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Sin dinero y una bicicleta prestada: cómo Karla Rojas desafía todos los límites en el paraciclismo tras amputarse una pierna para volver a vivir
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Sin dinero y una bicicleta prestada: cómo Karla Rojas desafía todos los límites en el paraciclismo tras amputarse una pierna para volver a vivir

Sin dinero y una bicicleta prestada: cómo Karla Rojas desafía todos los límites en el paraciclismo tras amputarse una pierna para volver a vivir

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Mientras la ciudad aún duerme, Karla Rojas (36) sale de su casa en el Cercado de Lima con una prestada para entrenar. A veces toma la avenida Salaverry, otras veces sigue la ruta del malecón hasta llegar a Chorrillos. Pedalea con firmeza y disciplina, guiada por el objetivo que se ha propuesto: consolidarse como la primera mujer paraciclista del Perú. Es una meta que persigue desde febrero de 2023, cuando tomó la difícil —pero meditada— decisión de amputarse la pierna izquierda. Fue una elección personal que no todos en su entorno comprendieron, pero que le permitió recuperar dignidad, autonomía y trazar su propio camino en la vida.

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Karla tenía 14 años cuando los médicos le diagnosticaron cáncer. Como parte del tratamiento, le extirparon la rodilla, parte del fémur y de la tibia, y le colocaron una prótesis interna. A lo largo de dos décadas, esa prótesis debió ser reemplazada cuatro veces, en intervenciones quirúrgicas complejas que implicaban largos períodos de recuperación e inmovilidad. Con el tiempo, su pierna fue perdiendo masa muscular, y los huesos se debilitaban con cada operación. “Ya no podía seguir así”, recuerda. “Prefería una prótesis externa, aunque eso implicara una amputación. Era una forma de volver a moverme libremente”. No fue una decisión impulsiva. Lo pensó con tiempo, visitó asociaciones de personas con discapacidad y se preparó para lo que vendría.

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Juan Carlos Fangacio

Ese nuevo comienzo empezó sobre dos ruedas. La bicicleta llegó a su vida después de la operación. No tenía una propia, ni el equipo adecuado. Aprendió a manejar nuevamente con una sola pierna, primero frente a su casa, con ayuda de su padre. Se cayó varias veces, se volvió a levantar. “Sabía montar desde los cinco años, pero al principio fue como empezar de cero. El equilibrio es distinto. Tu cuerpo no responde igual”. Con el tiempo, incorporó zapatillas con clip, pedales especiales y más resistencia. Ya recorre largas distancias por Lima y ha logrado subir el Morro Solar, una de sus mayores pruebas físicas hasta ahora.

Karla aún no tiene una prótesis para desplazarse, porque son costosas. Su forma de movilidad es su bicicleta y muletas para tramos cortos. (Foto: Diego Moreno)
Karla aún no tiene una prótesis para desplazarse, porque son costosas. Su forma de movilidad es su bicicleta y muletas para tramos cortos. (Foto: Diego Moreno)
/ Diego Moreno

Su primera competencia oficial fue el Criterium de San Luis. No tenía el dinero para inscribirse ni una bicicleta de ruta, pero insistió. Cuando el plazo de inscripción se extendió cinco días más, lo tomó como una señal. Se animó a contactar a la Federación Peruana de Ciclismo y consiguió que le prestaran una bicicleta. También adaptó el equipo como pudo: no tenía zapatillas con clip, así que utilizó una puntera más sencilla. “A veces las cosas se alinean cuando decides avanzar”, dice. Desde entonces ha participado en otras pruebas, como el campeonato nacional en el Callao, donde recorrió más de 60 kilómetros entre subidas, bajadas y circuitos exigentes.

Ejemplo de resiliencia

Fuera de la bicicleta, Karla cumple una jornada igual de demandante. Es madre soltera de dos niños, de 7 y 9 años, a quienes cría mientras sostiene su propio emprendimiento en el rubro de la belleza (IG: @karlarojas.totalbeauty). En un cuarto acondicionado dentro de su casa, ha instalado un pequeño estudio de micropigmentación, especializado en cejas, labios, ojos y pestañas. Ahí atiende a clientas, estudia nuevas técnicas por su cuenta y, cuando es necesario, traslada su servicio a Miraflores, donde una colega le presta un espacio. “No hay día que no esté haciendo algo”, dice. Cocinar, trabajar, ayudar con las tareas escolares y entrenar forman parte de una rutina que apenas le deja espacio para descansar. Aun así, no se queja. “Elijo mi cansancio”, explica. “Prefiero terminar agotada por algo que me acerca a mis metas, que por quedarme quieta sin hacer nada”.

A esta mujer perseverante le gustaría que más chicas con discapacidad se animen a intentarlo, que no se dejen frenar por el miedo o la falta de recursos. Y si algo la define, dice, es su forma de enfrentar los desafíos. “Si algo me da miedo, entonces lo hago. Porque sé que eso es lo que me está impidiendo avanzar”. //

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