Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Gustavo Gamboa)
Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Gustavo Gamboa)
Luciana Olivares

Debo reconocer que tengo una cabeza promiscua. En cuestiones de color y tamaño he probado de todo. En un mismo año pasé del negro al pelirrojo, del largo al corto. Pero para exponer a tu cuerpo y sobre todo a tu cabeza a tener tanta actividad, necesitas a tu lado a alguien en quien puedas confiar más que en nadie en el mundo y ese es Luis Miguel, mi estilista. Nos conocimos hace más de 10 años, cuando llegué como una dulce Pocahontas a la importante peluquería en la que él trabajaba. Luego de varios tijeretazos me dejó desafiante como Victoria Beckham. Por eso, cuando el 24 de diciembre decidí que quería cumplir la travesurilla de ser rubia, busqué a mi compinche, hoy ya con peluquería propia.

Cuando le conté nuestra nueva aventura, me miró fijamente como dándome tiempo de arrepentirme. Viéndome tan convencida, sacó todas sus herramientas y comenzamos el desafío. Ya con cinco horas en la peluquería, habiéndome leído todo lo que encontré, incluida la descripción de las etiquetas de los champús y embadurnada con un líquido morado en la cabeza –que discretamente dejaba ver mis pelos simulando una sopa ramen antes de ser cocinada–, pensaba en que solo podría haberme atrevido a decolorar cada pelo de mi cabeza confiándoselo al mejor.

Me quedaban dos horas más con el tinte, así que me puse a reflexionar sobre ese concepto –muchas veces tan subjetivo– de “ser el mejor”. ¿Qué o quién determina que eres el mejor? ¿Ser el mejor significa que llegaste al final del camino? ¿Qué es más difícil, ser el mejor o mantenerte en el puesto? ¿Ser el mejor es un estado que no tiene caducidad? Con todas esas interrogantes calentándome la cabeza, además del tinte, pensé de nuevo en Luis Miguel y lo que hace un año me contó. Había una competencia muy importante de una conocida marca de productos de belleza, con un premio espectacular: ir a concursar a París por crear el mejor look. Y si bien el premio era superatractivo, pasaba algo curioso: los estilistas y maquilladores más renombrados y famosos no se presentaban. Luis Miguel, que es estilista de importantes conductoras de televisión e influencers en las redes sociales, claramente formaba parte de esa lista de estilistas famosos que asumo sentían que no tenían ya que demostrar nada y menos aún exponerse a un concurso donde quizá no iban a ganar. Pero Luis Miguel no estaba dispuesto a dejarse llevar ni por el ego ni por el miedo, se inscribió en el concurso de la mano de Nando, un reconocido y experimentado maquillador en el Perú, y se preparó con la misma ilusión y compromiso que alguien sin tantos galardones previos.

Cada vez que lo visitaba durante ese periodo de crear su look para el gran concurso local, me contaba, como un chiquito al que le brillaban los ojos, la investigación que había hecho para encontrar un concepto poderoso que mostrara a esta mujer resuelta y decidida que todas queremos ser. Me habló sobre cómo se iba a inspirar en la flor de loto para representar la importancia de la estabilidad emocional, que es sin duda la piedra angular para poder salir a perseguir tus sueños y tener la fortaleza de no flaquear hasta cumplirlos. Me enseñó las pruebas que hacía con la modelo que llevaría su look, la ropa que él y Nando llevarían, incluso la música con la que entrarían. Estaba obsesionado con cuidar cada detalle.

Me mostró también su miedo y nerviosismo. Claro que se sentía seguro de su propuesta, pero ¿qué pasaría si no ganaba? ¿Para qué competir si él ya estaba considerado entre los mejores? ¿Sería acaso innecesario exponerse a un concurso donde puede ser que el mejor no sea reconocido como el mejor? Pero entender que el miedo y el ego eran los que le estaban preguntando al oído le dio las respuestas correctas y lo llevó a recordar uno de los insumos más importantes para ser el mejor profesional: la humildad. Ser humilde, por contradictorio que suene, te da poder porque te saca de estar bien sentado en ese podio imaginario donde crees que ya ganaste, cuando en realidad en la vida profesional la carrera se corre todos los días. Te da hambre por aprender más, fuerzas, perspectiva, te hace entender que ser el mejor en lo que haces es una batalla que debes luchar todos los días y que sentarte eternamente a mirar tu foto con una medalla mirando a todo y a todos por encima del hombro sintiéndote ya el ganador, solo te hace perdedor. Luis Miguel y Nando ganaron el concurso local, viajaron a París y ganaron también otro premio votado por el público. Me miré al espejo y ya estaba legalmente rubia luego de siete horas de trabajo de Luis Miguel. ¿Que cuánto me durará la gracia? Hasta que quiera ser morena de nuevo y vuelva a confiar mi cabeza al mejor. //

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