En el principio fue el verbo. Y se escribió sobre un papel. Es decir, sobre un papiro, pergamino, piel de becerro, palimpsesto o pulpa de celulosa. Es bueno recordarlo ahora que vivimos gobernados por pixeles, bits y bytes, tanto que escribir una carta, por ejemplo, es un acto relativamente obsoleto debido a la irrupción del correo electrónico o los mensajes de texto, mucho más fáciles y veloces. Hasta el libro se ha convertido en una superficie brillante por la que la lectura literalmente se desliza. Pero eso no significa que el papel, esa fibra aglutinada por puentes de hidrógeno, sea un pálido residuo del pasado. El papel es más antiguo que la imprenta y le debemos el surgimiento de la civilización moderna.
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Como se sabe, el papel salió de China en el siglo II a. C., se abrió camino en el mundo árabe y llegó a España en el siglo XI para impregnar la vida cotidiana con una extraordinaria variedad de formatos –estampas, billetes, folletos, naipes, cuadernos, periódicos— hasta consagrar a la humilde tecnología como el medio fundamental que aceleró la llegada de la modernidad. Antes y después de Gutenberg, la era del papel cobró tanta vigencia que inclusive en el mundo actual, saturado de pantallas, tanto lo analógico como lo digital coexisten sin mayores problemas. Es más, los impresos en papel siguen siendo el soporte para la creación de esas obras de arte que desde siempre han modelado la vida, el trabajo y la cultura humana.
Pasemos la página
Prueba palpable de todo lo dicho es “Women to Watch - Paper Routes”, muestra bienal que organiza, coordina y desarrolla el National Museum of Women in the Arts de Washington D.C., cuya misión es dar visibilidad exclusivamente a artistas mujeres, además de incorporarlas en las actividades anexas entre sus comités. Y así como antes fue el metal, este 2020 la convocatoria se centró en el trabajo del papel como soporte y elemento discursivo. Así, la idea central era que las artistas seleccionadas demuestren que el compuesto de celulosa no solo sirve como soporte para dibujos, impresiones y fotografías sino que constituye un medio artístico en sí mismo.
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“Recibir el encargo de seleccionar la muestra del capítulo peruano fue más complejo de lo que supondría puesto que el papel es un elemento omnipresente en el mundo de las artes plásticas. Si todas lo usan, ¿cómo escoger un grupo de artistas significativas?”, se pregunta la curadora Florencia Portocarrero. “Para abordar un marco tan amplio tuve que documentarme. El libro ‘White Magic: The Edge Of Paper’ de Lothar Müller me sirvió mucho. Las convocadas tendrían que crear un universo formal único con papel y formular un comentario político comprometido desde su condición de artistas y mujeres. Además, mi selección debería ser capaz de dar cabida a distintas generaciones”.
Bajo esos parámetros fueron preseleccionadas Marisabel Arias, Natalia Iguiñiz, Macarena Rojas, Elena Tejada Herrera y Natalia Revilla. Elevada la propuesta, las curadoras del museo norteamericano eligieron a esta última como nuestra representante, cuyas obras desde el 8 de este mes se exponen en su sede central de Washington. Fundado en 1987 por Wilhelmina Holladay y bajo la actual dirección de Susan Fisher Sterling, se trata del único museo dedicado a la difusión del arte creado por mujeres. Tiene 22 comités dentro de Estados Unidos, su colección está compuesta por 4.700 obras de más de mil artistas y ha realizado más de 300 exhibiciones en el mundo entero.
Efecto de vacío
Así, la muestra actual contiene una serie de dibujos vinculados a los veinte primeros años de vida de Natalia Revilla (Lima, 1981): las estructuras inconclusas del tren eléctrico, un coche bomba, un hombre cargando un cartel de protesta durante una marcha, un estudiante siendo registrado por un militar y el retrato de su madre. Lo sui géneris es que cada uno de ellos presenta determinados espacios cuidadosamente quemados. La muestra se completa con otros dos que exploran las ambigüedades de la comunicación en dos palabras machinguenga sin traducción directa al español: “Katsatagantsi” (darse las manos) y “apipakótene” (la otra mano).
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¿Cuál es el efecto del vacío en los papeles quemados? “Son representaciones de la reconstrucción de la memoria, me interesa lo que está ausente al interior de esos discursos. La violencia de las imágenes se refuerza en su alegoría del vacío”, dice la artista. “La otra serie se interroga sobre las funciones de la traducción. La imposibilidad de diálogo no debe entenderse únicamente como una función lingüística sino como instrumento cultural y político. Al no tener como lengua materna el español, su representación ha sido excluida muchas veces. Son imágenes que extraje de archivos de prensa, conflictos socio ambientales y fotografías familiares”.
Especialmente notable por su uso del papel no sólo como soporte sino de manera transversal, Revilla lo explora de manera sensible en esos altos relieves que juegan en pared con los dibujos a mano. Además, refuerza la convocatoria del National Museum of Women in the Arts sigue visibilizando la presencia femenina sobre el planeta. “Este no es un sistema igualitario para nosotras. También se debería plantear una nueva mirada a la historia para reivindicar el papel de muchas mujeres artistas cuyo trabajo no ha sido reconocido”, dice la creadora cuya imaginería le debe tanto al fotoperiodismo como al cómic, ha expuesto en Arco Madrid y es codirectora de Contexto Ediciones, editorial especializada en libros de artista.
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