Maite  Vizcarra

En medio de contextos convulsos y en los que nos percibimos en situaciones de escasez –económica, social y de ilusiones–, las pierden peso y le ceden paso al pragmatismo de lo concreto. Aparece, entonces, una moral cínica que es la que colorea, de vez en cuando, el alma nacional y que tiene en la clase política su máxima expresión, salvando las siempre poquitas excepciones. Ese pragmatismo que reclama medidas extremas nos está llevando a pasar por agua tibia situaciones límite en las que, si se logra el objetivo, todo vale. “Roba, pero hace obra” es, en ese sentido, la consigna de esa moral cínica que parece ser el statu quo general.

Pero siempre se puede ir contra el statu quo y a contracorriente. Y, a diferencia de lo que se pensaba antaño sobre quienes construían utopías, la mayoría de las veces calificados de románticos soñadores, hoy es cada vez más posible encontrarle un sentido funcional al arte de idear o imaginar situaciones que desafíen este presente tan desilusionador que nos invade.

En ese sentido, la construcción colectiva de arquetipos ideales es crítico hoy en el Perú, no solo para sacudirnos el pesimismo de encima, sino porque, en sí mismas, las utopías son acicates para plantear derroteros posibles.

Por ejemplo, el primer paso para innovar algo o alguien pasa por imaginarnos cómo puede ser, sin ningún tipo de limitaciones. En este ejercicio de ideación, la existencia de utopías es muy útil. Y, si bien hay quienes pueden considerar este tipo de prácticas demasiado naif, la experiencia empírica muestra que las utopías pueden ser detonadoras del cambio.

Es cierto, sin embargo, que en esa construcción las utopías cumplen el rol de acicate en medio de escenarios de incertidumbre. Hace falta aferrarse a algo para seguir construyendo. Por ejemplo, Platón escribió “La República” tras la Guerra del Peloponeso, y Tomás Moro publicó su “Utopía” menos de 30 años después de los viajes de Cristóbal Colón a América.

¿Es posible construir una utopía en el Perú alrededor de algo muy concreto como encontrarle un nuevo sentido a seguir todos juntos en este territorio, más allá de estar ordenados bajo las reglas de la arbitrariedad? Para construir una utopía, además de un contexto límite o de convulsión, es necesaria la presencia germinal de un grupo de gente que se da la licencia de construirlas.

A propósito, recientemente, Álvaro Henzler, presidente de la Asociación Civil Transparencia, reflexionaba en un artículo acerca de nuevos liderazgos que se están forjando desde la sociedad civil en causas que, si bien no son directamente políticas –entendidas como emparentadas con el ejercicio del poder–, están enmarcadas en preocupaciones sociales que pueden construir nuevas utopías. La utopía de la escucha activa (Javier Caravedo), la utopía de un capitalismo solidario (Óscar Caipo), la utopía de la productividad acordada (Rudecindo Vega y Samuel Machacuay), la utopía del compromiso ultragremial (Rosa Bueno), la utopía de la trascendencia compartida (Verónica Sifuentes y Sandro Venturo). Sí, las utopías son funcionales.

Y, desde esta columna, estamos construyendo la utopía de una democracia más cercana a lo que nos haga más autores de nuestra felicidad, sin intermediadores venales, gracias a tecnologías habilitantes. Vale la lista de utopías propuesta –entre líneas– por Henzler, en donde también figura esta que propongo cada jueves: la tecnoutopía democrática.

Maite Vizcarra es Tecnóloga, @Techtulia

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