Un día muy caluroso de hace 78 años salvó la vida de uno de los mayores genocidas de la historia.
El 20 de julio de 1944 un detallado plan que involucraba a cerca de 500 personas tenía como objetivo asesinar a Adolf Hitler y, junto a él, derrocar al régimen nazi.
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La denominada Operación Valquiria estuvo muy cerca de funcionar y con ella, probablemente, la Segunda Guerra Mundial habría concluido un año antes.
Sin embargo, una serie de casualidades -comenzando por el soleado día que mencionamos líneas atrás- no solo frustró el plan sino que le permitió a Hitler sentirse inmortal.
Descontento con Hitler
Habían transcurrido cinco años desde que Hitler tomó la decisión de invadir Polonia y, con ello, dar inicio a la Segunda Guerra Mundial.
Tras la impactante ofensiva inicial nazi, quienes a través de la Blitskrieg habían podido conquistar gran parte de Europa Occidental, los Aliados y el Ejército Rojo soviético se habían anotado sendas victorias como el Desembarco de Normandía y la recuperación de Stalingrado, consiguiendo cercar cada vez más a los alemanes.
El escenario era inocultable para la cúpula militar por lo que entre sus filas comenzó a surgir tímidamente la idea de derrocar a Hitler y negociar una rendición que ponga fin a la guerra.
Ya para esa fecha el líder nazi se había salvado de alrededor de 40 intentos de asesinato, muchos de ellos complotados desde el seno de la Wehrmacht; es decir, del propio ejército nacional. Esto había llevado a Hitler a rozar la paranoia, por lo que limitaba su círculo a miembros de la SS, la fuerza paramilitar nacida exclusivamente para mantenerlo a salvo, el servicio de Inteligencia Gestapo y a unos cuántos oficiales más.
Los frustrados intentos, a su vez, habían desmoralizado a la oposición.
Sin embargo, un plan llegaría como rayo de esperanza.
El plan nazi en su contra
Los nazis habían ideado previamente un plan de respuesta ante un eventual levantamiento de los trabajadores contra Hitler. En este plan, se movilizaría al Ejército de Reserva para reprimir a los insurgentes.
Había sido ideado por el director de Seguridad del Reich Reinhard Heydrich, diseñado por el general Friedrich Olbricht y aprobado por el mismo Hitler. Recibiría el nombre clave de Operación Valquiria, en honor a una ópera de Wilhelm Richard Wagner.
Sin embargo, con el tiempo Olbricht terminaría sumándose a las filas rebeldes y Valquiria se convertiría en el plan perfecto contra el propio líder nazi.
Tras el rediseño del plan, Valquiria ahora consistía en una operación en la que mediante la detonación de dos bombas asesinarían a Hitler, notificarían de inmediato a todo Berlín, posiblemente desencadenarían un enfrentamiento entre la Wehrmacht y la SS, y finalmente instaurarían la denominada “democracia alemana” donde una élite intelectual se encargaría de dirigir y reconstruir al país.
La operación estaba planeada a detalle, las fuerzas conspiradoras habían resultado ser un variopinto grupo que unía a intelectuales, políticos, nobles y militares.
Lo único que faltaba era llevarlo a cabo. Y ahí entraría el coronel Stauffenberg.
El coronel Von Stauffenberg
El conde Claus Philipp Maria Justinian Schenk Graf von Stauffenberg provenía de una antigua familia aristocrática del sur de Alemania. En 1927 se había enrolado en la unidad de caballería de la Reichswehr, predecesora de la Wehrmacht fundada por Hitler en 1935.
Cuando los nazis alcanzaron el poder en 1933, Stauffenberg no pareció mostrar ningún tipo de oposición. Sin embargo, su postura cambió cinco años más tarde, durante la Noche de Cristales Rotos, la infame jornada en la que miles de judíos fueron apresados y llevados a campos de concentración, mientras que otros cientos fueron asesinados en las calles y sus comercios y templos destruidos.
En 1941, cuando combatía a los soviéticos en la famosa Operación Barbarroja, Stauffenberg fue testigo de las barbaries cometidas por los escuadrones de la muerte nazi.
Para 1943, Stauffenberg era ascendido a teniente coronel y enviado al norte de África, como parte de los Afrikans Corps. Durante una misión de reconocimiento en Túnez, el 7 de febrero de 1943, el vehículo en el que viajaba fue bombardeado por un avión inglés.
Stauffenberg sobrevivió, pero perdió el ojo izquierdo, parte del antebrazo derecho y dos dedos de la mano izquierda. Las lesiones obligaron a que Stauffenberg no pudiera volver al campo de batalla.
En su lugar, iría a Berlín y estaría bajo las órdenes de Friedrich Olbricht.
Plan en acción
Bajo el mando de Olbricht, Stauffenberg conoció que existía un comité de resistencia que se disponía a acabar con la vida del líder nazi.
