La semana pasada intentaba mostrar cómo entender la trayectoria de la derecha en el Perú en los últimos años ayudaba a comprender algunos problemas y desafíos del presente. Esta vez, quiero hacer el mismo ejercicio con la izquierda.
Con el establecimiento de la democracia en toda la región en los años 80, las izquierdas fueron abandonando a regañadientes el paradigma del asalto al poder y aceptando el modelo liberal representativo. Después de la desaparición de la URSS, además, la economía planificada dejó de ser una opción. La momentánea hegemonía neoliberal dejó a la izquierda sin brújula y encontró nuevamente un referente en “el giro a la izquierda” de la primera década del siglo XXI, aunque este, más que una vuelta de la izquierda revolucionaria, se trató de un regreso del viejo paradigma del nacionalismo revolucionario encabezado por líderes personalistas, más propio de los “populismos clásicos”. En nuestro país, Ollanta Humala representó para la izquierda, por un tiempo, esa ilusión, después de la debacle de las elecciones del 2006. En aquella ocasión, confluyeron durante un tiempo una tradición de izquierda y una lógica populista, por así decirlo.
La “subida al carro” del humalismo tiene una explicación de fondo. Nuestra izquierda no solo quedó descolocada a nivel internacional por la caída del Muro de Berlín y a nivel local por el fujimorismo, también por profundos cambios estructurales que produjeron el debilitamiento extremo de sindicatos, gremios y asociaciones en general. La izquierda se quedó sin “sujeto”: ni la clase obrera, ni el campesinado, ni los “nuevos movimientos sociales” eran una opción, porque estos se empequeñecieron o simplemente cambiaron de orientación política. Así, la izquierda –o, más bien, sectores de ella– encontró una nueva posibilidad detrás de los movimientos de protesta que empezaron a aflorar en el nuevo siglo, principalmente alrededor de los conflictos socioambientales y de otras demandas alrededor del malestar que generaba un crecimiento económico precario y desequilibrado. Pero la izquierda ha intentado seguir la dinámica de las protestas; no las dirige ni las causa (a diferencia de lo que se piensa en algunos círculos de la derecha). De allí, su carácter un tanto anárquico que dificulta en extremo los procesos de negociación. Más adelante, han aparecido demandas identitarias (género y diversidad sexual) que también sectores de izquierda buscar perseguir.
El problema para la izquierda es que no cuenta todavía con un marco mental que le permita procesar todo esto: ¿cómo se ubica respecto a sus tradiciones y genealogía? ¿Cómo ubicarse respecto a los debates del pasado? ¿Y cómo ubicarse frente al nacionalismo revolucionario, personalista, populista y bastante autoritario más reciente? ¿Cómo hacer compatibles el apoyo a las causas socioambientales y la implementación de un modelo de desarrollo que permita medidas redistributivas? (Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa no se hicieron problema y basaron la redistribución en la continuidad de las actividades extractivas). ¿Cómo entran las demandas identitarias dentro de una tradición política que siempre las subestimó?
Frente a las próximas elecciones, en el conjunto de candidaturas de izquierda, la de Verónika Mendoza parece ser la única opción que podría resultar viable y competitiva a nivel electoral. El problema es que ha aparecido un competidor. Antes, el sentimiento antisistema parecía canalizarse a través de la izquierda; ahora, existe también un populismo antisistema y autoritario que se expresó en las elecciones de enero pasado en UPP y otros grupos, y que podría canalizarse en las próximas elecciones.
Necesitamos una izquierda viable y competitiva que canalice por cauces mínimamente democráticos y razonables las demandas populares, y que no caiga en la pura demagogia. Pero no se trata solo de tener un buen desempeño electoral; se trata de ser una opción de gobierno mínimamente viable, para lo que son necesarias muchas más definiciones. No se trata solo de ganar; ahí está la experiencia municipal de Susana Villarán para demostrarlo.
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