Enrique Planas (Lima, 1970) se ha ido mostrando, libro a libro, como un narrador cada vez más insular dentro de nuestra tradición. En su novela anterior, “Kimokawaii” (2015), se adentró en la historia de Michiko, una otaku peruana que encarna la violencia y la ternura repartidas por partes iguales, quien se enreda con un fatigado periodista al que introduce en el estridente mundo del anime y el manga. Esta ficción, escrita con oficio y planteada con eficiencia diegética, cobraba una convincente tirantez debida al bien desarrollado choque de generaciones mantenido por sus protagonistas. Su lectura nos revelaba a un fabulador dueño de una particular prosa elegante que no tenía referentes directos en el espectro nacional y cuyas elecciones temáticas tampoco podían encadenarse a ningún autor afincado en la realidad cercana.
En su más reciente entrega, “Chicas Bond”, esta situación se exacerba de manera significativa. Planas la ha concebido como una clara secuela de “Kimokawaii”: en esa ocasión Michiko se ha trasladado hasta Tokio para aprender los secretos de la elaboración del manga. Se pone a las órdenes de Takao Saito, un venerable mangaka en decadencia que ha sufrido un ataque al corazón. Se sabe que el veterano artista guarda en algún lugar la adaptación de la película “Solo se vive dos veces” -título emblemático de la serie de 007- y que el valor de esa pieza oculta es bastante elevado. Acompañada por el andrógino hijo de Takao, Michiko emprende las pesquisas para encontrar ese tesoro que librará a la familia de su maestro de las penurias económicas producidas por la enfermedad que lo ha postrado en una cama de hospital.
Planas opta por establecer su proyecto en un imaginario lejano, pero al mismo tiempo seductor y de amplias posibilidades creativas: el configurado por la literatura nipona, tanto en lo que se refiere a su vertiente popular como desde su veta más clásica. Ya en “Kimokawaii” era evidente la influencia del trabajo de Osamu Tesuka (el creador de Astroboy, personaje que tiene más de un punto de contacto con Michiko); en “Chicas Bond” podemos sumar resonancias de la obra de Asano Inio o Naoki Urasawa. La alta narrativa japonesa también reverbera en estas páginas: encontramos en ellas homenajes a las delicadas descripciones naturalistas de Kawabata, a la desesperación urbana de Osamu Dazai, a la exploración psicológica de un Mishima. Esas huellas múltiples inducen a Planas muchas veces a transformar sus párrafos en una suerte de precisos recuadros animados tributarios del manga; en otras, devienen enjundiosas estampas donde las tribulaciones del honor milenario y de las encrucijadas privadas se ilustran a partir de un expresionismo de contenidos claroscuros.
Esta propuesta estética nos ofrece momentos de rara belleza derivados de una imaginación atenta a los detalles del universo que edifica. Pero ese alarde tiene un precio: el debilitamiento de la tensión narrativa, que acarrea el entrampamiento de lo contado en ciertas estancias. Felizmente, este es un problema menor en comparación a las virtudes del volumen: una dicción pulquérrima, el tratamiento maduro de los grandes temas (la relación paternofilial, la violencia extrema, los límites entre ficción y realidad, el fetichismo sexual) y sobre todo una labrada consciencia de la extrañeza que no cae nunca en lo exótico ni en lo pintoresco: ese es el factor que distingue el camino que Planas está trazando con una segura originalidad.
Título: "Chicas Bond"
Autor: Enrique Planas
Editorial: Planeta
Año: 2022
Páginas: 265
Relación con el autor: cordial
Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles