(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alexander Huerta-Mercado

Uniforme gris, cemento gris y cielo gris. La televisión estatizada transmitía en tonos de gris. Sin embargo, con mucha ilusión en los setenta los patios escolares se llenaban de color con los álbumes de figuritas de la editorial Navarrete. Primero con ese emblemático álbum con vanidoso nombre, Lo Sé Todo, que prometía enseñar ciencias naturales, especialmente lo relacionado al mundo animal en cuanto a su fisiología y conducta.  

Luego, la oferta se diversificó. Desde álbumes con temas históricos hasta dibujos animados, temas bíblicos, autos, otra vez ciencias naturales, historia del Perú, anatomía humana. Los álbumes marcaron historia no por su contenido sino por la aventura que significaba llenarlos, la ilusión de la compra de sobres en los quioscos y el intercambio o los juegos inventados para conseguir las figuritas que nos faltaban (había rumores de quiosqueros que las vendían sueltas).  

Eran días de dedos manchados con goma o engrudo, de intentos por cuadrar las figuritas en sus cuadros y en los que un álbum incompleto se veía triste. No se avizoraban los años ciberespaciales en los que la circulación de imágenes se hacía masiva y lo único que parecía quedar para el intercambio impreso eran las estampitas de primera comunión.  

Pero este año el interés volvió. En las últimas semanas, hemos sido testigos de la indignación de un grupo de consumidores del álbum Panini sobre el Mundial. Los memes no se hicieron esperar, sosteniendo que en nuestro país sobran motivos importantes para indignarse. Esto es cierto, pero es importante entender qué hay detrás de una pasión que ha sorprendido a la misma empresa editora que se ha visto obligada a importar más cromos frente a la gran demanda. 

Desmond Morris, zoólogo que buscaba comprender el comportamiento humano viéndolo como un ser encerrado en un medio que no era el suyo, entendía a la persona viviendo en la ciudad como si fuera un animal en un zoológico. Sostenía, por ejemplo, que la mayoría de fanáticos británicos de fútbol eran hijos lejanos de la revolución industrial que pasaban las semanas en fábricas, tiendas y oficinas, en trabajos que carecían de clímax intenso y sumidos en labores monótonas, por lo que el fútbol y el consumo de todo lo relacionado a ese deporte se constituían en una intensa y necesaria ruptura de la rutina emocional. Es un punto de vista interesante, pero bastante frío si se busca explicar a un ser tan fascinante como el humano y a una realidad tan compleja como la del Perú urbano.  

Así, en los últimos días, llenos de curiosidad, visitamos distintos puntos de intercambio de figuritas, ya sea en patios, parques, plazas y espacios fuera de las oficinas. En ellos conversamos con los protagonistas de este peculiar pasatiempo cuya popularidad ha roto nuestros esquemas. 

En cada espacio se forma una microsociedad. Los núcleos son las mesas improvisadas en las que se muestran las figuras cual naipes mientras alguien corrobora con listas numéricas dispuestas en páginas cuadriculadas. Alguien vocea su propiedad en oferta: “Gareca, Gareca, Gareca”, “cincuenta céntimos las figuritas”, “vendo cromadas”. 

Un par de señoras se sientan en una vereda y contabilizan sus figuritas. Nos comentan que lo hacen cuando terminan el trabajo de oficina y que sienten que es emocionante poder hacerlo en el momento en que Perú ha clasificado al Mundial. En otra ocasión no tendría sentido. Entonces, el momento guarda cierta aura que no es frecuente.  

Un joven nos cuenta que tiene el álbum de tapa dura. “La idea es que mis nietos lo vean y se tenga como un recuerdo familiar”, nos dice. En algún momento en el futuro, el tiempo familiar de muchos estará marcado por el momento en que Perú clasificó al Mundial y un álbum que seguramente resistirá a las mudanzas. 

Una pareja que ha estado algunas horas bajo el sol nos dice que les ha gustado encontrarse con tantos amigos que no veían hace tiempo y que conforme pasan las horas van viendo caras conocidas. Así, la aventura del intercambio se convierte en un evento social agradable, en un punto de encuentro o –como en las ferias medievales– un cruce de caminos. 

Una señorita nos comenta que es emocionante abrir un sobre y encontrar la figurita que le falta, o llegar a estos espacios públicos y encontrar justo los cromos que necesita e intercambiarlos. Un joven nos dice que solo intercambia figuritas cromadas por decisión propia y que no les da un valor especial, aunque admite que hay cromos más difíciles de conseguir. Nos dice que podría comprarlos a algún revendedor, pero prefiere intercambiarlos, como parece ser el caso de la mayoría ahí reunida. Sin embargo, también hay señoras que se han establecido con portafotos mostrando las figuritas a la venta, dispuestas en el mismo orden numérico que en el álbum.  

También hay jóvenes con cajas de figuritas del álbum 3 Reyes. Estamos ahí el mismo día en que Indecopi prohibió su venta y por lo tanto este ha adquirido un particular nuevo valor (o, en todo caso, una necesidad urgente de llenarlo ya no a través de los quioscos sino a través del intercambio). “No es justo. Los que no tenemos dinero ahora tampoco tenemos álbum. El Panini es demasiado caro” es un reclamo que escucho constantemente junto a la solución siempre sugerida de llenarlo comprando las figuritas de manera informal.  

Veía, entonces, las relaciones económicas del Perú entero sintetizadas en esa mesa en la que el acceso restringido empuja a la informalidad incluso en los espacios más formales. 

En un medio donde el papel escrito tiende a retroceder en favor del medio digital, llama la atención la prominencia de los álbumes y su experiencia táctil. En un mundo donde las relaciones interpersonales suelen ser mediadas por el ciberespacio, llama la atención el encuentro en la plaza pública reclamando intercambio personal. En un mundo donde las relaciones suelen ser cortantes a través de la compraventa que extingue cualquier tipo de relación posterior, llama la atención ver algo similar al trueque tradicional. Por último, en un mundo severo como el nuestro, donde hay mucho juicio y sanción hacia quienes no toman partido por causas políticas, llama la atención que gran cantidad de personas muestren y compartan públicamente un pasatiempo que constantemente es criticado como algo frívolo. 

Llenar el álbum es prácticamente escribir un texto y, según vemos, de forma colectiva. Un texto que contiene estandartes tribales y héroes culturales con guerreros y generales en el mundo del fútbol. Conjuga muy bien lo que el historiador Yuval Harari sostiene como las características que nos hacen ‘Homo sapiens’: el poder narrarnos historias y el poder seguirlas colectivamente. Algo que ninguna otra especie, por más inteligente que sea, puede hacer.  

La metáfora se sostiene en nuestro país, donde tenemos que escribir un texto en conjunto, intercambiar experiencias y erradicar definitivamente figuras repetidas que deben ser descartadas.