Dos días atrás, Juan Carrasco Millones, exministro del Interior, juró como nuevo titular de Defensa, en reemplazo de Walter Ayala. Este último, como sabemos, renunció “irrevocablemente” al cargo el último domingo, luego de asegurar que no veía razones para dimitir y apenas un día después de afirmar que estaba “más fresco que una lechuga”. Ayala se convirtió, así, en el fusible con el que el Gobierno intentó atajar el escándalo desatado por las denuncias de dos ex comandantes generales de las Fuerzas Armadas sobre presuntas presiones desde el Ejecutivo para priorizar algunos nombres en los procesos de ascensos de las instituciones castrenses.
Hay que decir, sin embargo, que aunque la salida de Ayala es a todas luces positiva (su continuidad era llanamente indefendible), esta no zanja el tema. Todavía quedan, por un lado, las explicaciones que el presidente Pedro Castillo le debe al país, más aún cuando hay testimonios que señalan su interés en particular por la promoción del hijo de uno de sus amigos y, por el otro lado, la situación del secretario general de la Presidencia, Bruno Pacheco.
En realidad, no se entiende cómo Ayala puede haber salido mientras Pacheco ha conservado el puesto, cuando las imputaciones más graves se ciernen sobre este último.
Según ha contado el ex comandante general del Ejército José Vizcarra, tanto Pacheco como Ayala le insistieron para que ascendiera a algunos oficiales. Cuando él les explicó que ello no era posible, Pacheco le habría respondido que “todo se puede hacer si se quiere” y que “el presidente necesitaba gente leal”. Y que, incluso, le habría formulado una advertencia (“¿quién le garantiza a usted que continuará como comandante general del Ejército?”) que terminó convirtiéndose en una premonición. Como sabemos, Vizcarra fue cesado abruptamente y sin explicaciones de su cargo a los tres meses de haber sido nombrado.
Por su parte, el comandante general de la FAP, Jorge Luis Chaparro –que fue pasado al retiro el mismo día que Vizcarra, también sin previo aviso–, reveló en entrevista con este Diario que “el secretario del presidente, el señor Bruno Pacheco, me llamó por teléfono para pedirme que ascienda al general Briceño”, y que, ante su negativa, al día siguiente este le envió a “un asesor” a su oficina con un post-it “para decirme lo mismo”.
Pero las tareas extralaborales de Pacheco no terminarían allí. Según ha revelado el portal Lima Gris, el secretario de Palacio también habría presionado a través de WhatsApp al jefe de la Sunat, Luis Enrique Vera, para que la entidad favoreciera a algunas empresas y para que un abogado sea designado como martillero público para la Intendencia de la Sunat en Trujillo. Vera, por su parte, le ha respondido al sitio web afirmando que no se favoreció a ninguna empresa y que el proceso para elegir al martillero público en Trujillo fue transparente.
Tenemos, pues, al menos tres denuncias graves que parecen dibujar la silueta de un secretario que, de manera extralaboral, se dedicaría a patrocinar a particulares para obtener beneficios irregulares utilizando su alto cargo. Y aunque ninguna de sus presiones se habría materializado, varios abogados ya han hecho notar que el solo intento de interferir en procesos de entidades autónomas configurarían una serie de delitos nada desdeñables.
De hecho, en el Ejecutivo parecen percibir lo mismo. “Todo funcionario público que está cuestionado por cosas tan graves debería dar un paso al costado hasta que se investigue”, ha dicho, por ejemplo, la presidenta del Consejo de Ministros, Mirtha Vásquez. Más claro ha sido el titular de Economía, Pedro Francke, que ha aseverado que “el señor Bruno Pacheco debiera dar un paso al costado, porque los WhatsApp que se han publicado muestran algo que no puede suceder”.
Así las cosas, resta por preguntarse por qué el mandatario todavía no ha tomado la decisión de prescindir de una persona que solo le hace daño a su gobierno. ¿Acaso no le molestan los malos manejos que su secretario habría realizado? ¿O acaso los conocía y, por eso mismo, hoy le cuesta tanto removerlo? Sería bueno que, entre tantas explicaciones que tiene pendientes, al menos se pronuncie sobre esta situación.
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