De pocos intelectuales peruanos puede decirse que gozaron de una larga vida contribuyendo a la creación de conocimiento, animando el debate de las ideas, sembrando la concordia entre los interlocutores y obteniendo un gran reconocimiento internacional. Es verdaderamente tan sorprendente como admirable el prestigio que llegó a obtener Francisco Miró Quesada Cantuarias. Fue uno de los primeros peruanos en dedicarse ‘profesionalmente’ a la filosofía, aunque solía decir, con el fino humor que siempre lo caracterizó, que esta disciplina en el Perú es un olmo que da peras.
Era consciente de las dificultades que traía consigo el oficio del filósofo en una sociedad que concedía tan poco valor al cultivo de las tradiciones académicas, y tan refractaria a la reflexión. Su vida ha sido una demostración palpable de esa ingeniosa teoría, porque él ha sido una pera de nuestro olmo. Tuve la fortuna de trabajar con él, apenas culminé mis estudios en Alemania, y siempre he comentado que esa experiencia fue para mí una verdadera lección de vida.
Para poder cumplir su valiosa misión filosófica tuvo a su favor una clara vocación intelectual y una personalidad fina y cultivada. Virtudes no siempre concurrentes, pero que en su caso produjeron una alianza afortunada. De trato elegante, mostró siempre una actitud tolerante y respetuosa hacia los demás, pero sin dejar nunca de decir su opinión con claridad. Tenía una curiosidad muy grande, que lo llevó a incursionar en las ciencias y en las artes más diversas, y una notable capacidad de asombro, que hizo de él un conversador incansable y ameno.
Su obra filosófica ha sido prolífica, de amplio espectro e internacionalmente reconocida. Fue uno de los principales protagonistas en los debates filosóficos de América Latina, en los que adoptó una posición original en áreas muy distintas. La evolución de su pensamiento es un interesante reflejo del desarrollo de la discusión filosófica de las últimas décadas, no menos que un testimonio de honestidad intelectual y profesional.
—Inteligencia y ecuanimidad—
Le tocó vivir una época agitada en la filosofía y el pensamiento político de la región, cuando surgió el movimiento a favor de una filosofía ‘latinoamericanista’, que reclamaba identidad propia en el planteamiento de los problemas y que se oponía radicalmente a las pretensiones de universalidad de la filosofía occidental. En medio del fuego cruzado entre latinoamericanistas y europeístas, Miró Quesada logró mantener relaciones cordiales y fructíferas con los representantes de ambas posiciones, no solo porque supo detectar sabiamente el peligro del extremismo que anidaba en los contendientes, sino sobre todo porque plasmó en varias obras suyas una defensa original del núcleo valioso de los reclamos emancipatorios, así como de la genuina herencia filosófica europea en la que él mismo se había formado.
De ello nos dan testimonio sus libros sobre la filosofía latinoamericana y sobre la teoría de la razón. Mirando ahora en perspectiva los debates de aquella época, no cabe sino elogiar la inteligencia y ecuanimidad de la posición que defendió, lo que ha terminado por hacer más perdurable la influencia de su pensamiento.
Miró Quesada fue, además, un filósofo verdaderamente internacional. Participó en congresos en Estados Unidos y Europa, y mantuvo un intercambio de ideas con los filósofos más destacados de ambos continentes. El prestigio que se fue labrando en aquellos foros por la calidad de su obra y la ecuanimidad de sus posiciones le valió ser elegido presidente de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía, la más grande y reconocida asociación filosófica internacional. Es el único filósofo peruano que ha merecido semejante distinción.
—Maestro incansable—
En el Perú, Miró Quesada fue un maestro incansable. Lo fue por generosa decisión propia, porque recorrió muchas ciudades y universidades del país dando conferencias y explicando los más complejos temas filosóficos con el talento pedagógico que poseía. Pero lo fue también porque así era percibido y recibido en donde aparecía: como un maestro al que se aplaudía y se deseaba honrar escuchándolo con atención y ofreciéndole cada vez más homenajes.
Entre tantos elogios que podrían hacerse de él, cabría decir también que fue un patriarca. En el Diccionario de la RAE se lee, en efecto, que una de las acepciones de dicha palabra es: ‘Persona que por su edad y sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad’. Eso ha sido, sin duda alguna, Francisco Miró Quesada: una persona que por su edad y sabiduría ejerció autoridad durante décadas en la comunidad filosófica latinoamericana. Pocos como él merecen este título de dignidad, por el que ahora le expresamos igualmente nuestro reconocimiento y gratitud.