Persiste la relación de amor y odio entre Paul Verhoeven, el director holandés de “Elle”, y Hollywood. Y en ese campo minado de sentimientos la cinta francesa acaba de ganar una batalla. Le dicen revancha poética: en los Globos de Oro, “Elle” obtuvo el premio de Mejor Película Extranjera, cuando hace semanas quedó fuera en la preselección del mismo rubro en la pugna por las nominaciones al Óscar. En los Globos de Oro, “Elle” también dio un batacazo con el triunfo de su protagonista Isabelle Huppert como Mejor Actriz en Película Dramática (la gran favorita era Natalie Portman por “Jackie”).
Ahora se acerca esa confrontación cumbre que son los premios Óscar. El 24 de enero se anunciarán a los nominados. A nadie le molestará que Paul Verhoeven y “Elle” sean reconocidos en más de una categoría.
Como muchas películas de Verhoeven, “Elle” se resiste al encasillamiento. Es mucho más que un drama: es una comedia negrísima, una indagación en los brotes psicóticos, una terapia de choque de nuestras pulsiones vitales extremas (la protagonista sufre una violación sexual, pero su reacción no es la que se espera) y de las miradas de incomprensión hacia lo que se sale del cauce de las convenciones. No hay conclusiones definitivas. Como las grandes obras, “Elle” nos coloca en el umbral: abre puertas hacia otras interrogantes. La complejidad del ser humano es un enigma. Ahí se mueve como pez en el agua ese talento inalcanzable de Isabelle Huppert de no perturbarse ante las fisuras. Es como el hielo que quema: puede parecer inmutable mientras se baña en la tina y la sangre brota de su sexo y tiñe la espuma.
Y en el latido de cada fotograma, el influjo de Hitchcock para moverse entre el suspenso, la elegancia, el sarcasmo y el impacto, así como una actualización de ese legado para ofrecer una mirada abismal del mundo actual: el personaje de Huppert es la dueña de una empresa de videojuegos que crea productos no aptos para niños. La virtualidad es una vía para catalizar los instintos. En la realidad la historia es otra. Las reglas sociales y nuestros deseos colisionan. Emergen los conflictos.
Cine de shock
Le debe haber pasado a más de un niño que creció en los años 80. Al ver el póster de “Robocop” (1987), pensó que era otra inocentada de ciencia ficción a lo “Star Wars”. Sin embargo, Verhoeven había hecho pocas concesiones, así estuviera en Hollywood. La ejecución a balazos del protagonista tiene la truculencia y el remezón del mejor cine sangriento. Pero él "resucitará" luego de que usen su cuerpo para convertirlo en un androide de la policía, en un guiño explícito de Verhoeven a la pasión de Jesucristo. En ese futuro podrido y salvaje, Robocop querrá recuperar su humanidad entre los aceros y recordar su identidad.
Este clásico llevó a Verhoeven a la fama global. Años antes, el holandés se fogueó en su país natal y tuvo una trayectoria singular previo a su salto al campo audiovisual. Él tiene un doctorado en Matemática y Física y ha servido en la Marina. Pero el cine pudo más. En estas lides hizo su estreno con un documental en el que un nazi holandés se explayó en la televisión por primera vez.
Hay un dato que merece especial atención. De acuerdo al libro "Paul Verhoeven", editado por Cátedra y escrito por el español Jordi Revert, hacia la mitad de los años 60 su entonces novia Martine Tours quedó embarazada. En esas circunstancias, Verhoeven tuvo un estallido psicótico. Su desconcierto lo llevó a ampararse en la Iglesia Pentecostal, que no lo convenció del todo. Esa huella religiosa suele asomar en su obra, casi siempre vista con desconfianza. Volviendo a Martine, ella y el cineasta supieron superar sus crisis, están casados desde hace medio siglo y tienen dos hijas.
Viva el kitsch
Tras "Robocop", Verhoeven persistió en la provocación con "El vengador del futuro" (1990) y "Bajos instintos" (1992). Luego su prestigio se resquebrajó con "Showgirls" (1995). El 'bullying' fue feroz y los premios Razzies la escogieron como la peor película de los años 90. El vilipendio quizá sea injusto y es materia de debates apasionados entre cinéfilos. Pocas veces un director tuvo un presupuesto tan millonario para hacer conscientemente desmadres y abrazar una estética y ética de serie B. "Showgirls" sigue a una joven que sueña con triunfar como bailarina y cabaretera en Las Vegas (se decepcionará, por supuesto), y su desinhibición dará pie a más de una secuencia de erotismo kitsch. En "Showgirls" todo parece estar salido de control o estar hecho para destruir las expectativas. Eso la vuelve única. Un glorioso placer culposo.
Tras ese fracaso, la relación de amor y odio entre Verhoeven y Hollywood se agudizó. En "El hombre sin sombra" (2000), el cineasta parece estar fuera de forma y sin ganas de transgredir. Hasta aburrió con la película, algo inédito para él. A su vez, el infantilismo de la industria del cine se expandía. Era el momento de regresar a Europa.
En el Viejo Continente, Verhoeven retornó por lo alto con "El libro negro" (2006), que sitúa sus dramas en una Holanda invadida por los nazis. Ahora es el turno de la también magistral "Elle". Ojalá Hollywood, a través del Óscar, haga las paces con el realizador.