Decidió unirse al grupo insurgente y por orden del general Friedrich Fromm, quien era un tibio aliado de la causa, fue designado jefe de la reserva del ejército alemán. Con este cargo, a Stauffenberg se le habrían las puertas para llegar hasta Hitler.
Stauffenberg participaba regularmente en las reuniones de seguridad que encabezaba el propio líder nazi. Tenían un encuentro pactado para el 20 de julio de 1944 en uno de los 50 búnkeres subterráneos de la Guarida del Lobo, uno de los mayores cuarteles de Hitler, ubicado en la actual Polonia.
El coronel llevaría en su maletín dos bombas que, gracias al diseño del búnker, causarían una explosión suficiente para acabar con Hitler y el resto de oficiales nazis presentes en la sala.
El coronel debería ensamblar ambos explosivos antes de ingresar a la reunión, colocarlos cerca de Hitler y salir de ahí en menos de 10 minutos. Una vez muerto el líder nazi, en Berlín se detendría a Josef Goebbels, Heinrich Himmler y Hermann Göring. A la par, en Francia se detendría a los oficiales a cargo y se cortaría la comunicación con Berlín.
Mientras tanto, el general Fromm se encargaría de neutralizar a la SS con el ejército de reserva, mientras le daba tiempo a Stauffenberg a volver y tomar el mando del ejército.
Un día caluroso
El intenso calor que se sentía el 20 de julio de 1944 motivó a que Hitler ordenara cambiar el sofocante búnker por un barracón de madera y amplias ventanas.
Con esta decisión, la Operación Valquiria quedaba prácticamente condenada al fracaso, debido a que los explosivos podrían resultar insuficientes al perder la ventaja de las gruesas paredes del búnker que mantendrían la ola expansiva dentro de la sala.
Pese a ello, Stauffenberg decidió continuar. Inventó como excusa que tenía problemas de sordera para conseguir sentarse junto a Hitler, mientras este analizaba la situación de sus fuerzas en el frente soviético.
Minutos antes solo había conseguido ensamblar uno de los explosivos.
El coronel dejó su maletín junto al líder nazi y se excusó de la reunión asegurando que debía atender una llamada urgente.
A las 12:42, Stauffenberg huía del lugar junto a su asistente cuando escucharon la explosión. Hitler había muerto.
O al menos eso creían.
Tras la salida del coronel, otro oficial nazi se había sentado en su lugar y arrimó el maletín de Stauffenberg detrás de una de las gruesas patas de la mesa de roble. La explosión mató a cuatro oficiales, pero dejó a Hitler prácticamente ileso.
La caída de la resistencia
Siguiendo el plan, en Berlín se bloquearon las comunicaciones con el resto del Reich; sin embargo, poco antes de hacerlo un mensaje confuso llegó y causó desconcierto entre los rebeldes.
No quisieron seguir con el plan hasta que el mismo Stauffenberg regresara a Berlín y confirmara que Hitler había muerto en la explosión.
Para cuando Stauffenberg llegó a Berlín, Hitler ya había sido informado que no había sufrido de un bombardeo sino de un intento de asesinato. Soldados nazi que habían visto al coronel abandonar el lugar antes de la explosión lo señalaron como el principal sospechoso.
Recién con su llegada, los insurgentes comenzaron a movilizarse. Los planes marchaban bien, hasta que Fromm decidió llamar a Rastenburg, donde se ubicaba la Guarida del Lobo.
Al otro lado de la línea le informaron que Hitler estaba bien y le preguntaron por el paradero de Stauffenberg. El temor hizo que Fromm desistiera del golpe asegurando ser leal a Hitler.
Para las 11 de la noche, el intento de golpe había sido frustrado por Hitler y Goebbels, quien se había encargado de poner al teléfono al Führer cuando intentaban capturarlo.
Fromm se liberó de sus captores y arrestó a Stauffenberg y el resto de la cúpula rebelde.
Minutos después, Fromm condujo a los detenidos hacia el estacionamiento del edificio y los condenó a muerte. Ordenó su fusilamiento antes de que llegaran las fuerzas de la SS para que no pudieran revelar su papel en el complot.
El coronel Von Stauffenberg fue el tercero en morir al grito de “larga vida a la Sagrada Alemania”.
La tarde siguiente al atentado, Hitler caminaba entre las ruinas del centro de reuniones en la Guarida del Lobo. A su lado iba el líder fascista italiano Benito Mussolini.
“Aquí, junto a esta mesa, estaba yo de pie. Así me hallaba, con el brazo derecho apoyado en la mesa, mirando el mapa, cuando de pronto el tablero de la mesa fue lanzado contra mí y me empujó hacia arriba el brazo derecho. Aquí, a mis propios pies, estalló la bomba”, contaba el líder nazi.
El Führer había sobrevivido a otro intento de asesinato. “Estoy más convencido que nunca que mi destino consiste en llevar a cabo felizmente nuestra gran causa común”, le decía el genocida a su pasmado interlocutor.
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