Dos miembros del grupo Estado Islámico que ayudaron a asesinar al periodista estadounidense James Foley se enfrentan a la justicia en Estados Unidos. Uno de ellos fue condenado por asesinato el 19 de agosto. La madre de James se sentó cara a cara con el otro.
Era una mañana fría en Virginia el año pasado cuando Diane Foley se sentó frente al hombre que secuestró y ayudó a asesinar a su hijo, en una habitación anodina en el juzgado donde más tarde sería sentenciado a cadena perpetua.
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Cuando entró en la sala, Alexanda Kotey ya estaba allí, sentado en medio de una ráfaga de actividad y ruido de agentes del FBI, abogados defensores y cuidadores.
Pero cuando se sentó, "sentía que solo éramos él y yo". "Nos miramos y dijimos 'hola'".
Reflexiva y medida, el peso de las emociones de su experiencia le daba un aire de abatimiento a su voz mientras relataba el momento y todo lo que resumía.
"No fue fácil, pero fue importante", dijo. "Jim hubiera querido que lo hiciera".
"Jim" era su hijo, el periodista estadounidense James Foley.
Su asesinato en 2014 a manos de una célula terrorista conocida como los 'Beatles de Isis' resonó en todo el mundo, mostrando la barbarie del grupo conocido como Estado Islámico.
El grupo aterrorizó grandes extensiones de Irak y Siria, obligando a millones a vivir bajo su brutal gobierno. En el apogeo de su dominio entre 2014 y 2017, se convirtió en el grupo más temido del mundo.
La muerte de James, transmitida en Twitter el 19 de agosto de 2014, se ha convertido en una de las imágenes más perdurables y reconocibles de los tiempos modernos: un joven arrodillado con un mono naranja en el desierto.
Un hombre con una máscara negra contempla de pie amenazadoramente a su lado con un cuchillo.
Una decapitación realizada ante cámara.
El video se tituló "Mensaje a Estados Unidos".
Siete años después, dos exbritánicos, Elshafee El Sheikh, de 33 años, y Kotey, de 38, fueron condenados en un tribunal estadounidense por su participación en su asesinato como parte de la célula de Isis.
El Sheikh fue sentenciado en Virginia. En abril, Kotey fue encarcelado de por vida y Diane lo conoció.
Las cuatro horas que pasó con él fueron, para ella, una afirmación de fe, perdón y un compromiso con lo que ahora se ha convertido en el trabajo de su vida después del trauma de la muerte de su hijo: liberar rehenes en todo el mundo.
El secuestro
No es una vida que Diane, ahora de 72 años, imaginara para sí misma.
Antes de que James desapareciera en Siria en 2012, ella trabajaba como enfermera, pero en las semanas posteriores a su desaparición, renunció a su trabajo.
No era la primera vez que lo secuestraban mientras informaba.
En marzo de 2011, James y otros colegas fueron secuestrados en Libia por el régimen del coronel Muammar Gadaffi, pero serían liberados 44 días después.
Esta vez, terminaría diferente.
James partió hacia Siria en octubre de 2012 para informar sobre el creciente conflicto. Consciente de los peligros potenciales, se mantuvo en contacto regular con su familia.
Pero en noviembre, el Día de Acción de Gracias había pasado y Diane no sabía nada de su hijo. No fue hasta más tarde ese mes que apareció un correo electrónico en su bandeja de entrada. Era de los captores de James.
El grupo dijo que si la familia quería que James volviera, tenían que conseguir que el gobierno de Estados Unidos liberara a destacados prisioneros musulmanes o entregara 100 millones de euros.
También se hicieron demandas similares a las familias de otros rehenes estadounidenses que la célula secuestraría: los activistas de derechos humanos Kayla Mueller y Peter Kassig, y el periodista Steven Sotloff.
Siguieron semanas y meses, pero la familia todavía tenía la esperanza de que James "volviera a casa para Navidad", dijo Diane.
El desenlace
El gobierno de EE.UU. les dijo a los Foley que no negociaran. Según Diane, incluso los amenazaron con enjuiciarlos si intentaban recaudar el rescate ellos mismos, aunque el Departamento de Estado de EE.UU. lo negó.
Pasaron meses antes de que los Foley recibieron otro mensaje amenazándolos con la muerte de James tras unos ataques aéreos estadounidenses.
"Será ejecutado como resultado directo de las transgresiones de su país hacia nosotros", dijeron.
Se enteraría del asesinato de James por un periodista.
"Pensé que era una broma cruel", recordó.
En las semanas posteriores al asesinato de James, la célula continuaría torturando, golpeando, matando de hambre y asesinando a Peter y Steven. Kayla murió en 2015; su asesinato nunca fue filmado.
Ese año, un ataque con aviones no tripulados estadounidense mató a Mohammed Emwazi, el militante visto como el cabecilla del grupo.
No fue hasta 2018 que los otros dos, Elsheikh y Kotey, fueron capturados por una milicia kurda respaldada por EE.UU. en Siria, y luego puestos bajo custodia estadounidense.
Otro hombre, Aine Davis, estuvo en una cárcel de Turquía y ahora está en Reino Unido, donde fue arrestado por cargos de terrorismo.
