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“Me autoimpuse una labor enorme y terminé autodestruyéndome”: Vania Masías revela las sombras y la luz detrás de 20 años de D1
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“Me autoimpuse una labor enorme y terminé autodestruyéndome”: Vania Masías revela las sombras y la luz detrás de 20 años de D1

“Me autoimpuse una labor enorme y terminé autodestruyéndome”: Vania Masías revela las sombras y la luz detrás de 20 años de D1

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La historia de podría haber seguido el guion marcado a compás de una bailarina de élite: niña hiperactiva que encuentra disciplina en el ballet clásico, adolescente que pisa escenarios internacionales, joven que conquista Europa hasta convertirse en primera bailarina del Ballet Nacional de Irlanda. El paso siguiente era audicionar para el , ser aceptada y mudarse a Las Vegas con un contrato que muchos habrían firmado sin dudar. Pero cuando por fin logró ese sueño, apareció una pregunta que le cambió el rumbo: ¿y qué hago con esto que siento por Lima, por esos chicos del semáforo?

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Porque justo cuando el Cirque du Soleil le dijo que sí, la vida le puso delante otra escena: adolescentes haciendo mortales y tirabuzones en un paradero, arriesgando el cuerpo por unas monedas, agotando talento donde no había futuro. “Pensé: en este país talento sobra, lo que no existen son oportunidades”, recuerda.

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Juan Carlos Fangacio

Y ahí tomó la decisión que cambió su mundo: rechazó la oferta del Cirque du Soleil y se quedó en el Perú para abrir un espacio que entonces no tenía nombre, pero sí una intuición clara. De ese gesto radical —renunciar a su propio sueño para empujar el de otros— nacerían Ángeles, D1 y una plataforma que, veinte años después, ha cambiado la vida de miles de chicos que antes solo tenían como escenario la luz roja de un semáforo.

Vania se metió tan a fondo en el trabajo con los chicos que, por momentos, se dejó a sí misma para el final de la lista. (Foto: Diego Moreno)
Vania se metió tan a fondo en el trabajo con los chicos que, por momentos, se dejó a sí misma para el final de la lista. (Foto: Diego Moreno)
/ Diego Moreno

Nace una bailarina

Antes de todo eso hubo una niña que no podía quedarse quieta. “Desde chiquita me movía mucho, era muy hiperactiva. Mi papá me decía ‘la culebra’”, recuerda Vania con una sonrisa. Para encauzar esa energía la inscribieron en acrobacia. “Hacía flips, mortales… ahí empezó todo. Luego mis padres me inscribieron en la academia de la bailarina Lucy Telge”.

Vania era una niña hiperactiva que encontró disciplina en el ballet clásico. (Foto: archivo personal de Vania)
Vania era una niña hiperactiva que encontró disciplina en el ballet clásico. (Foto: archivo personal de Vania)

A los 8 años subí por primera vez a los escenarios y a los 15 llegué el Prix de Lausanne, el mundial de danza clásica más importante”, relata con orgullo. Logró clasificar pese a la competencia feroz. No ganó, pero comprendió algo esencial: “Competía con bailarinas que vivían solo bailando. Me di cuenta de las desventajas que teníamos como país”. Esa revelación no la desanimó; al contrario, la empujó a buscar nuevas herramientas y un camino más amplio.

A los 8 años pisó por primera vez un escenario y, a los 15, llegó al Prix de Lausanne, el prestigioso mundial de danza clásica. (Foto: archivo personal de Vania Masías)
A los 8 años pisó por primera vez un escenario y, a los 15, llegó al Prix de Lausanne, el prestigioso mundial de danza clásica. (Foto: archivo personal de Vania Masías)

Por eso decide estudiar Administración de Empresas sin dejar la danza y, tras una etapa intensa en el Perú, siente que debe probarse fuera. Viaja a Europa: primero Inglaterra, luego Irlanda. “Fue difícil. Decidí no trabajar en nada que no fuera danza. Quería probar que podía salir adelante solo como bailarina”, cuenta. Y lo consigue: pasa por compañías pequeñas, realiza giras y finalmente es contratada como primera bailarina del Ballet Nacional de Irlanda. Vive esa vida que tantas veces se imagina desde lejos: teatro, giras, prestigio, estabilidad económica.Final del formulario“Amaba mi vida en Londres —confiesa—. Vivía de lo que me gustaba, vivía muy bien. Me sentía orgullosa de lo que había logrado”.

En paralelo, envía sus documentos al Cirque du Soleil y en el 2005 es seleccionada como bailarina principal para The Beatles Love en Las Vegas. “El contrato era mejor que el que tenía en Irlanda. El pago era espectacular, la vida en Las Vegas… en ese momento era el lugar donde uno quería estar”, admite.

