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Fue ayer, pero no se acuerdan
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Fue ayer, pero no se acuerdan

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Empecemos por precisar que aquí nadie objeta el derecho a la . De cierta forma, esta pequeña columna es una protesta semanal. Dicho esto, sin embargo, conviene precisar también que lo serio de parte de quien convoca a un acto de ese tipo es tener claro qué es lo que se pretende conseguir a través de él y ser consciente, además, de los daños colaterales que podría acarrear. Con esas consideraciones en mente, quisiéramos darle una mirada a la del último miércoles, que terminó con el trágico saldo de una persona muerta y una alarmante cantidad de heridos.

¿Qué pretendían lograr los protestantes? Pues, la verdad, el pliego de reclamos era variado. Pero, a juzgar por lo que decían los llamados en las redes, lo que rezaban los carteles que portaban los marchantes y las consignas que coreaban algunos de los concurrentes, entre las demandas más importantes se contaba la de la renuncia de los “representantes del pacto mafioso” que acaban de asumir funciones en el Ejecutivo, a fin de que dejasen su lugar a determinadas almas virtuosas en mejor sintonía ideológica con “el pueblo”. En lo que concierne a la consciencia sobre los posibles daños colaterales, por otro lado, es obvio que los convocantes al evento sabían que su naturaleza presuntamente pacífica era un postulado fantástico. De seguro ellos no tiraron piedras ni trataron de encender fuego en las inmediaciones del Palacio Legislativo, pero no podían ignorar que algo así inevitablemente ocurriría y que esa violencia contribuiría a la larga a empujar su agenda por la vía de la intimidación. Curiosa pincelada en una jornada que supuestamente constituía una reacción a la plaga de extorsiones que sufrimos hoy en el país.

–Mi causita como causa–

En la realidad paralela de los animadores de la marcha, ella reuniría fundamentalmente a jóvenes hastiados de un elenco de políticos ventajistas instalados en el gobierno central y el Parlamento, y que, según socorrido eslogan, no los representan. Lo cierto, no obstante, es que algunas de las cuadrillas de marchantes del miércoles parecían haberse “preconcentrado” en Canevaro. Nada malo con eso, por supuesto. Todos tenemos derecho a protestar; pero a las cosas, por su nombre… Asumiendo, sin embargo, que la mayoría de los asistentes tuviera en efecto menos de 30 años, eso significaría que buena parte de ellos estuvo en edad de votar cuatro años atrás. ¿Lo hicieron? Y si fue así, ¿a quién le endosaron su voto? ¿No habrá sido a alguno de los congresistas de los que ahora quisieran deshacerse? Mal que nos pese, en el hemiciclo están sentados los candidatos más votados de las listas más votadas. Alguien tiene que haberles dado su respaldo a los “mochasueldos” y a los “niños” cuando postulaban al cargo que ahora ostentan. Desde luego que todos podemos ser engañados en una campaña, pero hay mentirosos a los que se ve venir desde lejos, y solo una actitud frívola frente a la responsabilidad de saber a quién estamos llevando a una posición de poder puede explicar lo que sucede una y otra vez en nuestras elecciones. Lo que el voto ciudadano ha consagrado no debe ser desbaratado por la vía del tumulto. Menos, si lo que se quiere es colocar en la presidencia a ciertos “causitas” que obtuvieron solo un respaldo magro en las ánforas. Cinco o seis mil manifestantes son mucho menos que 17 millones de votantes. Todo indica que, en muchos casos, los marchantes de hoy no quieren recordar por quién votaron ayer nomás. Porque, claro, descubrir de pronto que, en el fondo, se está marchando contra uno mismo ha de mellar un tanto la autoestima.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es Periodista

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