(Foto: Andina)
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Jaime de Althaus

El miércoles a las 5 de la tarde se dio inicio, en CADE, a la sesión titulada “Bases para un acuerdo al bicentenario”. Los expositores eran Fernando de Trazegnies, Hugo Neira y el ministro de Cultura, .

De más está decir que ninguno de los tres pudo abordar el tema de manera directa y concreta, porque nadie se hace ilusiones acerca de que sea posible alcanzar un acuerdo político en torno a las reformas necesarias para salir de la trampa de los ingresos medios y llegar al bicentenario con un país institucionalizado y dinámico. Ello pese a que minutos antes la economista Liliana Rojas-Suárez había demostrado dramáticamente la necesidad impostergable de un consenso para sacar adelante reformas complejas si queremos tener la esperanza de no retroceder y más bien crecer al 7% anual por 25 años para alcanzar el nivel de desarrollo económico y social que tienen hoy los países de la OECD.

La trampa en la que hemos caído, que nos impide escapar de esa otra trampa, es la del Ejecutivo y Legislativo en manos distintas y opuestas, y se expresa estos días en la negativa de Fuerza Popular a recibir a la primera ministra Aráoz para conversar acerca de las facultades legislativas que ella pediría, para no tener que decirle no ante la posibilidad imaginada de que Aráoz sondee tímidamente acerca de la viabilidad de la reforma laboral.

Fuerza Popular huye de las reformas como si fueran el demonio. Su idea es que el Gobierno aparezca como inútil para presentarse ella luego como la alternativa que cambiará las cosas. Y el Ejecutivo, efectivamente, se vuelve timorato. Perdemos, así, años preciosos.

Úrsula Letona hubiese podido ayer, también en CADE, proponer una reforma para evitar que futuros gobiernos caigan en la misma trampa. Por ejemplo, elegir el Congreso luego de la segunda vuelta, como en Francia. Pero puso reparos y de su intervención quedó claro que tampoco tendremos reforma política. Si la actitud es opositora, no hay espacio para un espíritu propositivo.

En ese marco, nuestros tres expositores, que sabían que no podían aterrizar, plantearon grandes visiones. Neira resumió los tres grandes terremotos que cambiaron el Perú: la masiva migración campesina a Lima, la reforma agraria de Velasco, y la apertura y liberalización de la economía de Fujimori. Pero quien sorprendió y deslumbró fue Salvador del Solar. Con una oratoria inmejorable, sostuvo que las cuerdas separadas no se dan entre la economía y la política –tema central de CADE– sino entre lo privado y lo público. Los individuos y las empresas han progresado mucho, pero la institucionalidad estatal no se ha desarrollado. Y eso genera una convivencia conflictiva y alterada que vuelve a los ciudadanos agresivos y desconfiados unos de otros, llevándolos a sacarle la vuelta a la ley para ganar. Lo que hizo, en realidad, fue presentar la inspiración central de su plan de gobierno. Y recibió una ovación que duró varios minutos.

Ojalá que el tiempo perdido hasta el 2021 no nos pase una factura impagable.

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