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“Mi hijo tiene 3 años y aún no ha visto una pantalla”: ¿Por qué posponer su uso lo más posible?
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En un mundo donde los niños aprenden a deslizar una pantalla incluso antes que atarse los zapatos, madres como Rosario Jiménez, han dicidido ir a contracorriente: su hijo de tres años no interactúa con un celular, tablet, computadora ni televisión. La elección, lejos de ser casual, fue resultado de una reflexión profunda sobre cómo quería vivir la maternidad y qué huellas quería dejar en el desarrollo de su pequeño.
“Desde mi formación como psicóloga y trabajando en el área de educación, siempre me encuentro en la búsqueda de información actualizada sobre la primera infancia. Sin embargo, al convertirme en madre me hice muchas preguntas sobre la crianza que queríamos llevar con mi esposo. Conociendo que en los primeros años de vida se forman las conexiones neuronales que son la base de todas las habilidades —físicas, motrices, cognitivas, sociales, emocionales y lingüísticas— decidimos postergar el uso de pantallas”, comentó a Hogar y Familia.
Conforme su hijo ha ido creciendo, cualquier duda inicial se ha transformado en una absoluta certeza. “Veíamos las dificultades que enfrentan otros niños expuestos mucho tiempo a pantallas y, al mismo tiempo, el progreso de nuestro pequeño en el área verbal, de atención, de socialización. Cada paso que ha dado reafirma nuestra decisión de priorizar el juego y otras actividades alternativas”, relató
Sin duda, casos como este, nos conducen a una pregunta crucial que muchos padres se hacen hoy en día: ¿Qué significa realmente para el cerebro de un niño crecer sin pantallas en una era digitalizada? ¿Se está quedando atrás, o en realidad está recibiendo un regalo invaluable para su desarrollo?
¿Cómo es el desarrollo del cerebro en los primeros años?
El desarrollo cerebral en la infancia es un proceso fascinante y decisivo. Según la doctora Pamela Muñoz, neuróloga pediatra de la Clínica Ricardo Palma, los primeros cinco años constituyen una ventana crítica para el neurodesarrollo, pues en ese periodo se desarrolla el 90% del cerebro, sobre todo a nivel sensorial. Solo en los tres primeros años se forman alrededor de mil billones de conexiones neuronales, que serán la base de todas las funciones mentales superiores.
“Un niño que crece sin pantallas tiene la oportunidad de vivir experiencias directas: sentir texturas, reconocer olores, escuchar sonidos del entorno y, sobre todo, interactuar con personas reales. Esa interacción constante con la realidad fortalece las conexiones neuronales y enriquece su aprendizaje”.

Por su parte, el neurólogo Fernando Lizárraga, de Clínica Internacional, añadió que esta etapa está marcada por la plasticidad cerebral, la capacidad del cerebro para modificarse en función de la experiencia. “Cada juego con bloques, cada conversación o cada carrera en el parque construyen y refuerzan circuitos neuronales”.
Gracias a este contacto con el mundo y al juego simbólico, Marie Trace, pediatra conductual de Cleveland Clinic Children’s, detalló que los niños fortalecen habilidades cognitivas, sociales y emocionales fundamentales: desarrollan lenguaje, comprensión de gestos y emociones, creatividad, imaginación y regulación emocional. Estas experiencias los ayudan a negociar, esperar turnos, trabajar en equipo y resolver problemas, bases sólidas para su futuro académico y social.
El desarrollo motor también tiene un papel protagónico. De acuerdo con Claudia Cortez, directora de la carrera de psicología de la Universidad San Ignacio de Loyola, actividades como gatear, correr, manipular objetos o trepar son esenciales para la coordinación ojo-mano y la maduración del sistema musculoesquelético. Estos avances tempranos se vinculan directamente con aprendizajes posteriores como la escritura y el cálculo matemático.
“Los beneficios de postergar las pantallas, sin duda, se reflejan en la vida cotidiana de los niños. En mi caso, mi hijo es capaz de mantener conversaciones fluidas, se involucra con atención en las actividades, busca soluciones a los problemas, inventa juegos para entretenerse, y cada vez muestra mayor tolerancia a la frustración y al tiempo de espera”, aseguró la madre.
¿Cuáles son los riesgos de la exposición temprana?
La exposición a pantallas antes de los tres años puede tener consecuencias profundas en el desarrollo de los niños. Según la psicóloga clínica Ana Ramírez, uno de los principales riesgos está en el lenguaje: cuando un niño escucha más a un dispositivo que a sus cuidadores, pierde la oportunidad de nutrirse de la interacción verbal que enriquece su vocabulario y comprensión.
A esto se suma el impacto en la atención, ya que los estímulos veloces y brillantes de una pantalla hacen más difícil que el niño se concentre en actividades pausadas, como leer un cuento o construir con bloques.