Las familias de los secuestrados presionaron para que fueran extraditados a EE.UU. y juzgados en un tribunal federal en lugar de ser enviados a la prisión militar de la Bahía de Guantánamo.
"Era muy importante para nosotros que estos hombres fueran juzgados en EE.UU. y que tuvieran un juicio justo", dijo Diane.
El camino ha sido tenso y difícil, dijo.
"Ha [tomado] casi 10 años llegar a este momento".
"Ojalá nuestros países hubieran trabajado juntos y traído a nuestros hijos e hijas a casa en lugar de tener que dedicar tanto tiempo a que se hiciera justicia después de sus asesinatos... [pero] es mejor que nada", dijo.
El encuentro
El caso de Kotey, a diferencia del de El Sheikh, no fue a juicio.
Kotey se declaró culpable de ocho cargos relacionados con el secuestro, la tortura y la decapitación de rehenes del Estado Islámico en Siria, y acordó reunirse con las familias de las víctimas como parte del trato.
Diana aceptó.
En esa pequeña habitación, mientras lo miraba fijamente, se sentía más "a la par" con el hombre condenado por ayudar a matar a su hijo, dijo Diane.
"Todavía me asustaba bastante, pero, por supuesto, como sabía que estaba a salvo y que ya no podía hacerme daño, tenía algo de poder", dijo.
"Él ya había hecho lo peor y se llevó a mi ser querido".
Fue durante sus cuatro horas juntos, dijo que llegó a compadecerse del militante que ahora se enfrenta a pasar su vida en la cárcel.
"Quería que Kotey se enfrentara al horror de lo que hizo", dijo, contándole sobre el hombre que asesinó, el mayor de sus cinco hijos.
"Para que él entendiera la bondad que destruyó y por qué personas como James estaban en Siria. Es porque les importaba y querían informar la verdad al mundo".
Kotey escuchó en silencio y luego también habló sobre su propia familia.
"Dijo que había estado orando a su Dios por perdón. Compartió una foto de su familia. Tiene algunos hijos pequeños a los que probablemente nunca volverá a ver. Me hizo darme cuenta de cuánto ha perdido siguiendo el odio y la propaganda. Me hizo tenerle lástima".
Pero nunca le dijo a Diane dónde están enterrados los cuerpos de los rehenes que él y sus conspiradores asesinaron.
Jamás han sido encontrados.
"Y él nunca dijo 'lo siento'. Fue sombrío y respetuoso conmigo y habló de remordimiento", pero nunca se disculpó, dijo.
Cuando se volvió para irse por última vez, hizo un comentario de despedida.
"Le dije que esperaba que en algún momento ambos pudieramos perdonarnos", recordó.
Él la miró confundido y le dijo: "No tengo que perdonarte nada".
Su súplica, explicó, se basa en su fe católica, la base de su fortaleza y lo que la ha mantenido en marcha.
"Sé que no tiene que perdonarme nada, pero en ese momento… no lo sé".
Hizo una pausa, buscando las palabras.
"Siento que, como personas, ninguno de nosotros es perfecto. Todos hacemos cosas de las que nos arrepentimos".
La fuerza
"Si los odiara, habrían ganado. Me seguirían manteniendo cautiva pues no estaría dispuesta a ser diferente a como lo fueron ellos con mi ser querido. Tenemos que orar por el coraje de ser lo contrario".
"Es un viaje duro hacia el perdón, y no lo he logrado por completo, pero es a lo que aspiro".
En las tres semanas posteriores al asesinato de James, Diane creó algo que, según ella, ahora le da un propósito a su vida: la fundación James W Foley Legacy.
Aboga por que el gobierno estadounidense haga más para ayudar a los ciudadanos retenidos como rehenes en el extranjero.
Su trabajo la ha convertido en una fuerza política: otras familias de rehenes han descrito a Diane como "imparable".
"Los gobiernos deben cuidar las espaldas de nuestros ciudadanos cuando viajan internacionalmente", dijo.
"Necesitan ser astutos y tener muchas herramientas para usar: sanciones, ayuda humanitaria, vacunas o visas, cualquier cosa para abrir canales humanitarios para que podamos detener el horror de la toma de rehenes internacional".
A pesar de todo, el sufrimiento no ha cesado ni para ella ni para su familia, admitió.
"Ha sido muy duro para los hermanos y la hermana de Jim, y para mi esposo. Probablemente paguemos para siempre el precio de todo lo que pasamos. Todas las familias tenemos mucho estrés postraumático".
Los familiares de las otras víctimas han dicho que no adoptarán el enfoque de Diane.
"Nunca los perdonaré y he hecho las paces con eso", le dijo Bethany Haines, la hija de David, a la BBC en abril cuando El Sheikh fue juzgado en la corte.
Como parte de las condiciones de las autoridades británicas para las extradiciones, ni Kotey ni Elsheikh enfrentarán la pena de muerte.
"Me alegro por eso", dijo Diane. "Tienen el resto de sus vidas para pensar en lo que han hecho.
"Han perdido su libertad, su ciudadanía, sus familias. Su odio no triunfó".
Información adicional de Alison Hunter