Natalia Parodi: "Otra vez me mudé"
Natalia Parodi: "Otra vez me mudé"
Redacción EC

Hasta ahora, cada vez que he elegido mudarme lo he hecho sabiendo que la nueva casa tampoco será la definitiva. Sin embargo, siempre que ha llegado el momento de dejar la anterior, ha sido un poco de shock. Las primeras veces, de chica, me mudé con un par de maletas. Mi vida de universitaria cabía allí. Ahora –con familia y posesiones voluminosas como refrigerador, cama y sofá–, no hay forma de hacerlo entre dos en un par de idas y venidas en carro. Esta vez fue un operativo que incluyó camión, cargadores, y mucha ayuda de amigos y familiares que nos regalaron unas horas para darnos una mano. ¡Qué trámite!

Mudarme para mí nunca ha sido solo empacar y desempacar. Casi siempre ha resultado ser una confrontación conmigo misma. Descubrir qué he guardado por años, decidir qué conservar, qué dejar atrás. Darme cuenta cada vez de que he acumulado más cosas de las que pensaba. ¿Eran todas importantes? Al mirar las cajas, revisar, decidir, siempre me llama la atención lo cachivachera que he sido y cómo me encariño con las cosas más absurdas.

Al repartir mi vida en cajas y maletas se desempolvan recuerdos olvidados, como invocados por una energía poderosa. Algunos incluso de mi infancia. Y en cada mudanza me vuelvo a preguntar si aún vale la pena retenerlos. A veces son álbumes, a veces objetos, souvenirs, prendas. Pero ninguno se libra: todos llevan impregnada una sensación que me transporta al momento en el que fueron importantes. Y me llena de una tierna nostalgia.

Mudarme es una revisión de mi biografía. Me reencuentra conmigo misma, me obliga a examinarme y a limpiar. A botar cosas que ya no tienen utilidad ni sentido. Esa piyama desteñida, que fue mi adoración hace 10 años, pero que ya no uso. Peluches que en la adolescencia me eran tan valiosos. Adornos que en su momento causaban gracia. Juegos incompletos de vasos ni siquiera tan bonitos. Papeles, sobres que jamás abrí, zapatos lindos pero incómodos. Y ese jean en el que en realidad nunca entré pero conservé por si acaso. Algunos objetos me da pena botarlos, pero a veces es un alivio. La mudanza es al fin la oportunidad de renovarme y de deshacerme de esa parte de mi bagaje que arrastro por inercia y que en realidad ya no es necesario conservar.

Mover cosas me ha removido emocionalmente. Y entonces recuerdo que mi mamá me decía: «cuando no te sientas bien, ordena tu cuarto». Es que el impacto de ordenar los objetos puede tener a veces un efecto que nos ordena por dentro. Y esa teoría en mí se aplica perfectamente, inclusive hoy.

Mudarme no es solo cambiar de casa, sino de barrio, de cuarto, de sonidos, de olores, de rutinas. De decidir si poner el televisor en el cuarto o quizá ya no. ¿Ahora cómo quiero ambientar mi hogar? ¿Ya me gustan de nuevo los colores fuertes o me he quedado pegada con el blanco? ¿Ahora prefiero colgar cuadros o me gustan solo fotos? ¿O me hace falta un respiro y por ahora dejo las paredes vacías?

Y entonces cada mudanza resulta ser la oportunidad para replantear mi idea de hogar. Cada vez que he elegido un nuevo lugar nunca me ha gustado a primera vista. Sin embargo los he terminado escogiendo porque les veo oportunidad. Y al comenzar a habitarlos e ir volviéndolos cada vez más míos, han terminado por encantarme.

A veces he cambiado de casa de manera voluntaria y otras veces ha sido un asunto forzoso por diferentes motivos. Pero aunque haya pasado de chico a grande o de grande a chico, cada elección ha resultado una introspección, una invitación a reconocer qué forma necesito que tenga el nuevo espacio, para que me haga sentir acogida para que encaje conmigo.

Escribo estas líneas desde mi nueva casa. Me está tomando unos días convertirla en lo que necesito. Pero estoy contenta botando cosas y notando nuevas necesidades. Lo estamos logrando. Y hoy ya huele a hogar.

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