
Recuerdo la primera vez que viví un golpe de Estado. Fue un nublado día de principios de octubre del año 1968. Estaba esperando que llegue el bus del colegio cuando lo anunciaron. Fue un traslado corto a Monterrico porque nos hicieron regresar inmediatamente a nuestras casas.
Casi toda la acción sucedió en el Centro de Lima, entre la Plaza de Armas y la plaza San Martín. Salieron tanques e ingresaron a Palacio de Gobierno, Fernando Belaunde apurado salió en piyama. Hubo grandes pronunciamientos y comunicados, tropas en las calles y pocas movilizaciones. Recuerdo que mi padre tuvo que correr a salvaguardar su oficina que quedaba en la plaza San Martín.
En las últimas semanas, la presidenta Dina Boluarte y el primer ministro Gustavo Adrianzén nos anuncian golpes, pero diferentes, ahora denominados “blandos” y/o “blancos”. Los blandos son llamados así en las ciencias políticas porque normalmente no son violentos, no necesitan de las “fuerzas del orden”, sino que resultan de un proceso largo de desinstitucionalización, sin involucramiento de las fuerzas armadas y sin un resquebrajamiento del Estado, más bien es un desmoronamiento producto de la desinstitucionalización, deslegitimación y polarización. Proceso que no siempre causa la caída del gobierno, sino subraya su existencia zombi.
Es blando en el sentido que discurre imperceptiblemente para los principales actores políticos que no tienen capacidad o interés de componer el deterioro.
¿Por qué, entonces, son “blancos”? Creo que por el dicho nacional de “lío de blancos”: es un pleito de élites. Por ejemplo, en la actual coyuntura se le acusa a la fiscalía y sus caviares de golpistas y no hay movilización ciudadana que respalde al gobierno en contra de un golpe.
Aunque quizás lo “blanca” se refiere a que los golpes en el país funcionan como las marchas blancas; o sea, simulacros y ensayos continuamente postergados antes de una inauguración, como la puesta en marcha del aeropuerto.
Lo que sí preocupa es la apatía y el desinterés ciudadano ante la advertida interrupción del orden constitucional. Quizás porque vivimos esperanzados de que un golpe signifique que todos se vayan.
Pero las cirugías que se ha hecho la presidenta Boluarte son para que duren un buen rato, no tiene apuro en irse.