, los criticó por escribir sobre temas que “no correspondían” a un autor latinoamericano, le parecía “pretencioso”. Para mí, “pretencioso” en el mejor sentido del término, es el calificativo que define la poesía de Rodolfo. Como la de Enrique Verástegui. La pretensión cosmopolita de tratar los grandes temas.

¿Fueron víctimas de una crítica prejuicio y paternalista que exigía a la poesía peruana ser “revolucionaria”?

Hay un prejuicio de todas maneras. Y no solo “revolucionaria”, sino también tradicional. Hecha de versitos. Rodolfo Hinostroza es el poeta que se confronta con Occidente, con Europa, considerado el gran continente humanista, aunque también sostenido por su pasado colonial.

El tema de las antologías es clave en el libro. Libros como “Los nuevos” resultaron fundamentales para valorar y difundir la poesía de los años sesenta. Sin embargo, este tipo de publicaciones degeneró hasta llegarse a casos en que, de cuenta, antologadores improvisados llegaron a cobrar por aparecer en ellas. ¿Cuánto se han desprestigiado las antologías?

Hay antologías y antologías. Hay las que abren un círculo, y otras que lo cierran. Si pienso en una antología con la de José Miguel Oviedo, publicada en Visor, “Poetas peruanos del siglo XX”, si estás en ella estarás contento, y si no, creerás que te perdiste todo el siglo XX. Y mira que no están allí ni Arguedas, ni Mario Montalbetti, ni Enrique Verástegui, que debían haber estado. A veces, la presencia de uno u otro depende de quien prepara la antología. Pero hay antologías muy importantes: la Francisco Carrillo publicada en 1965, o “Lo nuevos”, que resulta un bautizo, no consagratorio, pero que anunció un nuevo camino, la aparición de poetas jóvenes que quieren escribir de manera distinta. Pero en ella el gran ausente es Luis Hernández, hoy uno de los poetas más reeditado, el que más liga con las nuevas generaciones. Personalmente, he estado en algunas antologías y ausente en otras. Pero la verdad, uno como escritor no debe estar pensando en los demás, sino en uno mismo. De otra manera, te desgastas mucho.

LOS POETAS DEL 60


• Abelardo Sánchez León

• Fondo Editorial PUCP

• Año: 2025

• Páginas: 372

La pregunta incómoda: en tu libro adviertes una ausencia de mujeres en la movida poética de los sesenta. Del grupo, solo señalas a Enriqueta Beleván. ¿En verdad hubo tan pocas?

Hay varias maneras de responder eso. Me he dado el trabajo de ver antologías muy generosas, como la de Ricardo González Vigil, publicada por PetroPerú, y no encuentro mujeres. En el 60 no hay ni una. Podría haber, por supuesto. Señalo a Enriqueta Beleván, que nadie la menciona, y que me parece una buena poeta. Arriesgo una respuesta literaria: los cambios que exigían la línea conversacional, de influencia anglosajona y que preponderó en esta generación, exigía un cambio radical sobre lo que era la poesía, el hecho poético, la forma literaria, el sonido, el oído. Y quizás no encontró entonces preparadas a las mujeres para cambiar su concepción de lo poético. La tendencia apareció en los ochenta y en los noventa. A partir de allí y se dan las condiciones sociales, culturales y literarias para que la mujer aparezca fuertemente.

¿Ni siquiera en los 70? Pensemos en Carmen Ollé, por ejemplo.

Carmen aparece tras su retorno de Europa. Ella publica en el 80. No salió con el manifiesto de Hora Zero. Aparece junto con Giovanna Pollarolo, Rosella di Paolo o Marcela Robles.

Señalas como preocupación de los poetas la presencia de Lima como escenario, lo que se creía un reto asumido especialmente por los narradores. ¿Cómo se da este proyecto en la poesía de los sesenta?

Una novedad en la poesía de los 60, y que se acrecentó en los 70, es lo narrativo y lo coloquial. Y no se narra en el aire, debes tener un lugar. Y Lima es ese lugar. También tenemos que advertir el tema de la migración: Calvo es de Iquitos, Hinostroza nació en Lima pero se crió en Huaraz. Marcos Martos es de Piura. Lima entonces aparece de manera vivencial. Mirko Lauer hace una reflexión al estilo Salazar Bondy en su libro Ciudad de Lima. Él es un migrante también, pero de Žatec, en la actual república Checa. Uno de sus mejores libros.

Como dices, la generación de 60 es un grupo de gente joven. ¿Fue un estado de juventud permanente?

Creo que el caso de Hinostroza es el más explícito en cuanto al temor a envejecer. Y envejecer en todos los sentidos: físicamente, poéticamente, en su vitalidad. Es alguien que siempre se está renovando, siempre está cambiando, que no quiere repetirse, que quiere experimentar.

Cuentas que a Antonio Cisneros lo que más lo molestaba era que lo considerasen viejo. No por un tema de edad, sino por sentirse intrascendente, retirado.

Eso es lo más difícil. Es inevitable. ¿Qué actitud debes tomar en este momento de su vida? Es una pregunta que no se le debe hacer a la generación del 60, porque siempre fueron jóvenes. ¡Siempre!

Los amigos desaparecen y uno se va olvidando de su lados menos amables. En el caso de Antonio Cisneros, tu recuerdas su mal carácter.

La única explicación que tengo a eso podría ser que Toño esperaba siempre más de él mismo. Y eso le producía gran insatisfacción. Tuvo todos los reconocimientos, pero no le gustaba que le hicieran sombra, quería ser siempre el centro de la atención. Estuvo siempre bien rodeado por su familia, pero siempre sentía que le faltaba algo. “De viejo, tengo el derecho de ser un viejo cascarrabias”, me repetía todo el tiempo.

Los premios es un tema delicado cuando se habla de la generación 60. Una de las cosas más tristes que le recuerdo de Hinostroza es indignarse por no haber recibido en su momento el Premio Nacional de Cultura. Insultó al jurado, incluso. ¿Cómo ves tú esa necesidad de reconocimiento?

Sí, pues. Los premios es lo único que compensa el trato indiferente a tus libros, por decirlo elegantemente. Las becas están más aceptadas, pero en los premios se ve mucha pelea, muchos desencuentros. Rodolfo ya no puede responderme, pero en el libro le digo: “Tú, que has ganado el premio Maldoror. ¿Qué puede preocuparte el premio del Ministerio de Cultura del Perú?“. Era por el dinero, creo. Muchos poetas llegan a viejos muy pobres, muy ajustados, muy necesitados. Pienso en Juan Gonzalo Rose, en Romualdo, en Paco Bendezú. Un premio te puede ayudar a que te entierren, prácticamente.

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