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“Ahora es difícil porque ya no vivimos juntos, pero si me preguntas qué es la felicidad, eso es estar con mi hijo”
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El día más feliz de la vida de Miguel Iza fue cuando escuchó a su hijo decir: “Por primera vez puedo decir que soy yo, no el hijo de Miguel, ya tengo una voz propia”. Aquella confesión llegó muchos años después de la primera vez que compartieron escenario en Los unos y los otros, cuando Franco tenía apenas tres años y debía encarnar a una versión más joven de su padre. Desde entonces, sus caminos en la actuación se han cruzado y distanciado más de una vez, hasta volver a juntarse ahora en "Goteras", la obra que los coloca nuevamente frente a frente en el Teatro de Lucía.
“Nunca lo forcé ni traté de que entrara en el mundo actoral. Fue su camino natural, que fue adaptando como suyo, aunque como padre me gusta acompañarlo en ese proceso —señala Miguel Iza—. Siempre hacía la broma de ‘ya le cagué la vida a mi hijo, soy un desastre’, pero evidentemente le va bien, y yo soy feliz con eso”.

Después de varias experiencias compartidas sobre el escenario, esta vez la trama sigue a Toni, un dramaturgo joven que atraviesa una crisis creativa y solo quiere terminar su obra en paz. Una gotera en el techo lo obliga a subir al departamento de su vecino para reclamar, pero al abrir la puerta se encuentra con él mismo, con treinta años más encima.
“Me veo muy reflejado en ese personaje. Inevitablemente pensé en cómo estaría yo en 30 años y me da la posibilidad de pensar en mi presente, y también de alzarle la voz una vez más a mi padre, algo que no todo el mundo tiene el privilegio de hacer”, comenta Franco Iza.

El reflejo del tiempo
En Goteras, el protagonista se encuentra con una versión futura de sí mismo que insiste en darle consejos, corregirle el rumbo y recordarle lo inevitable del tiempo. Ese juego teatral se traslada también a Miguel y Franco Iza, que en escena se descubren parecidos, pero distintos. La ficción se convierte así en un espejo doble, donde el personaje y la vida real se reflejan mutuamente.
“Inevitablemente soy actor, algo que saqué de él. A veces hablo como él, soy muy expresivo como él, ambos compartimos afición por la ‘U’ y el Barça, y siempre busco tener la razón como él”, cuenta Franco. Miguel, por su parte, admite que el reflejo es mutuo: “Sin darme cuenta, muchas veces copio cosas de mi hijo. Cosas que no son mías, pero que aprendo de él”.

Las coincidencias no borran las diferencias. Discrepan en los cigarros o en la cultura etílica, temas que marcan la brecha generacional. Pero es en la obra donde esas tensiones se vuelven reflexión sobre el paso de los años. “Ahora no me adelanto tanto, voy paso a paso. Este montaje es una reflexión para pensar en mi presente; los problemas del futuro se los dejo a otro Franco”, señala el hijo. “Nunca pensé que viviría bastante, viviré lo suficiente. No tengo la obsesión de llegar a muy viejo, de pensar en transfusiones de sangre o terapias de rejuvenecimiento”, comenta Miguel Iza.
Durante los días previos al estreno, ambos ensayan una misma risa, postura y gestos para sostener al personaje en dos etapas distintas. “Ahora es difícil porque ya no vivimos juntos y en lo cotidiano hasta nos olvidamos de contarnos cosas. Pero si me preguntas qué es la felicidad, eso es estar con mi hijo”.
Temporada: Jueves a lunes – 8:00 p. m. / domingos – 7:00 p. m.
Lugar: Teatro de Lucía
Entradas: disponibles en Joinnus.