El sueño tampoco queda intacto, pues la luz azul de los dispositivos altera la producción natural de melatonina, afectando la calidad del descanso. Mientras que, en la conducta, se observa irritabilidad y dependencia; niños que solo logran calmarse frente a un celular, perdiendo la oportunidad de desarrollar una autorregulación natural en esta etapa.
Raquel Bacigalupe, psicóloga de SANNA Clínica San Borja advirtió que este hábito—aparentemente práctico para muchos padres— puede volverse un arma de doble filo. “Calmar al niño con videos en el celular puede funcionar de inmediato, pero a largo plazo le roba la posibilidad de aprender a tolerar la espera, a entretenerse con un juguete sencillo o a buscar consuelo en un adulto. Los niños que dependen de la pantalla como única vía de autorregulación tienden a frustrarse con mayor facilidad, mientras que aquellos que no se exponen descubren estrategias más ricas y diversas”.

¿Cuál es el rol de los padres y el entorno?
El papel de los padres y del entorno es decisivo. Como explicó la doctora Ramírez, los niños aprenden más por lo que ven que por lo que se les dice. Por ejemplo, si un padre pasa largas horas en el celular mientras pide a su hijo no usarlo, el mensaje se contradice. En cambio, cuando los adultos eligen leer, conversar en la mesa o jugar en familia, transmiten la idea de que la diversión y el vínculo no dependen de una pantalla.
Por supuesto, no es sencillo. Muchos padres sienten la presión de familiares, amigos o docentes que insisten en que “todos los niños usan pantallas” y que privarlos es dejarlos en desventaja. Frente a eso, la psicóloga recomendó responder con argumentos claros y simples: “Hemos decidido esperar porque a su edad es mejor que explore con juegos y libros”. Dar alternativas a los abuelos o cuidadores —como leer un cuento en lugar de poner un video— ayuda a que esta decisión se entienda como un cuidado consciente, no como una prohibición arbitraria.
La experiencia de Rosario Jiménez, lo confirma: al inicio su familia dudaba, pero al ver cómo su hijo socializaba y jugaba sin problemas, terminaron apoyando su elección. “Con los teléfonos es con lo que más luchamos día a día; hay días que lo hacemos mejor que otros. Con la televisión nos ha sido más fácil”. Su hijo no vive ajeno a la tecnología: sabe qué es Spotify, Google Home o Alexa, y en momentos puntuales le muestran algún contenido breve con un propósito específico. La diferencia está en que esos usos son acompañados y limitados, antes de volver al juego.
Para esta madre, ningún extremo es beneficioso. Prefiere que su hijo, en esta primera etapa, descubra el mundo real: ir al parque, visitar una granja, asistir al teatro o escuchar música en vivo. Y cuando su pequeño se encuentra con otros niños que sí usan pantallas, suele observar unos minutos y luego retomar su juguete, o incluso logra que otros niños se unan al juego. “Siempre le explicamos que el balance es importante, que ya llegará el momento de explorar la tablet o el teléfono, pero que ahora es tiempo de jugar de otras formas”, afirmó.
¿Qué alternativas creativas se pueden utilizar?
Cuando se trata de entretener a los niños sin la tecnología, las opciones son casi infinitas. Expertas como la psicoterapeuta Liliana Tuñoque y Ana Ramírez coincidieron en que la clave no está en tener los juguetes más sofisticados, sino en fomentar la creatividad, la interacción y el vínculo familiar:
- Juguetes y materiales sencillos: Unos bloques, plastilina, muñecos o incluso una caja vacía pueden convertirse en escenarios de grandes aventuras. Lo importante es que estos objetos permitan a los niños crear e imaginar. Los padres o cuidadores tienen un rol fundamental al participar en el juego y animarlos a compartir con otros niños.
- Juegos de lenguaje y movimiento: El desarrollo del lenguaje se potencia con la interacción. Actividades como leer cuentos en voz alta todos los días, cantar canciones con gestos, o inventar historias con personajes de libros no solo enriquecen el vocabulario, sino que también fortalecen el vínculo emocional. Hacer preguntas sencillas, como “¿Dónde está el perrito?” o “¿Qué color es esto?”, estimula la comprensión y la expresión espontánea.
- Rutinas como oportunidad de aprendizaje: Tareas del día a día, como regar las plantas o ayudar a mezclar los ingredientes para unas galletas, se transforman en actividades divertidas y educativas. Estas rutinas enseñan al niño a seguir instrucciones, a aprender vocabulario nuevo y a desarrollar responsabilidades.
- Estrategias para momentos de espera: Las situaciones más desafiantes, como viajes largos, esperas en un consultorio o la hora de la comida, pueden manejarse sin recurrir al celular. Una “mochila sorpresa” con libros pequeños, rompecabezas y otros objetos es una excelente estrategia para los viajes. Para las esperas, juegos sencillos como el “veo-veo,” adivinanzas o contar objetos de un color específico son herramientas muy útiles que promueven la observación y la comunicación.