Pero en medio de esa altura, algo la jala hacia el asfalto. Ya había hecho un piloto con los chicos acróbatas del semáforo, ya había un vínculo entre ellos. “Simplemente no contesto a los del Cirque du Soleil. Los evado. Y decido quedarme pese a que le había dicho a mi mamá que no volvería al Perú en los próximos diez o quince años. Me dejé guiar por mi instinto”, rememora.

Primera presentación en toda la historia de D1 y fue en el Teatro del Olivar San Isidro. Eso fue en el 2005. (Foto: archivo personal de Vania)
Primera presentación en toda la historia de D1 y fue en el Teatro del Olivar San Isidro. Eso fue en el 2005. (Foto: archivo personal de Vania)

Ángeles, la escuela y un nuevo ecosistema

Sin embargo, regresó a Lima y formó allí el grupo Ángeles de Arena, un programa social, un espacio de formación para esos chicos que habían convertido el semáforo en escenario peligroso. Ese mismo año fundó la Asociación Cultural D1.

Ángeles de arena en acción. (Foto: archivo personal de Vania Masías)
Ángeles de arena en acción. (Foto: archivo personal de Vania Masías)

Me di cuenta de que no tenía cómo solventar Ángeles. ¿De dónde iba a sacar dinero para un programa social? Entonces, aparece Repsol, auspicios, pero no basta. Lo último que quería era un programa asistencialista”, dice. La respuesta fue crear un ecosistema: montar shows, En el 2007 estrena “Mezcla” en el Peruano Japonés. No hay famosos en el escenario, pero llena el teatro con más de 80 artistas en escena.

Faltaban chicas. Ángeles, en ese momento, era casi solo hombres. La solución fue traer coreógrafos de afuera, vender clases en los colegios más privilegiados de Lima —Newton, San Silvestre, Roosevelt, Markham, Villa María—, y llenar las aulas de niñas que quieren aprender con esos maestros. Lo que podría haber sido solo un modelo de negocio se convierte en integración. De un lado, chicos de barrios vulnerables entrenando cinco horas diarias hasta volverse profesores. Del otro, niñas de colegios privados encontrando en la danza un lenguaje común”, destaca la bailarina.

Hoy, D1 funciona con tres grandes ejes: la escuela (principal fuente de financiamiento), la productora Crea —desde donde se generan espectáculos como “Yanuq, la magia de Teresa” y el próximo “Huanca”— y los programas formativos como Ángeles y “Ritmo en tu cole”, que llevan arte a colegios de alta vulnerabilidad.

Yo diría que el 80% de las escuelas de danza que están en Lima y en el Perú son graduados de D1”, afirma. Y no suena a exageración, suena a constancia. “Nuestros graduados están triunfando en Manhattan, en Nueva York, en muchos lados. El chip cambió: me voy a caer, pero me voy a volver a parar porque sé que tengo un valor. Eso es lo que enseñamos acá”.

Alto costo

Vania se metió tan a fondo en el trabajo con los chicos que, por momentos, se dejó a sí misma para el final de la lista.

Me autoimpuse una labor enorme y terminé autodestruyéndome. En el 2007 caí en una depresión, me metí demasiado a fondo. Además, había dejado la danza, y todo ese proceso fue muy difícil. Soy muy sensible; cada problema me lo cargaba encima”, asegura.

Una tarde, mientras terminaba una jornada larga en el estudio, Vania sintió que algo en el ambiente había cambiado. La puerta se abrió de golpe y uno de los chicos entró con la respiración agitada, y antes de que pudiera preguntarle qué pasaba, él empezó a gritar.

Llegó con un problema muy fuerte con su mamá —recuerda— y apenas me vio empezó a lanzar insultos. Necesitaba descargar, estaba desbordado. Y yo no estaba preparada para recibir toda esa carga emocional”.

La escena duró pocos minutos, pero la agotó como si hubiera sido una batalla. Más tarde comprendería que aquel estallido no era un ataque contra ella, sino un pedido de auxilio.

Esa misma noche terminé con una neumonía en cuidados intensivos. Mi sistema inmune estaba destruido. Tenía 40 de fiebre, temblaba… estuve dos semanas internada”, cuenta. Fue un punto de quiebre.

Más de 187 mil personas han pasado por Ángeles, la escuela y Crea. D1 ya no es solo un proyecto: es una gran red. Por eso, el siguiente paso es consolidarla.

Lo que estamos haciendo ahora es articular a todos esos graduados y convertir a D1 en un hub: de financiamiento, de capacitación, de oportunidades”, explica. No es solo enseñar a bailar: es enseñar a sostenerse, a crear y emprender.

Vania tres hijos con Eric Hanschke: Adriano (13), Mar (11) y Lea (3). (Foto: archivo personal de Vania)
Vania tres hijos con Eric Hanschke: Adriano (13), Mar (11) y Lea (3). (Foto: archivo personal de Vania)

Lo que viene

Mientras tanto, la máquina no se detiene. Viene el estreno de “Huanca” junto a Lucho Quequezana. Sigue en cartelera “Yanuq, la magia de Teresa”. La escuela se prepara para un verano intenso con summer training, summer camp y elencos de niños, teens y adultos.

