(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)

Durante la Semana Santa el papa Francisco dijo que existen “falsos cristianos” que son “mafiosos” o “corruptos” y que al final terminan mal. Por supuesto que no solo hay cristianos que son falsos por ser corruptos, sino que la corrupción también anida en creyentes de otras religiones y entre los ateos.

¿Por qué un mafioso o un corrupto le reza a Dios y va a misa? Hay diversas razones, pero creo que existen dos importantes: o se autoengañan o son cínicos. Eso pasó con Luis Fernando Figari, el fundador de Sodalicio, una organización creada para servir a Dios en la que se abusó sexualmente de jóvenes. Figari usó la religión para tener poder.

En el fondo, quienes actúan así van contra unos valores universales (o al menos las personas creen que lo son), bajo el entendido que el “uso de la razón moral” es la capacidad que tenemos para distinguir lo bueno de lo malo. Se trata de un tema de carácter axiológico, es decir, ético de larga data.

Nuestro país está pasando por un serio problema de corrupción y la película todavía no ha terminado. Como algunos sostienen, si la corrupción es un problema estructural, quiere decir que esta internalizada como una práctica normal en nuestra sociedad, que es aceptada sin que nos escandalicemos o reaccionemos enérgicamente contra ella.

Para usar términos médicos, si la corrupción es estructural, estamos ante una pandemia. Toda la sociedad está embarrada por la corrupción y muchos ni se dan cuenta, porque se generaliza y no se distingue con claridad lo que es correcto de lo que no es, o se acepta como una tendencia inercial irreversible.

De allí la frase “todos los políticos son unos corruptos”. Es decir, ningún político se salva de esta maldición. Ya no hay claridad para distinguir entre el corrupto y el no corrupto. Hay una nebulosa que nos impide diferenciar una situación de otra. Ergo, se deduce que si no quieres ser corrupto, entonces mantente alejado de la política porque ahí te ‘maleas’. La política se convierte en una especie de fango que si lo pisas te hundes en lo más profundo de la corrupción.

Ello justifica que existan personas que afirmen que no importa que una autoridad robe siempre y cuando haga obras. Una creencia sustentada en la idea de que todo político es corrupto per se, pero al menos dejó algo.

Sobre la lucha contra la corrupción escuché al actual presidente Martín Vizcarra decir: “En el camino podemos tener muchas discrepancias, pero [...] estamos todos unidos para vencer esta lacra que tanto daño ha hecho a nuestro país”.

La lucha contra la corrupción es el único tema que le debe quitar el sueño al presidente, lo demás viene por añadidura. ¿Usted sabe por qué? ¡Claro que lo sabe! Porque cuando no hay corrupción los países progresan en lo espiritual y material. No hablo solo de la corrupción por dinero, sino por poder, vanidad y afán de gloria. Para ello hay que construir en el país una ética social, un conjunto de valores que deben ser asumidos, que reemplacen sobre todo a la cultura del dinero, que para muchos es el valor supremo. En fin, una sociedad en la que se asuma que el principal valor es la dignidad humana.

La mayoría de los países que han progresado lo hicieron porque los ciudadanos tenían o tienen valores y luchan por ellos. Así limitan la lascivia del dinero y del poder y la someten no solo a lo que manda la ley, sino a los valores que son aceptados por todos.
Hace años conocí a un juez probo e incorruptible, el doctor Edgardo Rodríguez Cartland. Él siempre me decía, cuando hablábamos de los problemas en el Poder Judicial: “¿De qué vale un juez que sabe mucho si carece de ética?”.

De igual manera podemos afirmar: ¿De qué vale una persona que gobierna, que es ministro, que es congresista, empresario, líder social, maestro, cura, ama de casa, si no tiene valores?

La corrupción, tal como queda demostrado, no conoce ideologías. No cree en ideales políticos o si eres de izquierda o de derecha. Si entras en ella te arrasa y te revuelca por el fango de la porquería como si fuera un feroz huaico. Pero algo nos puede salvar. Nadie nace corrupto, pero el ser humano es corruptible. El coraje moral radica precisamente en no caer en la corrupción.