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Así vivimos el ‘chaccu’ de vicuñas en Ayacucho: el ritual ancestral a más de 4 mil metros, que protege a esta especie e impulsa el turismo
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Subir a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar vale la pena, totalmente, con tal de admirarlas corriendo libremente sobre sus pastizales. Elegantes y alertas, las vicuñas se corren de las personas que llegamos a presenciar el ‘chaccu’ en el área de conservación Tintaypampa, en San Juan de Ocros, una de las comunidades ayacuchanas que conserva a estos animales en su hábitat natural.
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El ritual, que sucede una vez año, se remonta a épocas prehispánicas y congrega a 1.500 personas aproximadamente para celebrar y esquilar a estos bellos camélidos en estado salvaje y devolverlos a su tierra sin dañarlos.
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‘Chaccu’ para valientes
La salida desde Huamanga es al amanecer y el trayecto dura una hora y media. El aire es gélido y en cualquier momento puede nevar o granizar. La altitud pesa en cada paso, hay que ir preparados.
“En Ayacucho se hacen más de 200 ‘chaccus’ en distintas fechas y en diversas comunidades altoandinas que conservan y protegen la vicuña. Entonces, como son más de 200, estamos impulsando uno de los tantos que hay cerca de la ciudad para así conectar con el turismo vivencial. Queremos que la gente disfrute del ‘chaccu’ de vicuñas, que sepa qué es y las vean en su hábitat natural”, nos dice el talentoso Armando Pariona, joven ayacuchano que impulsa estos encuentros a más de 4 mil m.s.n.m., entre turistas nacionales y extranjeros y las tradiciones de las comunidades. “Queremos que el turista sienta cómo es que la gente altoandina conserva a las vicuñas y las protege en su propio hábitat. Es una conexión entre la vicuña y los pastores de los Andes”, explica.

Desde hace cinco años y con el apoyo del Patronato Pikimachay, Pariona gestiona el turismo vivencial en Tintaypampa, Punkupata, en la comunidad de San Juan de Ocros. Con la agencia de turismo de su sobrina, Vicugna Travel (@vicugnatravel_oficial e Instagram), organizan estas visitas una vez al año, el último sábado de setiembre. Y el patronato lo ayuda a promocionar las actividades y a organizar a las comunidades para que también conecten con este tipo de turismo vivencial y disfruten de los beneficios.

Antes de llegar a la zona del ‘chaccu’, se toma desayuno en Puncupata, un abismo de paisajes irrepetibles que puede estar totalmente nublado y abrirse de un momento a otro para regalar un encuentro con la naturaleza. Las vicuñas estarán a lo largo del camino. Antes del arreo, toda la comunidad se junta en un lugar específico. Hombres y mujeres de distintas edades llegan junto a las arpas, violines y las voces que animan esta tradición. Todos se preparan porque será necesario resistir. Chacchan hojas de coca para tener fuerza: “Hay que arrear cerros y cerros, y se organiza con la supervisión de Serfor, las entidades supervisoras y las comunidades. Es un ‘chaccu’ que tiene que estar bien supervisado”, explica Pariona.
Todos juntos, tomando una cuerda infinita con banderines de colores para espantar y cercar a las vicuñas que se acercan a la gente, van caminando un largo trecho a paso firme entre los pastizales hasta llegar al embudo. Aquí se encerrarán a las vicuñas y, horas después, se esquilará a las que tengan más volumen para obtener la fibra más fina del mundo en medio de una celebración.

Hijo de la altura
El fervor de Armando Pariona por los camélidos le viene en el ADN: “Nací sobre los 4.500 metros de altitud, al lado de alpacas, llamas y vicuñas. Creo que al abrir mis ojos vi a mi madre, mi padre, y a estos animalitos a mi lado”. Desde su niñez, en la comunidad de Urancancha, Pariona ha dedicado su vida a pastear, proteger y conocer a los camélidos andinos con los que ha crecido. Recuerda cuando su madre llevaba a las ferias, en mantas, las fibras de alpaca para vender —no siempre a buenos precios—, casi rogando que le compren o cambiándolas por azúcar. Su educación se costeó vendiendo la lana de alpaca. “Así ha sido mi mundo”, recuerda, por lo que dar el valor justo y sostenibilidad a la fibra de estos camélidos es vital para él.

Ahora se ha dedicado al turismo vivencial con los ‘chaccus’ una vez al año y también a la creación de su marca de sombreros de lujo, Pantirwa, un emprendimiento que comenzó sin saber nada de este accesorio. YouTube le enseñó. Ya tenían la fibra y las ganas de crear un producto de alta calidad a la altura de sus vicuñas.
Demoró cuatro años en hacer sus primeros sombreros con todas las de la ley y ya tiene dos años en el mercado. Con el soporte de Carlos Añaños, presidente del Patronato Pikimachay, comenzó este negocio artesanal con fibras 100% de vicuña. Tardan al menos cuatro meses en confeccionar cada sombrero, mientras tanto, disfrutan el proceso, vendiéndolos y haciendo capital.

“Después, comenzamos a hacer también sombreros de alpaca, vendíamos de tres en tres, y así fue creciendo a una docena. Tenemos pasión y amor por nuestros camélidos”, afirma Pariona, quien se encarga del acabado y los toques finales de cada sombrero. Ahora tiene una tienda ubicada en la misma Plaza de Ayacucho, con sus diseños exclusivos que se van a todo el Perú y el extranjero. Más que un artículo de lujo, Pariona ve en sus sombreros la manera más cercana de rendirles un homenaje a las vicuñas, respetando su entorno, las comunidades que las protegen, y promoviendo su preservación por muchos siglos más.//
♦◊ Las vicuñas habitan 16 regiones del país: Cajamarca, La Libertad, Huánuco, Cerro de Pasco, Áncash, Junín, Huancavelica, Lima, Ica, Ayacucho, Apurímac, Cusco, Puno, Tacna, Moquegua y Arequipa.
♦◊ Se estima que en el Perú hay 286.877 ejemplares de vicuña, según últimos datos registrados. Para actualizar esta cifra, Serfor está realizando el V Censo Nacional de Vicuñas 2025, hasta el 31 de octubre.
♦◊ La vicuña (‘Vicugna vicugna’) es considerada Patrimonio Natural de la Nación. No por gusto está representada en el Escudo Nacional, simbolizando nuestra riqueza y biodiversidad. Es una de las especies más emblemáticas de los Andes.
♦◊ José Ochatoma, profesor de Arqueología de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, nos refiere los antecedentes de un probable ‘chaccu’ de vicuñas incluso anterior a los incas, en las culturas Wari y Huarpa.
♦◊ “Hay representaciones de vicuñas en la cultura Wari y un poco antes, en una vasija de época Huarpa, de una especie de ‘chaccu’. Además, en los finos tejidos de la cultura Wari —muy avanzados para su época— usaban el pelo de la vicuña”, dice Ochatoma.
♦◊ Las vicuñas son los camélidos altoandinos más pequeños en relación con la alpaca, la llama y el guanaco. Pueden dar una cría al año y la gestan durante nueve meses. Sus pezuñas no dañan los suelos porque están adaptadas a superficies agrestes.

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