Vania reconoce que el camino ha sido duro, que hubo momentos muy oscuros, pero también de luz: “Ellos se cambiaron la vida”, insiste. “Yo solo abrí una puerta”.

Y quizás esa sea la imagen más justa de lo que ha hecho: una bailarina que, teniendo la posibilidad de vivir en el cielo del espectáculo mundial, eligió quedarse en el suelo —en el asfalto, en el semáforo, en el barrio— para ayudar a que otros se inventen sus propias alas.

D1: Donde la danza se vuelve destino

En D1 el piso vibra antes que la música. Vibra por la energía de quienes cruzan su puerta con una vida y salen con otra. Ahí, entre paredes que han visto lágrimas, terquedad y descubrimientos, la danza deja de ser un pasatiempo para convertirse en brújula. Estas son las historias de Salvina Vollprecht, Atenas Zaldivar y Jhonatan Suca: tres jóvenes que encontraron en la escuela fundada por Vania Masías un camino que les cambió el destino.

A los tres años, Salvina pisó un salón de ballet sin imaginar que, años más tarde, la vida la llevaría a bailar en Londres. Entre tutús y ejercicios de barra crecieron su primer amor por la danza, pero lo dejó por un tiempo. “Siempre tenía ganas de seguir bailando”, recuerda. Hasta que su madre la invitó a probar una clase en D1. Un salón nuevo, un estilo distinto, un mundo desconocido: hip hop.

Primero vinieron las clases regulares. Después, las audiciones. Luego, la formación profesional de tres años. Cada paso abría un corredor distinto y al final de uno de ellos apareció una beca para Trinity Laban, en Londres. Fueron dos semanas de entrenamiento intenso con maestros internacionales. “Llegar tan lejos gracias a la danza y al apoyo de D1 y mi familia fue un momento que nunca voy a olvidar”.

Hoy Salvina baila en “Danzas y Sabores del Perú” y forma parte del espectáculo “Yanuk”.


Propósito en movimiento


Llegó a D1 casi por accidente. Una amiga quería probar una clase y la arrastró en el intento; Atenas aceptó acompañarla sin imaginar que se quedaría. Al inicio tomaba apenas una clase por semana. Luego fueron dos. Después, todas las que encontré. Lo que comenzó como simple curiosidad terminó convirtiéndose en propósito.

“No necesitaba que la danza me salve”, dice. "Pero sí me dio rumbo. Me enseñó que hay más en la vida que el camino tradicional". Con cada coreografía entendía algo del mundo y algo de sí misma. La danza se convirtió en un idioma para nombrar lo que sentía y para transmitir lo que no podía decir con palabras.

Ese descubrimiento la llevó a formar parte de la escuela, del elenco, y luego a convertirse en Directora del Elenco Teens. Un rol que exige sensibilidad y firmeza, porque trabajar con adolescentes es acompañar crisis, dudas, cambios y silencios. Pero también es presenciar transformaciones.

"Hay alumnas que un día me dicen: 'yo sigo bailando porque tú crees en mí'. Y eso te recuerda la enorme responsabilidad que tenemos", señala


El salto que cambió su vida


Jhonatan nació en Arequipa y allí empezó a bailar. Era tímido. La danza fue, desde el principio, un refugio. Le daba seguridad y espacio para ser él sin miedo. A los 18 decidieron dejar a su familia, sus amigos, su compañía de danza urbana, y viajar solo a Lima para audicionar en D1. "Llegué con un objetivo claro: pasar. No había otra opción".

Audicionó para la primera promoción del Programa de Formación Artística. Postularon entre cincuenta y sesenta jóvenes; ingresaron poco más de veinte. Cuando recibió la noticia, entendió que su vida acababa de cambiar.

Estudió, entrenó, trabajó en lo que hacía falta mientras seguía creciendo como bailarín. Hoy es director del Elenco Kids, profesor y también parte del elenco profesional. Dirigir niños —dice— es una de las mayores responsabilidades que ha tenido. "Ellos confiamos totalmente en ti. Tienes que guiarlos con técnica, pero también con humanidad". La danza le dio seguridad, voz, amistades y una certeza: “Si no hubiera encontrado el baile, no sería feliz”.

Vania Masías junto a Salvina Vollprecht, Atenas Zaldivar y Jhonatan Suca, tres jóvenes que encontraron en la escuela fundada por Vania un camino que les cambió el destino. (Foto: Diego Moreno)
Vania Masías junto a Salvina Vollprecht, Atenas Zaldivar y Jhonatan Suca, tres jóvenes que encontraron en la escuela fundada por Vania un camino que les cambió el destino. (Foto: Diego Moreno)
/ Diego Moreno

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