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Claudia Cardinale (1938-2025): la indomable del cine italiano | IN MEMÓRIAM
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Tras una multitud de paparazzi, Claudia Cardinale cruzó las puertas del Vaticano con una minifalda. Junto a su colega Antonella Lualdi rompió con la rígida etiqueta que exigía cubrir hombros y rodillas. Lo que parecía un simple gesto de moda se convirtió en un símbolo de modernidad: la actriz desafió el protocolo ante el papa Pablo VI y salió de la audiencia en lágrimas tras confesar episodios dolorosos de su vida, entre ellos la agresión sexual sufrida a los 17 años. Hoy, ese espíritu rebelde se partió a los 87 años, rodeada por sus hijos.
Nacida en Túnez en 1938, su camino hacia la fama fue casi fortuito: ganó un concurso de belleza que la llevó al Festival de Venecia y desde allí fue catapultada a Roma. Su debut en “Rufufú” (1958), de Mario Monicelli, con apenas unos minutos en pantalla, bastó para convertirla en una presencia magnética. En poco tiempo ya filmaba con Pietro Germi, Mauro Bolognini y Luchino Visconti, nombres centrales de la edad de oro del cine europeo.

El año 1963 selló su consagración internacional. Fue la radiante princesa en “La pantera rosa” de Blake Edwards, la enigmática musa en “Ocho y medio” de Federico Fellini y la protagonista del inolvidable vals de “El gatopardo” de Visconti. Tres películas icónicas, estrenadas casi simultáneamente en cines de todo el mundo, convirtieron su nombre en sinónimo de glamour y talento.
Aunque Hollywood la tentó con producciones como “Los profesionales” (1966), de Richard Brooks, Cardinale siempre prefirió regresar a Europa; allí, con Sergio Leone, protagonizó “Érase una vez en el Oeste” (1968). Su carrera fue tan amplia como irregular: tras la ruptura con el productor Franco Cristaldi, su exmarido, padeció cierto ostracismo en Italia, hasta que Franco Zeffirelli la recuperó con la miniserie “Jesús de Nazaret” (1977). Desde entonces, nunca dejó de trabajar, ya fuera en el cine de autor europeo, en el teatro o en proyectos televisivos.

Una mujer indomable
La vida de Cardinale estuvo marcada por luchas silenciosas: el embarazo adolescente que ocultó durante años, la marginación en la industria y el estigma de enfrentar los deseos de hombres con poder. Con voz grave y carácter férreo, se labró una reputación de mujer libre, ajena a los moldes que imponían los estudios.
En el nuevo milenio, mientras recibía homenajes como el premio a la trayectoria en Berlín (2002), impulsaba causas vinculadas a los derechos de las mujeres y de los migrantes, aunque mantuvo cierta distancia frente a movimientos como el #MeToo.

Su magnetismo trascendió la pantalla. En Francia, donde residió gran parte de su vida, cultivó cercanía con presidentes como François Mitterrand y Jacques Chirac. En 2020 aún participaba en producciones televisivas, demostrando que la pasión por actuar nunca la abandonó. En 2022, su biografía titulada “Claudia Cardinale. La indomable” sintetizó su espíritu: una actriz capaz de vivir más de 150 vidas en pantalla y de reinventarse cada vez que la vida la golpeaba.
Hoy, al recordarla, la imagen de Cardinale en Iquitos durante el rodaje de “Fitzcarraldo” aparece en la memoria de los peruanos. El rodaje de la cinta de Werner Herzog fue una verdadera epopeya: jornadas interminables en plena selva amazónica, enfermedades, conflictos con los lugareños, actores que abandonaron la producción y un director obstinado en llevar un barco de verdad por encima de una montaña.
![1982. El director de cine alemán Werner Herzog, la actriz italiana Claudia Cardinale y el actor alemán Klaus Kinski posan para una foto de "Fitzcarraldo" durante el 35º Festival Internacional de Cine de Cannes. [Foto: AFP]](https://elcomercio.pe/resizer/v2/NWQC5XG7XBCOBLDMYULJIG72T4.jpg?auth=5f34985a420023758942c101ef0501b53a1e5099f203002feb0bed13a9f18bc6&width=825&height=550&quality=75&smart=true)
En medio de esa vorágine, Cardinale aportó temple y humanidad, manteniéndose incólume ante las obsesiones de un cineasta dispuesto a desafiar la naturaleza misma. Ambas imágenes —la actriz en la selva y la mujer rebelde que enfrentó al Vaticano— revelan la misma esencia: la de una figura que jamás aceptó ser solo un rostro bello. Con su partida en Nemours, cerca de París, se extingue una de las últimas grandes divas del cine clásico.
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