“Desde pequeñito hemos cargado con mochilas de entretenimiento cuando vamos a restaurantes o salidas. Plastilinas, rompecabezas, stickers, imanes, legos, crayolas y cuentos. Ahora que está más grande, él mismo escoge lo que quiere llevar, generalmente es un cuento, rompecabezas o algún juguete que le han regalado en algún cumpleaños. Mi consejo es iniciar este hábito desde bebés y tener siempre un bolso con juguetes que solo se usen fuera de casa, para que les resulten novedosos. Desde luego, es importante que como padres estemos convencidos y alineados en la decisión de limitar las pantallas. Requiere constancia y presencia, pero vale la pena porque el niño no juega solo al inicio: necesita de nosotros”, recomendó Rosario Jiménez.
¿Cómo realizar una introducción controlada a las pantallas?
La llegada de las pantallas a la vida de un niño no tiene por qué ser abrupta ni sin dirección. Según Ana Ramírez, la recomendación más extendida es evitar su uso antes de los 2 años y, de ser posible, postergarlo hasta los 5 o 6. A partir de ahí, la clave no está en prohibir, sino en introducirlas de manera gradual, acompañada y consciente.
Eso significa elegir contenidos breves, educativos y adecuados para la edad, y siempre en compañía de un adulto que contextualice lo que se ve. “No todo consumo digital es igual: mientras lo pasivo (como mirar videos sin interacción) puede afectar la atención y el lenguaje, el consumo interactivo —como resolver un rompecabezas digital junto a un padre o ver un video de animales y luego conversar sobre lo aprendido— puede tener beneficios. Aun así, recuerda que ninguna pantalla sustituye la riqueza de las experiencias tangibles, como armar un rompecabezas físico que además fortalece la motricidad fina y la percepción espacial”, subrayó la doctora Ramírez.
Los límites, además, deben estar claros desde el principio: menos de una hora diaria en edad escolar inicial, con contenido apropiado, sin usarlas como premio o castigo, y nunca antes de dormir. Una práctica saludable puede ser reservar las pantallas para momentos en familia, como ver una película los fines de semana, dejando espacio en la rutina diaria para juegos, lectura o actividades al aire libre.
Esta visión también la comparte Rosario Jiménez, quien como madre cuando llegue el momento, lo hará con un propósito específico: “Creo que buscaremos introducir su uso al inicio con un propósito, sea para reforzar un nuevo idioma o un tema que despierte mucha curiosidad, siempre con videos cortos de 3 a 5 minutos, acompañados de un adulto que responda preguntas o complemente la información. La idea es que con el tiempo haya más flexibilidad, pero siempre buscando un balance saludable entre la tecnología y otras experiencias que contribuyan a su desarrollo”.
Algunas recomendaciones
- Confía en el proceso: Ningún niño se queda atrás por esperar. Lo que necesitan en la primera infancia es contacto humano, juego libre y experiencias reales.
- Prioriza lo esencial: Bloques, dibujos, canciones, conversaciones y juego con otros niños fortalecen la concentración, el lenguaje, las habilidades sociales y la creatividad.
- Recuerda la evidencia científica: No existen beneficios comprobados del uso temprano de pantallas en menores de dos años, pero sí riesgos para su desarrollo.
- El mundo real es insustituible: El juego activo, la exploración con los sentidos y la interacción cara a cara construyen la base sólida para la inteligencia y el bienestar emocional.
- No temas que se queden atrás: Al fortalecer su desarrollo pleno en el mundo real, los preparas mejor para cualquier herramienta digital en el futuro.
- Sé el faro de tus hijos: Tú eres su guía y su modelo, no una pantalla.
- Sé realista y flexible: Todos los padres pasan por momentos de cansancio; usar la pantalla ocasionalmente no define la crianza. Lo importante es la constancia a largo plazo.
- Anticípate a los momentos difíciles: Prepara alternativas antes de llegar al límite del agotamiento (cajas de juegos, cuentos, canciones, etc.).
- Reconoce tu esfuerzo: Criar sin pantallas en los primeros años es un regalo invaluable para tus hijos.
“Es una decisión importante, y aunque a veces sea agotador involucrarse en cada juego y buscar alternativas para entretener a los niños, los beneficios a mediano y largo plazo son la mejor recompensa. Cuando se toma una decisión que requiere tanto compromiso, es esencial estar convencido de sus ventajas para poder seguir adelante incluso en los momentos de soledad o cansancio. No hay días perfectos, pero lo importante es recordar la razón por la que lo hacemos. El equilibrio es clave, ya que ningún extremo es beneficioso. Desde la realidad de cada familia, siempre se pueden hacer pequeños cambios para favorecer una crianza con menos exposición a las pantallas, especialmente durante la primera infancia”, concluyó la madre de familia.
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