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José María Arguedas: el día que el Perú perdió a su narrador más íntimo en 1969 | FOTOS
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La tragedia comenzó el viernes 28 de noviembre de 1969, cuando José María Arguedas se disparó en la cabeza en un salón de la Universidad Agraria de La Molina. Aunque el intento no fue mortal de inmediato, el autor de Los ríos profundos pasó cuatro días en una dolorosa agonía. A pesar de la intervención de los cirujanos del Hospital del Empleado (hoy Edgardo Rebagliati Martins), Arguedas falleció el 2 de diciembre de ese año. Su partida final generó un profundo e inmenso dolor.
Ese trágico martes 2 de diciembre de 1969, al confirmarse la muerte de José María Arguedas (1911-1969), el Perú entero ya sabía que el narrador había decidido terminar con su vida por mano propia.
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Sin embargo, también se supo que su decisión no la tomó por egoísmo o desprecio a nadie. Nada más ajeno al talante humano del autor de Todas las sangres (1964). Arguedas abandonó este mundo vencido por un dolor espiritual inmenso, un desosiego insoportable que le taladraba la conciencia.

Su confrontación con ese Perú de violencia, indefiniciones y bruscos cambios sociales y económicos se reflejó en una impotencia creativa definitiva, una batalla contra la que había luchado durante los últimos años de su vida en esa turbulenta década de 1960.
El escritor apurimeño cargó siempre consigo a ese niño sufriente y angustiado que sus biógrafos señalarían años después. Hoy lo recordamos como el “héroe cultural” que nos legó un arte de imágenes, palabras y esperanza, visible en sus novelas, y más compleja de ver en su novela póstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971).
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UN PUENTE ENTRE DOS MUNDOS
El Perú que habitó Arguedas fue un país mestizo, de tradiciones, creencias y etnias disímiles; una nación en permanente formación, como lo es hasta hoy. En ese vasto universo patrio, él siempre buscó consolidar su propia identidad, sintiéndose, él mismo, un puente o un vínculo entre dos mundos: el andino y el occidental.

Vivió para escribir, y su incansable esfuerzo por entregar un retrato integral del país le costó la vida, una verdad que pocos están dispuestos a aceptar. Para comprender las circunstancias de su proceso artístico y la creación de su discurso literario es inevitable tomar en cuenta las variables humanas y emocionales que lo consumieron, más allá del factor lingüístico.
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Desde sus cuentos en Agua (1935), pasando por las novelas clave —Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), El Sexto (1961), Todas las sangres (1964)— hasta su novela póstuma y autobiográfica, Arguedas no solo grabó sus avatares personales, sino que tradujo los tiempos turbulentos que le tocó vivir.
LA AGONÍA Y LA CARTA DE DESPEDIDA
Nació en 1911, entró a la universidad en 1930, y su obra abarca décadas de revoluciones y cambios trascendentales. José María Arguedas dibujó el paso de un país agrario, con rezagos del siglo XIX, a uno de producción masiva, urbanización galopante y modernidad.

Por todo ello, la tarde del viernes 28 de noviembre de 1969, en un salón de la Universidad Agraria La Molina, cuando el escritor peruano se disparó en la sien, hiriéndose mortalmente, el Perú contuvo el aliento.
Arguedas ya había intentado atentar contra su vida en 1966, pero esta vez, la depresión le ganó la partida tras más de 20 años de lucha. Fueron cuatro días de agonía física, hasta que el martes 2 de diciembre, a los 58 años, murió en el piso 13 B del Hospital del Empleado.
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Dejó dos misivas, redactadas entre el 27 y el 28 de noviembre: una para su viuda, la chilena Sybila Arredondo, y otra para sus alumnos y el rector de la Universidad Agraria. En esta última, expresó su dolorosa rendición:
“Me retiro ahora porque siento, he comprobado, que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida”.

UN FUNERAL AL SON DEL VIOLÍN
Los médicos nada pudieron hacer contra la bala incrustada en su cavidad craneana. Arguedas dejó de existir a las 7 y 15 de la mañana. Descansó en paz de muchos cargos profesionales, académicos y, sobre todo, de sus angustias artísticas y humanas.
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Al mediodía de ese mismo martes 2, sus restos fueron trasladados a la antigua biblioteca de la Universidad Agraria para el velatorio. La tristeza general se vio atenuada, paradójicamente, por una alegría interior impuesta por la delicada y sentida música que tocaron en su honor.
El violín de Máximo Damián fue el protagonista de ese singular adiós y del posterior entierro, realizado al día siguiente, el 3 de diciembre de 1969, a las 4 de la tarde en el Cementerio General de El Ángel, en el Cercado de Lima. Días después, el 7 de diciembre, el suplemento “El Dominical” de El Comercio publicó su último artículo.

Se trató de un sentido ensayo de Arguedas que este entregó al diario Decano antes de la tragedia. En esa nota ensayística, el autor defendía con sólidos argumentos el “auténtico arte popular peruano”, un tema o asunto que le generaba desazón debido a la indiferencia estatal.
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En junio de 2004, en medio de polémicas, sus restos regresaron a Andahuaylas (Apurímac), cumpliendo, según muchos, su deseo de ser enterrado en su tierra natal.
No hay duda: las novelas, los cuentos y los ensayos de José María Arguedas, de gran lucidez intelectual y coherencia moral, lo dejan para siempre como un clásico de la literatura peruana y una figura cumbre de las ciencias sociales en el Perú.











