En el principio era el verbo, decía el apóstol San Juan. Luego, el verbo encarnose en la media lengua propia de los congresistas de la República, y entonces empezaron los problemas. Para nadie es un secreto que la oratoria del parlamentario peruano rivaliza a veces con un intercambio entre barras, en esos instantes de expectación previos al ya clásico ‘parao y sin polo, causa’. No es asunto solo de cortesía entre pares o de tener la mínima educación para no mentarse la madre en el Pleno –revisar el caso Mulder vs. Gastañadui, 2015–. Importa la calidad del argumento, la dicción cristalina, el lenguaje corporal, el carisma y el poder de persuasión. ¿Cuándo fue la última vez que vimos tales cosas engalanar la mentada majestad del Congreso?
En tiempos remotos, cuando la nacionalidad de Condorito no era motivo de debate en el Jr. Abancay, había extraordinarios oradores y polemistas, tributarios de la retórica y el arte del buen decir que perfeccionaron griegos y romanos a través de los siglos. Duchos en el intercambio filudo, con su toque de picardía, eran Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, el mismo Luis Bedoya Reyes, protagonistas todos de históricos debates que llegaban hasta los periódicos. Como los dinosaurios, esta casta se extinguió y hoy queda apenas el eco perdido de sus verbos elocuentes.
UNA NUEVA ESPERANZA
Que la realidad no lo deprima: no todo está perdido en este terreno. Existe en el país una generación de chicos y chicas que obtienen reconocimentos mundiales por su habilidad para hablar, para la oratoria y la negociación. Se hacen llamar Peruvian Debate Society y desde su creación como grupo interunivesitario, en el 2014, han sumado varios logros internacionales. El año pasado, en Panamá, el equipo peruano conquistó el premio mayor, la distinción de Mejor Delegación Grande en el Harvard World Model United Nations, consideradas como las Olimpiadas Mundiales del Debate del Modelo de Naciones Unidas (MUN). La gesta fue épica y planetaria, pues pudieron imponerse a universidades de todo el mundo, entre ellas las prestigiosas Columbia, Yale y la London School of Economics. Le ganaron también a la poderosa delegación belga, que lleva años en esto, barriendo siempre con los premios.
El Modelo de Debate de las Naciones Unidas o MUN presenta características distintas de las del tradicional debate parlamentario. En un MUN, las personas que participan (delegados) representan a países. Deben defender sus posturas y políticas ante un comité, con las armas de convencimiento que tengan a la mano. Al mismo tiempo, deben saber redactar un modelo de resolución ONU que recoja una propuesta de consenso entre los países. No se busca destruir al rival por ego o por alguna ideología, sino encontrar soluciones que permitan una coexistencia civilizada.
La opinión propia, en esos casos, es lo que menos importa, aunque a veces ignorarla resulte difícil. A todos les ha pasado que, por la mécanica del MUN, han tenido que defender posiciones contrarias a su fuero interno. Es parte del entrenamiento de los miembros de la Peruvian Debate Society y una habilidad que se debe dominar. “A mí me tocó defender durante tres días a Nicolás Maduro, cuando tuve que representar a Nicaragua en un MUN. Imagina lo difícil que fue”, anota Álvaro Peña, 18 años, estudiante de Derecho de la Universidad Católica. A Isabella Ponce de León (21) le tocó ser Irak y tratar de defender su discutible posición sobre la libertad de expresión de las mujeres. A Yassmin Muñoz-Nájar (20), futura abogada por la Universidad de Lima, le tocó representar a Turquía y su postura de restarles derechos a las personas de la comunidad LGTB, algo con lo que ella está en total desacuerdo. Al final, es parte de un gran ejercicio del que se puede extraer siempre conocimiento y hasta empatía, al ponerse en los zapatos del otro y tratar de comprender su cultura y valores.
El mes pasado, el equipo peruano de la Peruvian Debate Society volvió a conquistar una distinción internacional, aquí en Lima, en el Harvard National Model United Nations Latin America, en el que obtuvieron el premio a Mejor Delegación Grande, un importante reconocimiento que ya han obtenido en años anteriores en esta versión latinoamericana del Harvard MUN. Otro equipo peruano de debate, llamado Peruvian Universities, también ha recibido varios logros similares en estas competiciones, lo que habla mucho de la estupenda calidad de los oradores y negociadores peruanos.
Algo que los campeones del debate locales se encargan de señalar es que los buenos oradores no nacen, sino que se hacen. Como el ateniense Demóstenes (384 a.C. - 322 a.C.), que venció su tartamudez con dedicación y ejercicios hasta convertirse en uno de los grandes oradores de la historia, se puede aprender las técnicas del buen hablar en público y usarlas incluso como una herramienta de superación personal. “Acá hemos visto casos de personas que no podían hablar bien en público y al poco tiempo, con el grupo, ya estaban debatiendo como los mejores. Es muy recomendado para personas introvertidas”, anotan todos. Cada cual tiene su estrategia para conjurar sus demonios. Están los que practican solos ante un espejo o los que prefieren la opinión crítica de sus compañeros para poder superarse. Igual, en el grupo todos son evaluados por coachs que los aconsejan.
Muy pocos consideran como opción dedicarse a la política. Cómo culparlos, con el pobrísimo nivel que deben ver a diario en los medios. Una quiere trabajar en el campo de la consultoría. Otra sueña con ser la fiscal jefa de la Corte Penal Internacional. Para todos los casos, las habilidades que han ganado les sirven muchísimo. “No veo que en el Congreso peruano se busque construir a través del debate o de llegar a un consenso, sino solo atacar al rival. Ellos deben estar ahí para construir políticas públicas y nada de eso se ve”, dice Sebastián Morello, parte del equipo ganador del Harvard MUN de este año.
Si bien consideran que es un estereotipo pensar que quienes se dedican a esto lo hacen porque piensan incursionar en política, hay algunos que sí muestran inquietud de servicio y hacen guardar una cierta esperanza de una política peruana de mayor nivel, donde los argumentos vuelvan al centro del debate. “Me gustaría trabajar en el Ministerio Público y luego entrar en política en algún punto de mi vida, porque creo que es muy importante tener gente joven en los cargos más importantes”, dice Álvaro Peña. Solo tiene 18 años y un largo tiempo para pensárselo bien. //